Opinión

México profundo

La transformación social que anhela AMLO pretende lograrse mediante estímulos externos como las asignaciones de dinero a las personas de tercera edad o las becas a estudiantes.

Es absurdo esperar que esos estímulos, por sí solos, puedan modificar la conciencia de quienes los reciben en un sentido constructivo.

Las asignaciones de dinero tienen, desde luego, un sentido de justicia, pero ese sentido se pierde en la medida en que las transferencias no obedecen a una regla impersonal y universal (como sería el caso de la renta básica) sino que buscan presentarse como dádivas del presidente a determinados grupos de personas.

Lo que AMLO hace en su relación con la sociedad es utilizar una metodología conductista, no con un fin trascendente, como sería transformar la conciencia de la población, sino con un fin político personal (acrecentar su imagen de Redentor) o partidario (tratar de ganar votos para su causa).

Sorprende comprobar que esa misma metodología es la que utilizan los neoliberales o neo-mercantilistas cuando proponen, por ejemplo, impulsar el aprendizaje dando dinero a los alumnos que mejores calificaciones obtengan u ofrecer determinadas cantidades a los alumnos por cada libro que lean.

La transformación social que busca AMLO no tiene como objetivo elaborado modificar la subjetividad de la población. Es decir, nunca se ha propuesto cambiar al México profundo. Las acciones de este gobierno no están cambiando los valores, las actitudes, lo hábitos y costumbres de los mexicanos; por el contrario, el presidente defiende con obstinación los valores de la familia mexicana y los valores tradicionales.

De hecho, con sus actos defiende el statu quo del México actual. Su prédica religiosa, su retórica a favor de la moral, su obsesión de corregir los libros de texto de historia de México son meros balazos en catedral, demagogia, expresiones disociadas de las políticas del Estado.

Los mexicanos anhelamos transformar la conciencia --la subjetividad—de nuestra comunidad nacional. Necesitamos ciudadanos no egoístas sino comprometidos con su comunidad, que se protejan mutuamente, que sean respetuosos de las normas, que defiendan las instituciones democráticas, que busquen la justicia, que amen la paz, que sean honestos, que sean compasivos, que respeten la verdad y la ciencia, que sean auto-conscientes, que posean una alta autoestima, que sean trabajadores y sean responsables de sus actos.

Son fines muy elevados que no se van a conseguir con la mera prédica diaria del líder o por ningún estímulo externo. Sólo se puede lograr por un proceso interno, autónomo, de desarrollo de cada persona y el único medio al alcance nuestro para influir en ese proceso de auto-formación es la educación sistemática que ofrece la escuela. Por eso resulta difícil de comprender que la Cuarta Transformación haya descuidado rotundamente al sector educativo.

La única explicación de este descuido es que la transformación que propone el presidente no incluye –no ha incluido nunca—una reforma cultural que abra un nuevo horizonte de prosperidad para México. Lo que el gobierno actual hace –aparte de su numerosos disparates-- es redistribuir recursos monetarios con criterios políticos mezquinos y realizar macro-inversiones en obras que se considera van a atraer mayores simpatías para el presidente. Es decir, no tiene ningún medio efectivo para llegar al México profundo.