Opinión

Guerra Sucia, Brigada Blanca

Códice 

La instalación de la Comisión de la Verdad sobre la Guerra Sucia fue, en efecto, un acto inimaginable hasta hace pocos años. Que se haya realizado en las instalaciones del Campo Militar Número Uno con la asistencia de los familiares de los desaparecidos y los mandos militares actuales, teniendo como testigo al presidente de la República, supone un logro político de dimensiones históricas que tiene como protagonista a Alejandro Encinas, acaso el cuadro más consolidado de la 4T, y al que el presidente le ha encargado las tareas más difíciles y con menos oportunidad de lucimiento. A pesar de su alto nivel, Encinas ha logrado, hasta ahora, mantenerse al margen del patético juego de las corcholatas.

Foto: Especial

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El subsecretario ya hizo su parte. El resto del camino dependerá de la voluntad política del Ejército, hoy convertido en institución multi tareas, para hacer una introspección sobre su desempeño en el periodo de la llamada Guerra Sucia, como se conoce a la decisión del gobierno mexicano, en los sexenios de Luis Echeverría y José López Portillo, que tanto gustan al presidente actual, de enfrentar el desafío de las disidencias armadas con métodos extralegales, en particular la desaparición forzada.

No espero grandes revelaciones, pero sí será importante para las fuerzas armadas dejar en claro que los mandos civiles tomaron las principales decisiones, aunque la mayoría de ellos se lavaron las manos para seguir en la actividad política como si nada Hace poco en estas páginas me planteaba la siguiente pregunta: ¿Hay posibilidades de cumplir la encomienda de saber la verdad, incluida la ubicación de los cuerpos de los desaparecidos? Pocas, muy pocas. La Comisión, escribí entonces y lo retomo ahora, evaluará un periodo muy largo, entre 1965 y 1990, que incluye los sexenios de Díaz Ordaz, Luis Echevarría, López Portillo, Miguel de la Madrid y parte del de Carlos Salinas. La mayoría de los principales operadores de la Guerra Sucia murieron y deben estar en el infierno,

Expertos ubican el surgimiento de los grupos guerrilleros a lo largo de la década de los años 70 del siglo pasado como resultado de los actos de represión de octubre del 68 y de junio del 71. Grupos inconformes con el estado de las cosas calcularon, ante la violenta cerrazón del Estado, que la única opción para forzar un cambio era tomar las armas. Calcularon mal. Hay que recordar que se vivía el contexto de la Guerra Fría entre el comunismo y el capitalismo y que el ejemplo de la Revolución Cubana alentaba las fantasías de muchos de que se podía derrocar por las armas al gobierno mexicano para instalar un régimen socialista. Eso era, en efecto, una fantasía.

En esos años, la CDMX era un hervidero de espías gringos y soviéticos. La CIA y la KGB tenían contingentes nutridos en la ciudad. Es importante tener esto en mente porque el epíteto de grupos subversivos comunistas sirvió para justificar atrocidades. El Estado mexicano estaba en su derecho de reducir a los alzados, eso no se regatea. No intentó detenerlos para llevarlos ante un juez y que cumplieran penas de cárcel, eso no. Su batalla, buena parte de ella, no se dio dentro de los marcos legales, sino que recurrió a la Guerra Sucia; o sea, desapariciones forzadas, torturas sistemáticas ejecuciones extrajudiciales, que eran la especialidad de la casa de la llamada Brigada Blanca por cierto encabezada por civiles.

Muchos pensamos en aquellos años que esa época de violencia quedaría atrás y que le esperaban al país tiempos mejores en los todos los ámbitos, sobre todo en el de la seguridad. Eso fue otra fantasía colectiva.