Opinión

La maldición de Casandra

Casandra era la hija más bella del rey Príamo de Troya. Durante la guerra hubo extranjeros dispuestos a luchar del lado de los troyanos a cambio de que el rey les concediera la mano de la princesa. El propio Apolo la pretendía y no dejaba de cortejarla, pero Casandra, que oficiaba como sacerdotisa en el templo, había hecho votos de castidad eterna y no estaba dispuesta a romper su juramento sagrado.

Casandra era capaz de predecir el futuro con enorme precisión, pero por desgracia, nadie
creía en sus profecías.

Casandra era capaz de predecir el futuro con enorme precisión, pero por desgracia, nadie creía en sus profecías.

Imagen, Casandra, de Evelyn de Morgan.

Casandra era capaz de predecir el futuro con enorme precisión, pero por desgracia, nadie creía en sus profecías. Era considerada una persona afectada, fantasiosa y desequilibrada. Alguien perturbadora y fuera de sus cabales. Su propio padre hizo que la encerraran en un lugar donde nadie pudiera escucharla para no inquietar a la población; la doncella no dejaba de advertir sobre el fatal desenlace que tendría para su pueblo la decisión de ir a la guerra contra los griegos. Cuántas tragedias pudieron haberse evitado si los troyanos, ya no digamos, hubiesen tomado con seriedad sus predicciones, sino tan sólo considerado la remota posibilidad de que un ápice de lo que ella decía, fuese cierto.

¿Cómo había adquirido Casandra el don de la profecía y por qué nadie creía en sus vaticinios?

En una versión del mito se cuenta que Casandra, al igual que su hermano gemelo Héleno, tenían la facultad de la predicción desde pequeños. Se afirma que cuando eran niños se realizó una fiesta en el templo de Apolo para celebrar su cumpleaños. Allí jugaron sin parar durante todo el festejo y al final, agotados por el brincoteo, cayeron rendidos por el sueño profundo en un rincón del templo. Sus padres se olvidaron momentáneamente de ellos, pero después de un tiempo, su madre Hécuba, los encontró en una escena sorprendente: dos serpientes lamían las orejas de sus pequeños hijos. Hécuba aterrada lanzó un grito que las ahuyentó y las dos serpientes huyeron, deslizándose sigilosamente entre la maleza del campo. A partir de ese suceso Casandra y Héleno adquirieron el don de ver el futuro.

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El relato más conocido sobre el mito de la maldición de Casandra dice que, en una ocasión Apolo, que no dejaba de perseguir a la hermosa princesa, la encontró dormida en su templo. Ahí le prometió enseñarle el arte de los oráculos si accedía a acostarse con él. Casandra recibió de Apolo toda la instrucción requerida en materia de augurios, sin embargo, arrepentida de haberse comprometido, rechazó firmemente la segunda parte del trato.

Apolo le rogó a la doncella que cumpliera lo convenido. Le insistió y lo más que logró fue que accediera a darle un beso. Cuando las bocas de ambos estuvieron cerca, Apolo la escupió en la boca al tiempo de que dictaba la trágica maldición que la perseguiría de por vida: ninguna persona creería en lo que ella profetizara.

Cuando Hécuba dio a luz a su hermano Paris, Casandra profetizó que el recién nacido debía ser muerto, de lo contrario, causaría la desgracia del reino. Nadie la escuchó. Posteriormente se opuso a que el joven Paris partiera hacia Esparta para conquistar a Helena, la esposa del rey Menelao, por las consecuencias de aquella imprudencia. De nuevo no encontró eco entre los suyos.

En el engaño que los griegos tramaron como estrategia final para derrotar a los troyanos, llevando hasta las puertas de la ciudad -como supuesto regalo a la diosa Atenea- un enorme caballo de madera, Casandra le advirtió a Príamo que el caballo tenía en su interior hombres armados. En esta ocasión, otro de los adivinos del reino, Laocoonte, advirtió igualmente de los peligros de aceptar aquella ofrenda. Cuentan que Laocoonte enfático les aconsejó “no fiarse de los griegos ni siquiera cuando ofrezcan regalos”. Pues bien, ni las palabras de Casandra ni las de Laocoonte fueron tomados en cuenta.

El desenlace trágico es conocido. El Caballo de Troya fue introducido en la ciudadela, desde dónde descendieron los griegos armados, destruyeron la fortaleza, masacraron sin piedad a quienes se encontraron en su camino, saquearon el tesoro que encontraron y se llevaron como botín de guerra a las mujeres.

Casandra se refugió en el templo de Atenea donde intentó permanecer oculta a los ojos de los desalmados invasores, pero todo fue en vano. Áyax el pequeño la encontró y se la llevó para hacerla su concubina. En el camino Agamenón, rey de Micenas y jefe del ejército griego quedó deslumbrado por la belleza de Casandra y la reclamó para sí, pasando por encima de las pretensiones de Áyax.

El evento de mayor dramatismo sucede cuando Casandra presintió su propia muerte y la de su captor Agamenón. A pesar de que lo anunció con insistencia, no pudo evitar la tragedia.

En una de sus tres obras conocidas como La Orestíada, Esquilo describe la muerte de Agamenón y Casandra, así como de los hijos de ésta, en manos de Clitemnestra y Egisto. Casandra lo sabía y en un aterrador “diálogo de sordos” con el Coro, va describiendo paso a paso el crimen que está a punto de cometerse; el Coro la desestima por completo.

“¡Oh cielos! ¿Qué es lo que se está tramando?, [dice Casandra] ¿Qué nueva maldad es la que se presenta bajo ese techo? Crimen grande, muy grande odiosísimo, contra la propia sangre; crimen que no tendrá reparación alguna. ¡Está muy lejos el socorro!” El Coro responde no comprender nada de lo que la adivina señala.

“¡Ah, desdichada! ¿Cómo te atreves a consumar ese crimen?¡Vas a hacer entrar en el baño al esposo que comparte tu lecho; le vas a lavar tú misma, y!... ¿Cómo decir lo demás? Ello ha de suceder muy pronto.” Nuevamente el Coro se hace el desentendido: “Nada comprendo. Envueltos esos oráculos en enigmas, no acierto a descifrarlos.”

Después de asesinar a su esposo Clitemnestra, con un hacha, cortó la cabeza de la desdichada Casandra.

La maldición de Casandra la padecen hoy en día innumerables críticos, intelectuales y científicos que reiteradamente advierten de los peligros y riesgos que representan para la humanidad algunas costumbres sociales, prácticas tecnológicas y políticas públicas. La principal advertencia desatendida es la relacionada con los efectos del cambio climático. Pero no es la única, los gobiernos ponen oídos sordos a voces expertas que señalan con anticipación las consecuencias de implementar tal o cual política pública equivocada. En muchas ocasiones los malos augurios se cumplen pudiéndose evitar.