Opinión

Jesús Silva Herzog Márquez tiene razón

El líder opositor, Claudio X. Gónzalez, tuiteó, el 22 de octubre: “La llamada 4T, una gran farsa, acabará mal, muy mal. Hay que tomar nota de todos aquellos que, por acción o por omisión, alentaron las acciones y hechos de la actual admon. (sic) y lastimaron a México. Que no se olvide quien se puso del lado del autoritarismo populista y destructor.” Se trata, evidentemente, de una posición contraria a los más elementales principios democráticos y que cae en las redes de la polarización azuzada por el populismo. En política, sobre todo en política democrática hay que actuar con el corazón caliente y la cabeza muy fría. A Claudio X. González, lo cegó la ira.

Demagogia

Demagogia

Así lo puso de manifiesto Jesús Silva Herzog Márquez en su artículo “La trampa del populismo” (Reforma, 1/11/2021). Jesús, refiriéndose al tuit de Claudio, dice: “El lenguaje es revelador. Quienes han cometido pecado “de acción y de omisión” merecen sanciones ejemplares. Es por eso que hay que hacer inventario de los perversos. Hay quienes piensan, como él, que debemos tener en la mira a lo que llaman “facilitadores” del nuevo régimen, a todos aquellos que creyeron en el proyecto de López Obrador, quienes lo defendieron, quienes votaron por él.” Es la invitación a ejercer la política del escarmiento.

Comparto la idea de Silva Hergoz respecto del error en el que incurrió Claudio X. González: “Esa oposición se ha tragado la retórica del populismo y me temo que también su lógica.” Efectivamente, quien sale beneficiado no es el movimiento de oposición, sino el demagogo de Palacio Nacional: “La purga que anuncia Claudio X. González, el patrocinador de la alianza opositora, no hace más que alimentar esa polarización que beneficia, más que a nadie, al Presidente que entiende a la perfección los resortes de esa mecánica. En esos impulsos está, quizá, la gran victoria del populismo: ha logrado cristalizar en sus antagonistas su propia lógica maniquea, su mismo impulso persecutorio, su brutal simplificación política, su siniestra lógica de guerra.”

En efecto, el populismo tiene una concepción conflictiva de la política. Lo han dicho, explícitamente, los ideólogos de este régimen, Ernesto Lacau y Chantal Mouffe. Esta última, incluso, ha reivindicado a Carl Schmitt (filósofo de Adolf Hitler) y su reducción de la política a la relación amigo-enemigo. Mouffe se lanza, además, contra el racionalismo: “En virtud del racionalismo prevaleciente en la discusión política liberal, es más bien entre los autores conservadores que yo he encontrado una guía para un entendimiento adecuado de la política. Ellos pueden sacudir mejor nuestras asunciones dogmáticas que los apologistas liberales. Este es el motivo por el cual he optado por llevar a cabo, mi crítica contra el pensamiento liberal con base en la égida de un pensador tan controvertido como Carl Schmitt.” (On the Political, London &New York, Routledge, 2005, p.4). De allí los vasos comunicantes entre el nazi-fascismo y el populismo (Federico Finchelstein, From Fascism to Populism in History, Okland, California University Press, 2017).

Laclau y Mouffe, sostienen que para llevar a cabo la demolición de la democracia constitucional se debe conquistar la “hegemonía cultural” (un concepto, manipulado y tergiversado, de Antonio Gramsci); es decir, ganar las consciencias de las personas, o mejor dicho, de las masas para así derrotar a las ideas ilustradas que están en la base de la democracia liberal. Esa hegemonía cultural populista se logra mediante la subyugación del pueblo y la veneración al líder. Parte importante de este montaje es la mentira de tal manera que las personas comunes y corrientes ya no logren distinguir la realidad de la fantasía.

Los populistas hablan a nombre del pueblo como la masa que está a su favor; quienes están en contra son excluidos y calificados como el no-pueblo. Es decir, los demagogos populistas fingen hablar a nombre de todos (pars pro toto).

La democracia liberal, por el contrario, tiene una concepción conciliadora de la política. La democracia no es tan sólo el gobierno de la mayoría, sino que es el gobierno de la mayoría que respeta a la minoría. Consenso y disenso forman parte inescindible de la democracia; no para que cada uno vaya por su lado, sino para que tiendan puentes de diálogo y compromiso. Eso sólo se puede hacer mediante la tolerancia, palabra clave en cualquier movimiento democrático. Por eso Hans Kelsen decía que el compromiso forma parte fundamental de la democracia. (Teoría general del Derecho y del Estado, México, UNAM, 1958, p. 347). En suma, la democracia liberal es el gobierno de todos (mayoría y minoría incluidas).

En estos momentos hay un esfuerzo educativo que emprender: esclarecer la naturaleza y alcances de la democracia constitucional. La reivindicación y difusión de los valores democráticos (Norberto Bobbio, Il futuro della democrazia, Torino, Einaudi, 1984, pp. 28-30): la tolerancia, la no violencia (física o verbal), el ideal de la renovación gradual de la sociedad mediante el debate libre de ideas y el cambio de la mentalidad y la manera de vivir, y la fraternidad.

La lucha por la hegemonía cultural de la democracia no puede permitir que sus líderes sean presa de la forma de pensar y actuar de los populistas. Allí sí seríamos derrotados. Dicho de otra forma: no podemos caer en el garlito que ha tendido Andrés Manuel López Obrador y su afán de imponer una tiranía populista aceptando que la política es sinónimo de guerra; para quienes defendemos la democracia constitucional la política es sinónimo de paz. Se cuentan las cabezas en lugar de cortarlas. Para eso se crearon las leyes y las instituciones de la república.

En democracia la única lista que cuenta es el padrón electoral.