El relato del hilo de Ariadna se encuentra en el mito del minotauro, que es tal vez uno de los relatos de la mitología griega más conocidos. El origen del minotauro ya se ha comentado en este espacio. Todo inició cuando el rey Minos de Creta se negó a cumplir con su deber público de sacrificar el toro blanco a Poseidón e incumplir con ello la palabra empeñada al dios de los mares. Poseidón había ayudado a ganar a Minos el trono de Creta en la contienda que tenía con sus hermanos.
El dios había entregado el toro divino a Minos como una señal del cielo de que era el favorito para obtener la corona. El pacto consistía en que una vez en el trono, Minos tenía que sacrificar el toro al dios que lo ayudó a obtenerlo. No obstante, Minos se encariñó con el toro blanco y escogió a uno parecido entre su rebaño para sustituirlo en el sacrificio. Con ello pretendió engañar a Poseidón, cosa que por supuesto no logró.
En represalia por la falta de lealtad del rey, Poseidón hizo que Pasifae, la esposa de Minos, se enamorara locamente del toro sagrado. La reina pidió al arquitecto del reino, Dédalo, que construyera una vaca de madera dónde ella pudiera introducirse y atraer al toro. De la unión del toro blanco de Poseidón y Pasifae nació el minotauro: un monstruo, mitad toro y mitad humano.
Minos, avergonzado por el nacimiento de aquel ser, producto del castigo divino a su codicia y al incumplimiento de las leyes del sacrificio, pidió al mismo Dédalo que construyera el famoso laberinto de Creta. Un lugar en el que pudiera esconder al Minotauro.
Por otra parte, Minos había vencido a la ciudad de Atenas en una guerra en la que causó destrucción, hambruna y muerte por la propalación de la peste. El oráculo aconsejó a los atenienses que, para acabar con las calamidades, aceptaran las dolorosas condiciones del tributo que pedía el rey Minos. Cada determinado tiempo Atenas debía enviar a siete jóvenes y siete doncellas a Creta para ser introducidos al laberinto y ser alimento del Minotauro.
En la última entrega, el príncipe Teseo se ofreció para formar parte de los jóvenes destinados a ser devorados por el monstruo. Su intención era dar muerte al Minotauro y de esa forma acabar con el terrible tributo. A su llegada a Creta, Ariadna, la hija de Minos y Pasifae, quedó enamorada del joven príncipe ateniense. Se propuso prestarle ayuda en su misión heroica a cambio de que le prometiera hacerla su esposa para toda la eternidad. Teseo aceptó el trato. La princesa corrió el riesgo de ser descubierta por su padre y de ser acusada de traición por los cretenses.
Era imposible entrar al intrincado laberinto y salir ileso de ahí. Los retorcidos y confusos caminos interiores hacían que cualquier persona perdiera la orientación. Las salidas que resultaban falsas, los caminos que en apariencia parecían más cortos o más fáciles de transitar, podían ser por lo común pistas engañosas y fatales.
Ariadna, que gustaba de practicar el arte del tejido, ingenió un método para que su prometido entrara al laberinto, diera muerte al Minotauro y regresara a salvo por el mismo camino de entrada. Le proporcionó un ovillo de hilo que debía atar a los muros de la entrada. Durante su recorrido por el interior, el príncipe debería ir desenrollando el ovillo para que, a su regreso, una vez de haber incursionado en lo más profundo y haber cumplido su misión, ese hilo fuera la pista segura para encontrar el camino de regreso y sortear los engañosos retruécanos de la construcción. Ariadna también le proporcionó a Teseo una espada mágica. En algunas versiones del mito, se cuenta que fue Dédalo quien aconsejó a la princesa cómo ayudar a Teseo.
Todo sucedió exactamente como Ariadna lo había planeado. Después de una ruda batalla, en la que en ocasiones parecía que el triunfo estaba al alcance del contrincante, Teseo mató al monstruo, regresó sin mayor contratiempo con la princesa y ambos emprendieron la huida por mar, en compañía de los jóvenes y doncellas liberados. En su trayecto de regreso una tormenta atacó la embarcación por lo que tuvieron que atracar y guarecerse en la isla de Naxos. Ahí la princesa Ariadna fue abandonada por el héroe, incumpliendo así su promesa de unión eterna. Se cuenta que Dionisio, el dios del vino, la rescató de la isla, la hizo su compañera y la inmortalizó en el cielo nocturno lanzando su diadema hacia lo alto para dar lugar a la constelación de la Corona Boreal.
Hay relatos que cuentan que Teseo no abandonó a su compañera, a la que le debía el triunfo, de manera voluntaria. Fue ésta la que se extravío en el interior de un espeso bosque. Después de una exhaustiva búsqueda le fue imposible localizarla, por lo que, resignado y muy a su pesar, tuvo que partir sin ella. De una u otra forma Teseo quedó como alguien que no pudo honrar su palabra empeñada.
El hilo de Ariadna en ocasiones se utiliza para referirse a la guía que se debe llevar consigo cuando se incursiona en actividades que fácilmente pueden llevar a la confusión, la pérdida de orientación o del sentido común. En la práctica científica, el método es indispensable para transitar por la exploración y la búsqueda del conocimiento sin perder la brújula y quedar atrapado en su complejidad. Los valores morales, las leyes, el respeto a los derechos individuales, la cordialidad, la tolerancia y el diálogo son los hilos conductores en el intrincado y siempre difícil camino de la civilidad.
Existen líderes políticos que asumen que su misión es asesinar al monstruo escondido, pero cuando incursionan en los laberintos del poder y llegan a su nivel más alto, no saben cómo regresar a la puerta por la que entraron. Quedan atrapados en el espejismo de su propia demagogia, en la grandilocuencia y el inflamado ego. Les hizo falta el hilo de Ariadna que los regresara, después de ejercer el poder, a ser y actuar como cualquier ciudadano común.
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