Opinión

Guerra y paz en el siglo XXI, la mirada de Eric Hobsbawm

“Dudo mucho que existan en las actualidad estados, a excepción de Estados Unidos, Rusia o China, que puedan embarcarse en una guerra a gran escala con ejércitos de reclutas dispuestos a luchar y a morir «por su país»” decía el historiador británico Eric Hobsbawm a finales de 2004 en una conferencia en la ciudad de Nueva Delhi.

Desde un muy cauteloso optimismo, casi un deseo más que una razón, el gran historiador del siglo XX quería imaginar un siglo XXI con menos estropicios bélicos entre las grandes potencias, en contraste con lo ocurrido en la centuria anterior. A pesar de todo, no se equivocó al imaginar que Rusia sería una de las excepciones posibles de los pocos Estados Nación dispuestos a estas alturas a embarcarse en una guerra a gran escala fuera de sus fronteras.

Bombardeo ruso en Lviv

Bombardeo ruso en Lviv

EFE

Esta y otra afirmaciones deslumbrantes de Eric Hobsbawn (1917-2012) fueron expresadas en algunos de los artículos y conferencias que publicó y dictó en los últimos años de su vida, y que en 2007 se reunieron en un libro publicado por la editorial Booket-Planeta con el mismo título que he utilizado para esta entrega.

“El siglo XX ha sido el más sangriento en la historia conocida de la humanidad –escribió en 2002 para el London Review of Books–. La cifra total de muertos provocados directa o indirectamente por las guerras se eleva a unos 187 millones de personas, un número que equivale al más del 10 por ciento de la población mundial en 1913. Si tomamos el año 1914 como punto de partida, el siglo XX ha sido un siglo de guerras ininterrumpidas. (…) El mundo no conoce la paz desde 1914, ni siquiera ahora (tras el fin de la guerra fría, 1945-1989).”

Muy contrario al triunfalismo de autores como Francis Fukuyama, que anticipaban el “fin de la historia” tras la aparente victoria irreversible de Estados Unidos y la entronización de los valores democrático-liberales de la civilización Occidental sobre las ruinas de los sistemas totalitarios recién derrumbados, Hobsbawm señaló en una conferencia en Harvard de 2005 que: “desde la caída del muro de Berlín ha habido más guerras que durante todo el periodo de la guerra fría. Pero aunque la cuantía de los combatientes y sus bajas sea pequeña comparada con las guerra masivas del siglo XX, su efecto sobre la población no combatiente es desmesuradamente más grande”.

Lo que vemos ahora en Ucrania –por lo menos 5 mil muertos civiles en los primeros cien días tras la invasión del ejército ruso– es una terrible constatación de las afirmaciones de Hobsbawm de hace dos décadas: “el peso de la guerra ha ido recayendo más y más sobre los hombros de los civiles, que no sólo son las víctimas del conflicto sino también el objetivo de las operaciones militares y político-militares. El contraste entre la primera guerra mundial y la segunda es sobrecogedor: solamente el cinco por ciento de las víctimas en la primera guerra mundial fueron civiles, en la segunda el porcentaje se elevó a 60 por ciento. En la actualidad, la proporción de víctimas civiles de cualquier guerra se sitúa entre el 80 y el 90 por ciento del total”.

En el umbral del nuevo siglo, ante la tendencia errónea que nos hacía creer que emergíamos de la guerra fría en un mundo unipolar hegemonizado por Estados Unidos, Hobsbawm creía ver una de las principales grietas que habrían de provocar los conflictos bélicos de la nueva centuria.

Una sola potencia global incapaz de imponer la Pax americana, y un conjunto de organismos internacionales, como la ONU, incapaces en la práctica de imponerle nada ni a Estados Unidos ni a las principales potencias rivales. “El mundo es demasiado grande, complicado y plural, y no parece factible que Estados Unidos, ni ninguna otra potencia estatal imaginable, puedan consolidar su dominio por más que se lo proponga”:

El siglo XX, decía el historiador le heredó al siglo XXI estados fuertes y organismos multilaterales débiles e impotentes: “por lamentable que esto sea, nada hace pensar que las cosas vayan a cambiar en el futuro próximo. (Son) los estados los únicos que ejercen un poder real”.

Hobsbawm descreía que los conflictos bélicos del siglo XXI pudieran alcanzar el nivel de devastación y confrontación entre naciones rivales como lo vimos en el siglo XX. Le parecía que se darían más en el ámbito de las guerras civiles, o el combate a enemigos no estatales como el crimen organizado o el terrorismo internacional. En ese sentido no vio, desde el mirador más bien inestable y nebuloso del primer lustro del siglo XXI, dos fenómenos que hoy podemos constatar: el surgimiento de nuevos autoritarismos nacionalistas como el ruso, y la casi inmediata reposición de la bipolaridad que trajo el ascenso vertiginoso de China.

“Podemos aventurarnos a esbozar aquí una previsión: en el siglo XXI, la guerra no será tan sangrienta como lo fue en el siglo XX, pero la violencia armada, que dará lugar a un grado de sufrimiento y a unas perdidas desproporcionadas, continuará omnipresente y será un mal endémico, y epidémico por momentos, en gran parte del mundo. Queda lejos la idea de un siglo de paz”.