Opinión

La heterodoxia va ganando

Para los estudiosos de la economía como para los simples curiosos (como yo), parece claro que hay un desplazamiento en esa disciplina y que muchas de sus anclas racionales y teóricas -mantenidas durante décadas- están cayendo ante un cúmulo de evidencias que provienen de la historia, la sociología y la economía misma.

No es mera anécdota el que Gabriel Zucman haya obtenido la medalla Clark de parte de la quisquillosa American Economic Association este mismo año. Lo recibió por un trabajo que vuelve a demostrar cómo, la alta concentración del ingreso es un obstáculo al crecimiento económico y que los impuestos a los flujos de capitales y a la riqueza patrimonial de las clases altas, no solamente son una corrección a la desigualdad, sino que también, son técnicamente posibles.

Lo que quiero decir es que desde los años ochenta (los de hegemonía friedmaniana) la distribución del ingreso (un tema clásico de nuestra ciencia) había sido expulsado del campo porque se trataba de una “cuestión moral”, uno que no podía ser incorporado a los modelos matemáticos y por tanto, no alcanzaba la categoría científica que, en cambio, si revestía a fenómenos como el precio, la productividad, inversión o utilidad.

La disparidad social y la extrema disparidad social no entraron a las ecuaciones del crecimiento durante muchos años y así fueron entrenadas varias generaciones de economistas, hipnotizados por su propio instrumental estadístico. Zucman ha venido a triunfar en el centro catedralicio de esas escuelas que han debido rendirse ante la buena lógica, la buena matemática y el sentido común de un economista heterodoxo menor de cuarenta años.

Otro desplazamiento notable lo ofrece Isabella Weber, investigadora de la Universidad de Massachusetts que ha puesto de pie las razones reales de la inflación después de la pandemia y que, con su teoría de la “inflación del vendedor”, demuestra que el fenómeno no es siempre ni en todas partes producto de un desajuste macroeconómico o monetario, sino que proviene de decisiones empresariales en sectores críticos y muy específicos. Por lo tanto, la medicina contra la inflación no es siempre la manida alza a los tipos de interés, sino intervenciones puntuales en la producción y el consumo. Algo que horrorizaría a Friedman, pero que nuestra investigadora ha probado con elegancia matemática y con políticas públicas que detuvieron con gran eficacia la inflación post pandémica, sin mirar demasiado a los bancos centrales.

Un tercer ejemplo de los temblores que vive la ciencia lúgubre es, claro está, el salario mínimo. Resucitado como instrumento de política económica en casi todas partes (incluso en México) fue el escenario de una batalla intelectual que mereció el premio nobel. Merced a un trabajo riguroso e incontestable, Alan Krueger y David Kard, demostraron que un incremento en el salario no se traduce necesariamente en empresas con menos empleados y que por tanto, la sacrosanta “ley de la demanda” no es ni “natural” ni universal: depende de los contextos económicos concretos. Y más: un salario mínimo mayor tiende a mejorar las condiciones organizativas de las empresas.

En sociedades tan deshilachadas como la mexicana el crecimiento es imposible sin redistribución, desde el principio del ciclo; la inflación es, también, resultado de una puja redistributiva (no está en la esfera macroeconómica) y el salario mínimo es herramienta más poderosa que las políticas sociales para abatir la pobreza e incluir a la mayoría social.

Aspectos de billetes y monedas de diferentes denominaciones

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Cuartoscuro

Hay que cobrar conciencia del cambio en la disciplina económica, porque -hay muchas señales- la heterodoxia va ganando. 

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