Opinión

México, 1921: las conmemoraciones del Centenario de la Consumación

México, 1921: las conmemoraciones del Centenario de la Consumación

México, 1921: las conmemoraciones del Centenario de la Consumación

La Crónica de Hoy / La Crónica de Hoy

Una fiesta para todos, para el pueblo. Eso fue lo que dijo el gobierno de Álvaro Obregón cuando se subió al carro de la conmemoración del Centenario de la Consumación de la Independencia. Un mes entero de celebraciones, de actividades populares. Porque de eso se trataba, anunciaron las autoridades: de que la efeméride se festejara lejos de los modos “elitistas y aristocráticos” de asuntos del pasado. Desde luego, aquella indirecta se refería a las Fiestas del Centenario efectuadas en los no muy remotos tiempos de don Porfirio. Y en este muy moderno 1921 se trataba de hace las cosas distintas.

Pero, ¿qué tan distintas podrían ser? La iniciativa había aparecido en algunos periódicos importantes, a principio de año. En aquel momento, no pareció tan atractivo al recién llegado gobierno obregonista, pero las necesidades geopolíticas empezaron a cambiar la perspectiva. Y para eso hacía falta un hombre de las confianzas del presidente Obregón; alguien que discurriera una habilidosa estrategia diplomática para equilibrar la posición mexicana en el concierto mundial, y que trabajara a favor del necesario reconocimiento de Washington.

Ese hombre era Alberto J. Pani, designado titular de Relaciones Exteriores a principios de 1921. Previendo que algunos obregonistas objetarían el nombramiento por la cercanía que alguna vez tuvo el personaje con el Primer Jefe Venustiano Carranza, Obregón decidió que, si alguien ponía reparos, diría que Pani era ave de paso en la Cancillería; solamente estaría algunos meses, en lo que se conseguía el reconocimiento de Estados Unidos, y luego se iría de embajador a la Unión Americana. Claro, era plan con maña.

En sus escritos autobiográficos, Pani jamás desmintió la afirmación de haber sido él quien propuso a Obregón entrar a las celebraciones del Centenario de la Consumación. De hecho, la especie fue confirmada por otra vía: las muy venenosas memorias de José Vasconcelos, quien supo el origen del proyecto por boca del secretario de Hacienda, Adolfo de la Huerta.

Vasconcelos lo tomó a mal y muy a pecho, porque en septiembre de 1921 él tenía en las manos la elaboración de una de las grandes obras de aquel gobierno: la creación de la Secretaría de Educación Pública, de todo a todo: desde la construcción de una sede para la nueva cartera, hasta la producción de materiales de estudio. Como se encargaba de supervisar también los pagos, cada semana iba a Hacienda a que le entregaran en efectivo lo que necesitaba para ir costeando la obra del maravilloso edificio que alojaría a la SEP.

Pero una mañana las cosas no fueron tan felices: “Procure no gastar mucho”, dice Vasconcelos que le dijo De la Huerta. “por el momento estamos cortos de dinero, pues hay que pagar las celebraciones ideadas por Pani”. Vasconcelos se indignó. Su odio por Pani se volvió eterno. Pero De la Huerta tenía razón: flacas andaban las finanzas en ese 1921; para financiar parte de las conmemoraciones, Obregón decretó el Impuesto del Centenario, contribución pequeña pero obligatoria para todo el que ganara un solo peso. El gobierno federal asumió para sí las celebraciones en la ciudad; los festejos en el resto del país correrían por cuenta e inventiva de cada estado y territorio.

UN SEPTIEMBRE DE FIESTAS

Lo cierto es que las celebraciones del Centenario de la Consumación de la Independencia fueron bastante exitosas: mostraron al México nacido de la cruenta revolución como un país moderno y ambicioso, al que le importaba progresar. Para comunicar este mensaje, la cancillería recibió por todo lo alto a veinticuatro delegaciones que aceptaron la invitación, entre países latinoamericanos y algunos europeos: los dos grandes ausentes, Estados Unidos y el Reino Unido, eran las dos naciones que mantenían pleitos legales por sus derechos sobre el petróleo mexicano que explotaban. El pleito era largo; desde tiempos de Carranza estaba aquel estira y afloja, y no acababa de resolverse.

