Opinión

El horror de la pandemia

Un canto de Esperanza

Estábamos acostumbrados a enfrentar los problemas cotidianos y moderados, pero ante la situación actual, el tipo de problemas han cambiado y todos estamos expuestos a las variaciones de nuestra salud y de nuestra economía.

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El horror de la pandemia

La pandemia llegó a los lugares más remotos del mundo y también a los más cercanos, a nuestros propios hogares. Atacó los cuerpos fuertes y débiles, a personas sanas y a enfermos. A jóvenes y viejos sin distinción de sexo, religión o creencias. Atacó en los lugares limpios o en los lugares insalubres.

La pandemia se convirtió en una muerte social. En cierto grado somos espectadores de una enfermedad social y sus síntomas. Muchas almas se han entristecido con el aislamiento y todos tememos por nuestra seguridad. Somos testigos de una grave parte de la historia y debemos aprender de todo ello.

A quienes han enfermado del virus en esta pandemia, ¡cómo deben añorar la salud! Pues hay muchas personas que tienen secuelas de un padecimiento que nunca pensaron que llegaría a sus vidas, y que ha marcado su cuerpo y su alma.

Ni que decir de aquellos que vinieron ya tocados de alguna enfermedad previa, nunca supieron a qué grado llegaría este empujón y menos en que terminaría.

Todos empezamos a tener miedo de acercarnos a nuestros semejantes, aún a nuestra propia familia. Nos vemos recíprocamente como apestados. Las cuarentenas dieron tiempo para atraer infinidad de pensamientos negativos y por supuesto pensar en la muerte. La cual en el caso de esta pandemia es con dolor, consciente, sin sacerdotes o rezos alrededor y sin el amor o cariño de quienes nos aman. Después la incineración, que hace que no quede huella de ese ser humano. En realidad, morir de COVID es lo más inhumano que hay. Es morir sin consuelo ni esperanza.

Lamentablemente se termina por ver solo las cifras, sin asombrarnos por niños, jóvenes o ancianos fallecidos. Como la gran mayoría no eran nuestros seres cercanos, no lloramos por ellos.

Ningún país estaba preparado para recibir esta pandemia. Los humanos no fuimos capaces de preverla y, sin embargo, ya llegamos hasta el planeta Marte.

Nuestra mentalidad cambió. Sobrevivir la pandemia fue lo único que importó. La salud fue el foco de atención para todos nosotros. Se postergaron todos los deseos y aspiraciones y se conformó uno con lo que hay. No es que se haya dejado de luchar, sino que las baterías se enfilaron para otro lado. Las metas cambiaron, nos volvimos menos exigentes, pero más escépticos con la gente. Más conformes con lo que somos y tenemos y como si hiciéramos un trueque con Dios mismo le decimos “si tú me das salud yo no te pediré nada más”

Dejamos de hacer planes a largo plazo al descubrir la inutilidad de ello pues no sabíamos qué habría de sobrevenirnos y decidimos vivir el día a día. Pero vivimos espantados, olvidándonos que no vinimos a aprender a morir sino a vivir intensamente, pues lo primero llegará cuando sea su momento, lo segundo es nuestra entera responsabilidad y, en el fondo nuestro deber.

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