Opinión

El mal perdedor

En la Ilíada encontramos un sinfín de personajes que muestran los aspectos intrincados y complejos de la naturaleza humana. Durante y después de la larga guerra de Troya se puede dar seguimiento a la conducta de muchos de ellos. Deidades y guerreros, heroínas y comunes mortales son exhibidos con sus luces y sus sombras, con sus virtudes y debilidades. La Ilíada culmina con la muerte y funerales de Héctor, el héroe troyano que es vencido por Aquiles, pero la tragedia y la comedia de la Grecia clásica, así como la literatura posterior siguió reescribiendo y reinventando sus historias y profundizando en las características de los protagonistas. La ira de Aquiles y sus hazañas en la batalla son contadas por Homero; su inclinación a la traición y su muerte, por su parte, son tratados en escritos posteriores. Aquiles era el hijo mimado de una divinidad marina, la nereida Tetis y del mortal Peleo. Era invencible con la espada y refinado en su educación. Él y su amigo, Patroclo, habían sido instruidos por el sabio centauro Quirón. Tetis sabía que su hijo iba morir joven por lo que se negaba a que fuera reclutado para el combate. Lo envió entonces a la corte del rey de Esciro, Licomedes, en donde permaneció oculto, vestido de mujer, hasta que Odiseo, con una de sus tretas, lo descubrió y lo llevó a la guerra. Son conocidos los episodios de cólera y berrinches de Aquiles, primero cuando Agamenón le arrebató a Briseida y después cuando Héctor dio muerte a su querido Patroclo. En el primer caso, como represalia al agravio del que fue objeto, se negó a ir a la batalla, ocasionando al debilitamiento del ejército griego y muchas bajas en su bando. Agamenón, arrepentido, envió una comitiva para aplacar su cólera, negociar con él y convencerlo que regresara al combate. Persistente en su irritación, era incapaz de negociar y ceder. En el segundo episodio, la furia lo hizo cometer actos terribles de impiedad en contra del cadáver del héroe troyano, violando las reglas del honor en el combate.

El héroe troyano que es vencido por Aquiles

El héroe troyano que es vencido por Aquiles

Poco se sabe, sin embargo, de la locura de Áyax el Grande, uno de los guerreros griegos más destacados. Sucede que cuando Aquiles es atravesado mortalmente por la lanza de Paris en el talón, su parte vulnerable, Áyax se introdujo en el terreno enemigo y rescató su cuerpo, mientras Odiseo le cubrió la retaguardia. Tetis, resignada ya por su pérdida, decidió conceder al griego más valiente la valiosa armadura de bronce de su hijo, que ella misma le había encargado manufacturar al dios herrero Hefestos. De todos los combatientes, solamente Áyax y Odiseo consideraron tener los méritos suficientes para quedarse con ella. Agamenón convocó a una asamblea de caudillos para que fueran ellos los que, en una votación secreta, decidieran quién debería heredar las armas de Aquiles. La votación favoreció a Odiseo. Áyax, que tenía fama de ser impaciente e iracundo, fue incapaz de aceptar el resultado. Enfureció tanto que perdió los estribos. Juró que esa misma noche tomaría venganza contra sus propios compañeros. Tomó su espada y salió a cumplir su cometido, profiriendo insultos contra todos. En el camino enloqueció y empezó a matar al ganado que el ejército griego tenía para su propia alimentación, imaginó que las vacas y borregos eran griegos. Atrapó unas cabras y empezó a destazarlas, pensando que eran Agamenón y Menelao. Al tiempo recobró el juicio y al ver la destrucción que había causado, lo embargó la vergüenza y temió la deshonra, por lo que se quitó la vida con su propia espada.

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La arrogancia y el resentimiento persiguieron a Áyax al más allá, nunca superó haber perdido la votación que lo consideró inferior en valentía. Cuando Odiseo visitó el inframundo como se narra en la Odisea, entre muchos otros conocidos se encontró a Áyax el Grande. Odiseo quiso entablar un dialogo amistoso con él, pero Áyax lo ignoró y pasó de largo. Sentía herido su orgullo incluso después de muerto.

La intolerancia a la frustración, a la derrota y sus consecuencias en la conducta extrema de algunas personas -males que aquejaban por igual a estos héroes griegos- ha sido tratada desde diferentes puntos de vista. Por ejemplo, Hans Magnus Enzensberger, en su pequeño ensayo titulado El perdedor radical, explica el comportamiento de ciertas personas que están dispuestas a perder todo, incluso su vida, con el fin de tomar venganza y eliminar mediante la violencia a todo aquel que considera la causa de sus desgracias. El perdedor radical es un arquetipo psicológico. La mayoría de las veces es un hombre que se ha colgado a sí mismo atributos de superioridad incuestionada y no llega aceptar que esas cualidades no se corresponden con la realidad. El paso definitivo que lo empuja a la venganza, se da cuando esta persona se convence que, en efecto, perdió lo que pensaba que era o debía ser. Cuando cruza esta línea, el personaje puede estallar en cualquier momento y la solución que imagina a su problema es acrecentar el mal que le hace sufrir. Se mueve en una espiral emocional de sentimientos de destrucción y auto destrucción. Se hace extremadamente susceptible a la crítica y a todo lo que puede herir sus sentimientos. Encuentra siempre el origen de su situación en enemigos, culpables de su propio malestar. También echa mano de quimeras y abstracciones conspiratorias.

El psicólogo cognitivo norteamericano Albert Ellis, desde otra perspectiva, intentó desarrollar en los años cincuenta del siglo pasado una terapia que denominó reestructuración cognitiva, la cual parte de la idea de que muchas de las afecciones de la conducta, como la intolerancia a la frustración y a la derrota, tienen su origen en una percepción distorsionada de la realidad. Planteaba que, mediante el análisis racional, las personas pueden identificar lo absurdo de sus pensamientos patológicos al enfrentarlos con las evidencias.

Sea una cosa u otra, seguimos leyendo estas historias antiguas y nos fascinamos con ellas, seguramente porque nos damos cuenta que la naturaleza humana ha permanecido inmutable en el tiempo. Los mismos sentimientos y emociones elementales que atormentaban a las personas desde hace milenios persisten en nuestros contemporáneos.