Opinión

Memoria en orden de Antonio Tenorio

El día de ayer presentamos de manera virtual el libro de ensayos del escritor, profesor universitario y diplomático mexicano Antonio Tenorio. Se titula Memoria en orden: de la comunidad imaginada a la nación letrada, cinco historias de la literatura mexicana en busca de lo nacional. Ha sido publicado por la Universidad Autónoma de Aguascalientes. Recojo para esta entrega algunos de mis comentarios.

Foto: @atenoriom

Foto: @atenoriom

Los ensayos de este volumen se dan a la tarea de reflexionar sobre un tema recurrente al que nos enfrentamos cuando pensamos en el pasado y el presente de lo que llamamos “la literatura nacional”. ¿Desde dónde y cómo se han concebido, escrito y publicado las “historias de la literatura mexicana” a lo largo de más de una centuria de esfuerzos en este sentido? ¿Existe a todo esto una “literatura mexicana”? y si existe ¿Qué define su “mexicanidad”?

¿Acaso la escrita por autores mexicanos? En tal caso pongamos dos ejemplos en contrario: la obra de Bruno Traven (polaco y alemán), a la que consideramos sin lugar a dudas parte de la tradición literaria mexicana, o bien la poesía del Luis Cernuda exiliado México: ¿Pertenece ésta última al ámbito poético mexicano, al español-ibérico, o tal vez a algo acaso más universal y cosmopolita, a grado tal que no se podría definir ni historiar a partir de fronteras, pasaportes y actas de nacimiento?

Si es acaso la literatura mexicana aquella escrita en español –es decir, en nuestro español mestizo, que integró en su evolución otros vocablos y otras lenguas– hace ya más de medio siglo que Miguel León Portilla nos recordó que había también literatura, imaginación, creación, invención, y todo un lenguaje en expansión, cargado de significados y de símbolos, antes de la conquista.

Si es en todo caso la literatura mexicana aquella escrita en “suelo nacional”, ¿Podremos entonces incluir en el recuento Bajo el Volcán de Malcom Lowry, o el Águila y la Serpiente de D.H. Lawrence? ¿Qué es entonces la literatura mexicana? ¿Dónde empieza y dónde termina? ¿Cómo delimitarla?

¿Es acaso la que acude a la monografía de temas mexicanos? Mis contemporáneos de la generación del Crack reivindicaron la posibilidad de hacer literatura mexicana sin tener necesariamente que abordar los temas mexicanos, pero ya mucho antes abundan los ejemplos de esta negación temática en obras como Farabeuf, de Salvador Elizondo, Morirás Lejos de José Emilio Pacheco o, para no ir más lejos y cerrar la discusión, el universalismo contundente de Alfonso Reyes.

Gabriel Zaid en su célebre ensayo “Problemas de la cultural matriotera” nos recordó el lío en el que nos metimos en Latinoamérica por nuestro afán de “asumir identidades culturales a partir de identidades geopolíticas: la mexicanidad, la guatemaltequidad”. Podríamos seguirnos en esta tarea: ¿La hondurañeidad, la ecutoraiendad?. Esto nos lleva al extremo de que en México se realicen estudios o se publiquen antologías de la literatura veracruzana, poblana, o colimeña –esta última detenta, por cierto, el extraño privilegio de contar en su geografía con un Comala sin Rulfo ni Pedro Páramo–.

El libro de Antonio Tenorio estudia las obras de dos autores de las postrimerías del siglo XIX: Francisco Pimentel (Historia crítica de la literatura y de las ciencia en México, 1890), y José María Vigil, la inconclusa (Historia de la Literatura Mexicana, 1905); analiza otras dos obras publicadas en 1928 al calor del nacionalismo revolucionario de la tercera década del siglo XX: las “Historias de la literatura mexicana” de Carlos González Peña y de Julio Jiménez Rueda; y concluye con la labor que en este mismo sentido ha emprendido la académica mexicana Beatriz Garza Cuarón, desde el Colegio de México.

La construcción del nacionalismo mexicano porfirista en las postrimerías del siglo XIX, en el caso de Pimentel y Vigil; el impulso vasconcelista y la cruzada del nacionalismo popular en el de González Peña y Jiménez Rueda; y la visión más académica, interdisciplinar, que estudia no solo lo canónico sino también lo marginal y contracultural de las letras mexicanas, en el de Garza Cuarón. 

En la primera mitad del libro, Tenorio, como el profesor universitario que es, se muestra exigente con sus lectores-alumnos. Nos lleva por un denso recorrido hermenéutico y filosófico de la mano de Benedict Anderson, Paul Ricoeur, Michel de Certau, Derrida, Barthes y Bhabhaba, para explicarnos los vínculos complejos entre literatura e historia, entre el autor y el lector, entre el libro y el contexto social, entre la memoria y la palabra, entre nación y narración. Todo esto, tomando como punto de partida la gran aportación de Benedict Anderson al explicar a las naciones como comunidades imaginadas, ejercicios colectivos de ficción.

Es hasta la segunda parte del libro –donde analiza las cinco empresas intelectuales que se dieron a la tarea de escribir una historia singular para la literatura mexicana–, cuando Tenorio relaja la prosa académica para llevarnos al encuentro del arte de ensayar como un oficio de la creación literaria, y como un ejercicio no menos analítico que narrativo.

Concibe Tenorio al ensayo como la “lectura de otras lecturas”. Un espejo de palabras en el que se reflejan simultáneamente tres tiempos: el del pasado del autor-lector y los autores a los que convoca; el del presente del lector; y el del futuro de las incesantes interpretaciones que tendrá el texto escrito para los otros. Un juego infinito de reflejos por el cual, nos dice: “cada libro, cada ensayo, anticipa a sus lectores”.

edgardobermejo@yahoo.com.mx