Opinión

¿La inteligencia artificial y el fin del trabajo?

A mediados de la década de los noventa del siglo pasado el economista y profesor de la Universidad de Pennsylvania Jeremy Rifkin escribió El fin del trabajo. El libro contiene un estudio provocador sobre el impacto que tiene la incorporación de las nuevas tecnologías en el trabajo realizado por los seres humanos.

Inteligencia artificial

Inteligencia artificial

Lo que motivó a Rifkin para escribir el libro fue la observación de las cifras de desempleo y subempleo en el mundo. En esos años eran las mayores registradas desde la gran depresión de los años treinta. La aceleración del cambio tecnológico en las áreas de la computación, las telecomunicaciones y de otros sectores que incorporaron nuevos conocimientos científicos en sus actividades cotidianas había afectado de manera irreversible el mercado laboral.

“La era de la información ha llegado -escribió el autor-. En los próximos años nuevas y más sofisticadas tecnologías informáticas basadas en la información y en el empleo de los ordenadores llevarán a la civilización a situaciones cada vez más próximas a la desaparición del trabajo.” Con la llamada tercera revolución industrial se entraría a una etapa nueva en la historia de la humanidad que Rifkin denomina la “era posmercado.”

Durante las anteriores revoluciones tecnológicas la fuerza de trabajo sustituida o desplazada por los nuevos inventos, era más o menos absorbida rápidamente por actividades o sectores que surgían en otras áreas de la economía. De esta forma, los trabajadores despedidos por una empresa que se modernizaba, encontraban empleo en una de reciente creación.

En la revolución científico-tecnológica de finales del siglo pasado, por el contrario, la absorción de los trabajadores desplazados por nuevas inversiones no era suficiente para mantener el empleo en niveles aceptables. “El único sector aparentemente emergente es el relativo al conocimiento, formado alrededor de una pequeña élite de empresarios, científicos, técnicos, programadores de ordenadores, educadores y asesores.”

Este fenómeno estaba produciendo una creciente polarización entre dos frentes aparentemente irreconciliables. Por un lado, una élite cosmopolita y optimista que tiene acceso a las nuevas tecnologías y, en el otro extremo, un amplio sector de trabajadores empobrecidos, con pocas esperanzas en su futuro y resentidos con el progreso y sus agentes.

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Según el autor, la desesperación y la falta de perspectivas en un futuro mejor estaban empujando a amplios segmentos de la población a vivir en una “vasta subcultura criminal”. “La nueva cultura “fuera de la ley” está empezando a plantear una seria e importante amenaza para la capacidad de los gobiernos a la hora de mantener el orden y de garantizar la necesaria seguridad de sus ciudadanos.”

Rifkin termina su estudio haciendo una propuesta radical que modificaría la estructura y la forma en la que se distribuye la riqueza. Anteriormente el ingreso de la mayoría de la población se obtenía mediante su participación directa en los procesos económicos. El salario y su valoración -el monto recibido- estaba supuestamente relacionado con el nivel de rendimiento de cada empleado. Por su contribución marginal a la creación de los beneficios.

En un mundo más automatizado y donde se requiere menos el esfuerzo del trabajo, se deberían establecer nuevas formas para redefinir el “valor” de las personas y crear un nuevo esquema de relaciones humanas, más allá de las que se derivan de las esferas de la producción y distribución tradicionales.

En este nuevo mundo el sector público probablemente debería desempeñar un papel menos relevante en las cuestiones de la producción directa y el comercio, y participar de manera más activa y explícita en la “reconducción” de los beneficios del progreso hacia los sectores de la población menos favorecidos o francamente desplazados.

Vistas a la distancia muchas de las preocupaciones y vaticinios de Rifkin se disiparon o no se materializaron del todo. Algunos países del mundo desarrollado están pasando ahora mismo por una etapa que se podría caracterizar como de pleno empleo y de crecimiento de los niveles de ingreso de los trabajadores. Un panorama un tanto diferente al que se presentaba al inicio de los noventa. La sociedad “posmercado” que estaba en su radar ya no es algo que se mencione seriamente. Amplios sectores de la economía se han venido reconfigurando siguiendo los nuevos patrones tecnológicos, produciendo estructuras emergentes de empleo, producción y consumo.

Otras advertencias, por el contrario, tienen plena vigencia y algunos temores sobre el impacto del avance técnico y el conocimiento sobre el empleo y el ingreso se han renovado. El progreso no ha beneficiado por igual a las personas al interior de los países, tampoco lo ha hecho entre las naciones. El auge de los movimientos antisistema en diferentes lugares y el incremento de los flujos migratorios dan cuenta de ello.

La súbita aparición de la llamada inteligencia artificial ha producido una especie de ansiedad en muchos trabajadores.

Las anteriores disrupciones tecnológicas en la vida laboral impactaban sobre todo el trabajo mecánico y manual. Las máquinas, herramientas, robots, las computadoras (“los autómatas mecánicos, eléctricos o electrónicos”) llegaban a remplazar el trabajo físico de las fábricas o el rutinario de las oficinas administrativas. Hasta cierto punto el trabajo intelectual permanecía al margen de los efectos más perniciosos de las olas modernizadoras. La llegada de la inteligencia artificial también significa ahora un riesgo para esas personas altamente calificadas, aquellas que viven del conocimiento, del aprendizaje, de la enseñanza, del desarrollo del pensamiento lógico o estratégico.

Profesores, administradores, abogados, escritores, ingenieros, arquitectos, periodistas, diseñadores, médicos, contadores, asesores, actores, algunos científicos y un sinfín de profesionistas temen por su futuro laboral. La OCDE en su informe sobre las perspectivas del empleo correspondiente al año pasado, señaló que el 27 por ciento de los trabajos actuales están en riesgo de ser sustituidos y tres de cada cinco trabajadores piensan que perderán su empleo durante los próximos diez años como resultado de la inteligencia artificial. Recomendó a los gobiernos desarrollar políticas públicas para evitar los efectos negativos de este fenómeno. (J.C. Figueroa).

No está muy claro aún si las sociedades tendrán la capacidad de asimilar y normalizar la irrupción de la inteligencia artificial en la vida colectiva, sin mayores sobresaltos. O por el contrario se acerca un escenario apocalíptico para el empleo y el ingreso, como el previsto por Rifkin hace un cuarto de siglo.

Los gobiernos, mediante sus políticas social, fiscal, de gasto y de inversión tendrán que jugar un papel más protagónico en la solución de los problemas producto del desigual mercado laboral. Cuestión que debería ser prioritaria en los programas de los partidos y en la agenda de la nueva administración.