Opinión

La otra Guerra Sucia

Se pergeñó la expresión Guerra Sucia para caracterizar la conducta brutal, salvaje, que siguió el Estado para acabar con la luchar armada urbana que se concentró en la Liga 23 de Septiembre, pero esa figura es parcial o, al menos, unilateral, pues no da cuenta de los excesos de barbarie en que incurrieron los propios guerrilleros.

diario19.com

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El principio ético es inescapable: el mal es mal, tanto si lo perpetra una entidad pública como si lo realiza un grupo social.

La guerrilla urbana de México que actuó en los años 70 tuvo varios rasgos peculiares: se proclamaba marxista y revolucionaria, pero, curiosamente, nunca tuvo un enfrentamiento directo con las fuerzas armadas que son, según el credo marxista, “el brazo armado del estado burgués”. En cambio, la acción sanguinaria de los guerrilleros golpeó repetidamente a la población civil y dejó una estela de muerte, incluyendo a muchas personas de condición humilde.

No tengo a mano los datos, pero muchos recordamos con tristeza los hechos de sangre. ¿Cuántos policías –simples guardias-- cayeron abatidos por la espalda por balas guerrilleras? Muchos. El uniforme de policía no los eximía de su humanidad: fuera de toda duda eran personas que merecían respeto a su vida y a su dignidad.

Pero no sólo policías: en el medio universitario hubo estudiantes y profesores --incluso militantes de izquierda—perseguidos y asesinados por la Liga 23 de Septiembre bajo el argumento de que se trataba de “demócratas”, “pequeño-burgueses” o “traidores”. ¿Cómo olvidar el brutal asesinato de Alfonso Peralta en el CCH Atzcapotzalco? ¿O el de Hugo B. Margain, director del Instituto de Investigaciones Filosóficas de la UNAM?

Hubo algunos atentados de los guerrilleros que conmocionaron al país como el asesinato de don Eugenio Garza Sada que era, quizás, el empresario más talentoso de México.

Los extremos de la locura guerrillera se consumaron en Sinaloa donde la Liga se apoderó por la fuerza de la rectoría de la UAS e inauguró un reino de terror y violencia dentro de las aulas inspirados en la consigna disparatada “¡La universidad es una fábrica burguesa! ¡Destruyámosla!”.

Los “enfermos” –como se les apodó-- se dedicaron a destruir materialmente a la Universidad Autónoma de Sinaloa, a sabotear sistemáticamente las clases, a perseguir y golpear alumnos y maestros –sin distinción de sexo-- que no comulgaban con sus ideas, a destruir o robar bienes de la universidad, --incluyendo laboratorios y bibliotecas--, a asaltar y a violar a mujeres indefensas.

Cuando visitaron la Universidad de Sinaloa personajes públicos como Heberto Castillo y Carlos Monsiváis, fueron ultrajados e insultados por esa pandilla desquiciada. En marzo de 1973 la Liga perpetró el asesinato dentro del campus de mi primo, Carlos Guevara Reynaga, sin que las autoridades jamás lo investigaran y algunos de sus asesinos incluso actúan impunemente en la actual política oficial. Nunca se hizo justicia.

A principios de 1974, poseídos por furia demencial, los enfermos organizaron en el municipio de Culiacán una imposible insurrección armada en la que lograron involucrar a algunos jóvenes campesinos ingenuos, revuelta que fue sofocada, como era de esperarse, a las pocas horas y que, sin embargo, cobró la vida de varias personas inocentes.

Saldo histórico: los guerrilleros desarticularon al movimiento estudiantil democrático en las universidades; es probable que sus acciones hayan contribuido, indirectamente, a acelerar los cambios democráticos, pero ningún guerrillero –que se sepa-- cambió sus convicciones revolucionarias por los ideales democráticos. Se integraron más tarde a la vida política partidaria, pero sin creer en la democracia. Su lamentable legado es una cultura anti-democrática, de resentimiento y odio, que deformó la vida política democrática de México y que, visiblemente, impregna la política intolerante del actual presidente.