Las conmemoraciones empezaron con septiembre, a todo vapor. El primer día se septiembre de 1921, toda la prensa publicó el programa de actividades que se desarrollaría a lo largo de todo el mes.

Lo cierto es que la Revolución triunfante, consolidada, se puso el frac y organizó bailes en Palacio Nacional, además de una temporada de ópera, cuya calidad fue irregular; las reseñas hablan lo mismo de funciones malísimas que de grandes presentaciones. Vasconcelos, destilando veneno, escribió años después que la famosa temporada operística fue para tener contento a Adolfo de la Huerta y que no se resistiera a desembolsar recursos para costear la gran celebración. Pero lo cierto es que al gobierno de Obregón también le era necesario departir con los selectos invitados llegados de otras latitudes, y, en el México posrevolucionario también había una élite económica a la que era imposible ignorar.

¿Qué tan popular fue el “festejo popular” que habían prometido las autoridades? Hubo muchas “ocasiones de contento”. Zarzuela, conciertos y un muy vistoso campeonato de esgrima de la Secretaría de Guerra y Marina. En Chapultepec hubo lunadas muy concurridas, con multitudes paseando por el bosque iluminado. Los niños de escuelas primarias, impecables, vestidos de blanco, llenaron grandes tramos de Paseo de la Reforma para pronunciar un emotivo juramento de amor y lealtad a la bandera. Como esas cosas siempre resultan conmovedoras, nadie se quiso acordar de que una ceremonia semejante se había llevado a cabo en 1910.

Como las conmemoraciones implicaban también una celebración del presente, la Secretaría de Comunicaciones inauguró carreteras, como la México-Teotihuacán, faros en distintos puntos de las costas nacionales, un embarcadero en Xochimilco y efectuó la Primera Exposición de Aeronáutica Nacional. La avenida de los Insurgentes se ampliaría para unir a la capital con San Ángel. En el colmo del progreso y la modernidad, en el desfile conmemorativo desfilaron ¡aviones! Nada menos que la naciente Fuerza Aérea Mexicana.

En las conmemoraciones de 1921 se reformuló el nacionalismo mexicano: el charro adquirió alcances de símbolo de identidad, y las damas de sociedad, vestidas de chinas poblanas, asistieron a las carreras de caballos, a la memorable corrida de toros del Centenario, donde Rodolfo Gaona, ídolo de las masas, se ganó la aclamación general, inventando un pase especial, al que la prensa no vaciló en nombrar “el pase del Centenario”.

Para ir a tono con esa nueva celebración de “lo mexicano”, las flappers mexicanas se pusieron trenzas postizas para participar en bailes regionales y fiestas. Si existe eso que se llama "clima de conmemoración", la capital lo vivía en plenitud.

Y el mero 27 de septiembre, hubo transmisión de radio, con canciones, música y versos, por los hermanos Gómez; empezaba a nacer para México el mundo radiofónico. La Secretaría de Comunicaciones inauguró su Exposición Comercial Internacional, al pie de la estructura del fallido Palacio Legislativo que nunca acabó don Porfirio,  mientras el presidente Obregón escuchaba el acto desde su oficina.

Si es cierto que siempre se conmemora desde el presente, en aquel 1921 no importaba tanto el sentido simbólico de la Consumación como la celebración de un mundo nacido de la Revolución triunfante: aquí surgió el nacionalismo como ideología, y se posicionó al movimiento de 1910 como origen y la modernidad como marca de aquellos días, cuando se podía disfrutar de la "Barata del Centenario" del Centro Mercantil, que remataba todo "con los precios de 1910", y las numerosas tiendas que recomendaban, para asistir a las fiestas, buenos sombreros carretes de paja, o el novísimo sombrero modelo “Caruso”: subirse al tren de las conmemoraciones del Centenario de la Consumación era subirse al raudo tren, una vez más, del progreso y de la esperanza.