Opinión

Lógica y pensamiento crítico

Steven Pinker publicó recientemente un interesante libro: Racionalidad. En él se pregunta por qué en la sociedad actual, junto al avance de la ciencia y el progreso técnico proliferan las noticias falsas, teorías de la conspiración, charlatanes y demagogos.

La lógica, el pensamiento crítico, la probabilidad, la causalidad, la correlación y otros métodos del pensamiento riguroso, son herramientas que han solucionado innumerables problemas teóricos y empíricos. Eso explica el avance de la civilización y por eso portamos la etiqueta de “Homo Sapiens” en la clasificación de las especies.

Pese a la capacidad para razonar, abundan los sesgos, falacias y disparates. “Tres cuartas partes de los estadounidenses creen en un fenómeno que desafía las leyes de la ciencia, incluidos la sanación psíquica (55%), la percepción extrasensorial (41%), las casas encantadas (37%), y los fantasmas (32%), lo cual significa, además, que algunas personas creen en las casas encantadas por los fantasmas sin creer en los fantasmas”.

El autor sostiene que, si la crítica cumple su tarea, haría mucho más difícil el engaño y autoengaño. Pensar correctamente puede ser una tarea utópica, si se pretende que toda la población lo haga, como pensó Leibniz. Así como se enseña el uso adecuado del idioma, se debería educar en el uso regular de las reglas del razonamiento lógico y el pensamiento crítico.

Hay quien sostiene que existen diversas formas de conocer y que todas ellas son válidas, que la razón, la verdad y la objetividad son construcciones sociales y su defensa favorece a grupos privilegiados. Otros se preguntan: ¿quién puede determinar lo que es correcto y lo que no? ¿No es ésta una pretensión autoritaria y promotora del pensamiento único?

La libertad de pensamiento es una conquista de las sociedades democráticas. Su defensa es irrenunciable. La amenaza a este derecho no proviene de la razón ni del pensamiento crítico, sino del fanatismo, la superstición y de los liderazgos que buscan adhesiones acríticas a una ideología única. Los enunciados deben pasar por el tamiz de ciertos controles y contrapesos para evitar el engaño y la mentira. La revisión por pares en la ciencia, la estructura judicial que corrige decisiones de primera instancia, la verificación de datos que realiza el periodismo, la libertad de cátedra y la libertad de expresión, cumplen la función de valorar lo falso y lo verdadero.

Se distinguen dos tipos de falacias: las formales y las informales. Las falacias formales son aquellos enunciados que derivan de aplicar las reglas formales de la lógica, pero lo hacen de manera errónea. Hay razonamiento, pero deficiente. Las falacias informales son resultado, no del razonamiento, sino de prejuicios, creencias, complejos y emociones. Los difusores de falacias informales no hacen un esfuerzo por sustentar sus dichos, simplemente los sacan de un repertorio de dichos y frases sin forma.

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Dialogar con personas que usan las reglas del razonamiento formal, aunque sea erróneamente, es más o menos posible. Confrontar ideas con aquellos que disparan enunciados sin ton ni son, es más complicado porque el asunto entra más al terreno de la fe que en el de la comprobación lógica o empírica. Los que acostumbran pensar con falacias informales, dice el autor, normalmente explotan algún señuelo psicológicamente persuasivo, pero intelectualmente espurio. Es deber del pensamiento crítico desentrañar la lógica de un argumento con el fin de detectar los supuestos no explícitos en el enunciado para evaluar su corrección.

Muchas de las ilusiones cognitivas son producto de errores clásicos. Aquí señalo unas cuantos.

El sesgo de confirmación. Buscar pruebas que ratifiquen una creencia y mostrar indiferencia hacia las evidencias que podrían refutarla. Daniel Kahneman ha observado, que los humanos nunca son tan irracionales como cuando protegen sus ideas favoritas.

El sesgo de autoridad. Aceptar un argumento sin cuestionarlo, sólo por el hecho de pertenecer a una persona de autoridad. Está escrito en la biblia, lo dijo el Papa, el presidente o tal o cual científico (aunque opine fuera del ámbito de su especialización).

La falacia ad hominem. No se evalúa una idea en sus propios términos, sino por el “tipo” de persona que la dice. Se juzga a las personas no por lo que hacen o dicen, sino por quiénes son.

El hombre de paja es la trampa que se hace al colgarle a un interlocutor atributos o dichos con el fin de derrotarlo en la discusión. Se construye una falsa efigie fácil de derrumbar.

El sesgo de la equivalencia moral impide la aceptación de una verdad porque: No tienes autoridad moral para criticar. Este era un recurso usado por los defensores de la Unión Soviética. Cuando se señalaba la represión, respondían: ¿y qué me dices tú de la discriminación de los negros en los Estados Unidos?

La falacia afectiva impide aceptar un enunciado si éste “hiere”, “perjudica” o causa “malestar” a pesar de que se refiera a hechos o datos reales. Muy usado entre los defensores de la corrección y ha servido para despedir profesores y periodistas que expresan ideas objetivas, pero “sensibles”.

El efecto arrastre. Se piensa que algo es verdadero porque lo cree la mayoría. Si las encuestas señalan que la mayoría lo aprueba entonces debe ser verdad.

La falsa dicotomía. Planteamos algo de manera terminante y no hay puntos intermedios. O estás conmigo o estás contra mí. O eres liberal o eres conservador, revolucionario o reaccionario.

La pendiente resbaladiza. Tendemos a creer que, si cedemos en algo, después puede venir algo peor. Esto lleva a conductas intolerantes.

Existen otros sesgos asociados con la incomprensión de conceptos estadísticos. Confundimos la probabilidad con la propensión y la correlación con causalidad.

Pinker aborda desde una perspectiva contundente el asunto del porqué debemos esforzarnos en identificar y eliminar los sesgos y falacias: porque su uso tiene un costo. Pensar erróneamente puede significar la pérdida de vidas humanas, desperdiciar recursos escasos, enturbiar la convivencia y la cohesión social y en general, el uso de ideas equivocadas puede incidir negativamente en el bienestar, particularmente si éstas sirven de base a un gobierno para elaborar políticas públicas.

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