Opinión

La literatura ficción , sus científicos literarios y la verdadera ciencia

La primera novela que en Occidente, durante el siglo XVIII, despertó tanto temor como fascinación por los ensayos científicos fue Frankestein o el Prometeo moderno (1818) de Mary Shelley. Abrió el gran tema de la ciencia ficción. Su autora fue hija de un conocido filósofo William Godwin y de Mary Wollstonecraft, protofeminista y escritora, que murió a los 38 años poco después del parto complicado de su hija Mary. Corría el año de 1797. Wollstonecraft dejó varios manuscritos inacabados y su hija Mary le profesó siempre gran admiración.

Casada por el poeta romántico Bysshe Shelley, Mary Shelley, se interesó con el fenómeno del galvanismo, es decir, la propiedad de la corriente eléctrica de provocar contracciones en los nervios y músculos de los seres vivos o de organismos muertos. Luigi Galvani , un científico italiano, había publicado en 1791 un libro en el que planteaba que con electricidad podría revivirse un cuerpo muerto. El “galvanismo” despertó un gran interés en todo el mundo.

El libro de Mary Shelley se convirtió pronto en una de las novelas más leídas. Solo hasta la tercera edición, en 1831, la escritora inglesa incluyó su nombre en su Frankestein. La historia crea la gran metáfora de que los estudios científicos puede albergar no sólo una catarata de prodigios sino también de poderes destructivos. La literatura gótica de la época no lograría un triunfo como el del libro de la joven Mary Shelley.

Especial

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En el siglo XVI, en Praga, había surgido la leyenda del Gólem, un personaje creado de barro, que salvaría a la comunidad judía, asediada siempre. El escritor austríaco Gustav Meyrink publica la historia en el 1915. Trata de cuando el rabino Löw, un cabalista, equivalente a un científico en los lejanos años de los 1500, construye un hombre, al que por medio de pases mágicos, lo insufla de vida. El Gólem protege y ayuda a los judíos acusados de la desaparición de un niño cristiano. El problema después reside en que el Gólem crece sin parar y se torna violento e incontrolable. El rabino Löw borró de la frente de la criatura la e de la palabra emet, que significaba verdad, y le deja solo met, que en hebreo alude a la muerte y lo despojó de la vida. Guardó al Gólem en el ático de la sinagoga vieja-nueva de Praga y no se volvió a saber de la creatura. Jorge Luis Borges escribió un bello poema al respecto del Gólem.

El escritor ruso Mijaíl Bulgákov, que además era médico, escribió en 1925 Corazón de perro, durante una política económica, propuesta por Lenin, llamada “capitalismo de Estado”. Quizá Bulgákov tomó esa etapa como una relajación del comunismo. Nada más lejano. Su libro no vio la luz entonces. La novela era una sátira del Nuevo Hombre soviético. Cuenta la historia de un perro callejero a quien salva un médico anticomunista, pero respetado por los tratamientos que aplica a reconocidos miembros del Partido. El científico somete al perro a una difícil intervención quirúrgica, después de la cual, Shárik, que así se llama el perro, se transforma en un ser humano descuidado. Si puede, insulta a las mujeres, no se afeita y se viste como un vago y comienza a cometer tropelías. Al final, el “hombre nuevo” sufre una regresión a su estado perruno. Cabe mencionar que el cuerpo humano de Shárik pertenecía a un borracho, simpatizante de los bolcheviques y que la novela no se publicó en la URSS hasta 1987.

Pienso ahora en la novela En busca de Klingsor de Jorge Volpi, publicada en 1999, que aborda los desvelos y el trabajo secreto del teniente y físico estadounidense Francis Bacon para averiguar quién era Klingsor en la época siniestra del nazismo, un científico que controló las investigaciones del Tercer Reich para producir la bomba atómica.

Como vemos, la ciencia ficción, o en el caso de Volpi, una novela policiaca, si le queremos imponer un género, los científicos literarios (y cinematográficos) no siempre se rigen por la ética sino por la investigación y sus resultados. Es el caso de la famosa novela corta del británico Robert Louis Stevenson. Su personaje científico, doctor Jekyll crea un malvado alter ego, el señor Hyde. El extraño caso del doctor Jekyll y Mister Hyde se publicó en 1886 y, como todas las otras OBRAS mencionadas, su lectura es un deleite.

Sin embargo, sin los científicos, en la vida real, no habrían surgido grandes y beneficiosos cambios en la humanidad: las vacunas, medicinas casi milagrosas, más un conocimiento profundo de los males que pueden afectarnos y cómo resolverlos, amén de una mayor comprensión de la física, del universo y de la naturaleza, etcétera. Apoyar el avance de la ciencia, que no posee nacionalidad alguna, es uno de las obligaciones de todos los países. Por desgracia en estos momentos en México, los científicos son vistos con anteojos deformados. Una brutal calamidad.