Opinión

No somos iguales; somos peores

La revelación hecha por Mexicanos Contra la Corrupción y la Impunidad (MCCI) y Latinus sobre la lujosa casa que habitó José Ramón López Beltrán (hijo de Andrés Manuel López Obrador) y su esposa Carolyn Adams, ubicada en Conroe, Texas, pone al descubierto la doble moral del discurso presidencial. Por un lado, pregona la honradez y la austeridad; pero, por otro lado, los suyos aprovechan las mieles del poder ocupando casas propiedad de la compañía petrolera Baker Hughes que tiene contratos con Pemex y se dan una vida de lujo. Como era de esperarse, López Obrador salió en defensa de su hijo. Queda al descubierto que la prédica del tabasqueño sólo es de dientes para afuera.

Por lo demás, esta doble moral ya era conocida. Allí está el caso, por ejemplo, de Delfina Gómez, secretaria de Educación Pública, quien durante el tiempo en que encabezó el municipio de Texcoco cobró un “diezmo” a sus empleados. Parte de ese dinero fue a parar a las arcas de Morena. El Tribunal Electoral del Poder Judicial de la Federación (TEPJF) ratificó la sanción que el INE le impuso a Morena, por 4 millones 529 mil pesos, por haber omitido ingresos en 2014 y 2015 recibidos mediante un esquema de financiamiento paralelo. Dicho financiamiento se realizó a través de la asociación Grupo de Acción Política que obtenía fondos de ese diezmo texcocano. El hombre de Tepetitán, defendió a Delfina diciendo que se trataba de una campaña de desprestigio.

Y qué decir de Manuel Bartlett: Carlos Loret de Mola, junto con Arelí Quintero, dieron a conocer que el directo de la Comisión Federal de Electricidad (CFE) declaró ante la Secretaría de la Función Pública (SFP) un patrimonio de 51 millones de pesos e ingresos anuales por 11 millones de pesos; sin embargo, su fortuna es 16 veces más grande, tan sólo en propiedades inmobiliarias. Son 23 casas de lujo ubicadas en las colonias más exclusivas de la zona metropolitana. Aunque en su libro Entre la historia y la esperanza (1995) López Obrador, acusó a Bartlett de enriquecerse ilícitamente a costa del erario, en esta ocasión salió en su defensa. Primero porque la SFP no encontró irregularidad alguna: varias de las propiedades estaban a nombre de la pareja sentimental del exgobernador de Puebla, Julia Abdala o de su hijo, León Manuel Bartlett Álvarez. Sobra decir que, también, López Obrador defendió a quien fuera secretario de Educación Pública durante el sexenio de Carlos Salinas de Gortari.

Esta es la “élite” que hoy gobierna a México. Y, en verdad, resulta paradójico, porque una de las cantaletas de López Obrador es que la tecnocracia neoliberal hundió al país en el caos. Prometió que su gobierno sería distinto (“no somos iguales”). La ideología de esa élite se basó en la reivindicación de la libre competencia, el adelgazamiento del Estado mediante las privatizaciones, el saneamiento de las finanzas públicas y la apertura comercial; pero, AMLO no da nombres. Quienes encabezaron la implantación del neoliberalismo en México fueron: Carlos Salinas de Gortari, José Córdoba Montoya, Pedro Aspe, Ernesto Zedillo, Francisco Gil Díaz, José Ángel Gurría, Herminio Blanco, José Antonio Meade y Luis Videgaray.

Andrés Manuel López Obrador debería estar agradecido con Luis Videgaray porque este egresado del ITAM fue quien le abrió camino a la presidencia de la república, redoblando la política neoliberal como una fábrica de pobres. Gente sin recursos que se arremolinó en las urnas hechizada por la demagogia del “rayito de esperanza.”

Carlos Salinas de Gortari, mencionó en diversas ocasiones que los verdaderos enemigos del “modelo modernizador” no estaban en los otros partidos políticos, sino dentro del PRI. A esos adversarios del neoliberalismo los llamó “la nomenklatura”.

De hecho, la élite neoliberal desbancó a la llamada “Familia Revolucionaria” (Frank Brandenburg, The Making of Modern Mexico, Prentice-Hall, 1964). Es la clase política que se formó luego del triunfo del movimiento armado iniciado por Francisco I. Madero en 1910. Primero estuvo formada por militares sonorenses como Álvaro Obregón, Plutarco Elías Calles, Benjamín Hill, Manuel M. Diéguez. Pero luego, el país pasó del militarismo al civilismo: el primer presidente civil fue Miguel Alemán Valdés (1946-1952). De allí en adelante ya no hubo más presidentes militares.

Se establecieron nuevas reglas políticas: los problemas en el seno de la élite gobernante ya no se arreglarían a balazos, sino mediante cónclaves encabezados por el jefe de la familia revolucionaria que por lo general fue el presidente en funciones. Los miembros de la familia revolucionaria eran algunos secretarios de Estado, líderes empresariales y líderes sindicales. Entre ellos destacan: Emilio Portes Gil, Eduardo Hay, Narciso Bassols, Eduardo Suárez, Silvano Barba González, Manuel Tello, Antonio Ortiz Mena, Alfredo del Mazo Vélez, Javier Rojo Gómez, Jaime Torres Bodet, Jesús Reyes Heroles, Carlos Lazo, Salomón González Blanco, Fidel Velázquez, Juan Sánchez Navarro.

El Régimen de la Revolución, ciertamente, cometió muchos errores; pero no podemos negar sus aciertos: encaminó al país por la senda civilizatoria, garantizó durante décadas la estabilidad política y la paz social, creó instituciones que hasta hoy perduran como Pemex, CFE, el IMSS, el ISSSTE, la UNAM, Nacional Financiera, Banobras y Conacyt. El timbre de orgullo fue la política exterior.

Ciertamente, tanto en el Régimen de la Revolución como en el neoliberalismo hubo corrupción; pero jamás estuvo solapada públicamente por el presidente de la República.

Además, una cosa es adelgazar el Estado (neoliberalismo y otra demolerlo (AMLO).

Lo que debemos hacer, para salir de bache de la 4T, es crear una alternativa distinta: una ideología apuntalada por la democracia y por el desarrollo económico con responsabilidad social. Formar una clase dirigente que goce de prestigio, pulcritud y apoyo social.  

Foto: Especial

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