Opinión

Maestras y maestros en el abandono

Sociedad y Estado deben fortalecer la profesión magisterial. Deben hacerlo como reparación de los agravios y ofensas que los maestros (los de educación básica) han sufrido durante décadas y por un imperativo de conciencia. Contar con una profesión docente bien pagada, que se distinga por su formación intelectual y moral, con miembros orgullos de su trabajo, seguros de sí mismos, que sean respetados y atraigan la admiración social, es la principal garantía para el futuro de México.

El profesor realiza su trabajo en soledad y en la oscuridad. Nadie observa su empeño y casi no hay distinciones públicas para los docentes que mejor trabajan y para los que sacan adelante a sus alumnos enfrentando adversidades indescriptibles en las zonas más remotas y miserables del país. Es raro que los medios de comunicación se asomen al interior de las aulas y más raro aún que los periodistas entiendan lo que sucede en ellas.

Foto: Cuartoscuro

Foto: Cuartoscuro

El país ignora a estos laboriosos obreros de la cultura. Pero el docente no sólo transmite conocimientos, crea habilidades y forma personas con una sólida estructura moral.

Los maestros también proveen seguridad emocional, afecto y amor a niños y púberes que, en innumerables casos, provienen de hogares y barrios con grandes carencias materiales y donde, en ausencia de una ética constructiva, privan el egoísmo, la competencia descarnada, la indiferencia, el maltrato y la violencia.

La escuela es con mucha frecuencia el único refugio para protegerse de ese entono bárbaro, el único lugar donde esos pequeños se sienten libres y protegidos por el trato caluroso que reciben de maestras y maestros.

Urge fortalecer al magisterio. Como grupo social, los maestros carecen de presencia pública; no tienen fuerza social para influir de forma decisiva en el rumbo de nuestra comunidad nacional. Esa debilidad se relaciona con la ausencia de organizaciones gremiales o sindicales auténticamente representativas: no existen en México gremios profesionales y el sindicato oficial, el SNTE, es un aparato corporativo y autoritario, gobernado por una élite burocrática incondicional del poder federal y cuya principal función es asegurar mediante el control el orden interno del sector educativo.

Las escuelas son pobres y en ellas estudian alumnos pobres. A veces no hay en ellas espacio suficiente, otras veces carecen de servicio de electricidad o falta agua potable, carecen de laboratorios, no tienen auditorio, o cancha de futbol, y sobra decir que la mayoría de las escuelas carecen de computadoras y de servicio de internet.

El maestro, pues, es una figura débil, borrosa, infravalorada. A veces el docente se siente inseguro respecto a su identidad profesional, considera ofensivo, denigrante, el bajo salario que recibe y abriga dudas sobre la calidad de su formación pedagógica, se siente inseguro también porque realiza un trabajo agotador en el que siempre faltan cosas: falta tiempo, falta equipo, falta apoyo de los padres de familia, falta cursos y faltan estímulos para su desarrollo profesional.

El profesor vive en permanente angustia. Observa cómo aumentan las demandas que le hacen las familias. La estructura familiar también se ha transformado. Los divorcios, los embarazos tempranos, las madres solteras, las familias complejas (integradas por hijos de progenitor diferente), los alumnos de familias migrantes y, sobre todo, la enorme popularidad que entre los niños han ganado os artefactos virtuales (video juego, celulares, tabletas, computadoras y, desde luego, televisión), todos estos elementos crean nuevas demandas sobre las escuelas y enturbian las relaciones maestro-alumno y maestro-padres de familia.

Las habilidades digitales las tiene el alumno, no el maestro. Enfrentado en el aula a un problema técnico-digital, el profe titubea, no le agrada confesar su ignorancia y, a la postre, se resigna a pedir la ayuda de sus alumnos. La mayoría de los maestros de educación básica pertenecen a las generaciones pre-digitales.

El mayor problema que enfrenta son sus alumnos. Ya no son iguales. Los alumnos de hoy son más vivos, más despiertos, más audaces y más irreverentes. A veces son agresivos: rompen las reglas, no obedecen órdenes y se hacen castigar o expulsar creando nuevos conflictos entre el maestro y los padres de familia. Hay casos extremos donde el profesor es humillado y, a veces, golpeado por sus propios pupilos; cuando esto sucede, el maestro descubre con estupefacción que no existen recursos para que la escuela le haga justicia o, simplemente, para que los padres del niño agresivo le ofrezcan disculpas.

Por muchos años el maestro ha esperado que la solución a sus problemas y a su condición de oprimido vendrá del exterior, del Estado, del Sindicato, del señor Presidente, pero la experiencia ha mostrado que el único camino para lograr su liberación pasa por recuperar su autonomía individual, su libertad, su capacidad para decidir por sí mismo.