Opinión

Cuando México se puso de moda en Estados Unidos (segunda de tres partes)

En la primera parte de este entrega revisamos los antecedentes de una relación de mutua desconfianza, incomprensión y desconocimiento entre México y Estados Unidos a todo lo largo del siglo XIX y las primeras dos décadas del siglo XX que expone la historia Helen Delpar en su libro de 1994, The Enormous Vogue of Things Mexican, Cultural Relations Between The United States and Mexico, 1920-1935.

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Durante los años turbulentos y caóticos de la Revolución Mexicana un cambio de actitud de Estados Unidos hacia la cultura mexicana era difícil de concebir. Cuando el poeta consentido de los mexicanos, Amado Nervo, visitó Estados Unidos en 1918 para ofrecer varios recitales de poesía, prácticamente pasó inadvertido para los diarios y revistas literarias de aquel país. Asimismo, el recital de música que ofreció Manuel M. Ponce en el Aeolian Hall de Nueva York en 1916, produjo la reacción feroz de un crítico musical, quien declaró para el New York Times que “ni como pianista ni como compositor Mr. Ponce merece mayor consideración”. Un último ejemplo, por demás significativo, nos lo ofrece el célebre cantante José Mújica, que años después de una gira fracasada en la ciudad de Nueva York, recordaría que su manager le aconsejó no presentar canciones mexicanas, ni vestir trajes típicos, para no atisbar los “sentimientos antimexicanos” de su público.

Tales sentimientos fueron también estimulados por el naciente Hollywood, muchas de cuyas primeras películas se empeñaban en mostrar a los mexicanos como villanos, ladrones de ganado, flojos y ladino. El cine estadounidense de propaganda contra México, tanto de ficción como documentales, ocupó un lugar destacado en la naciente filmografía del vecino, tan sólo entre 1911 y 1955 se filmaron tres películas sobre “El Alamo” que exaltaban el patriotismo texano y denostaban a los mexicanos.

Pero simultáneamente se gestaba una nueva actitud de los estadounidenses hacia la cultura mexicana, misma que rendirá sus mayores frutos a partir de la tercera década del siglo, cuando una serie de circunstancias favorables al cambio, se presentaron en ambos países.

Helen Delpar nos lleva entonces hasta 1929, cuando el Madison Square Garden de Nueva York abrió sus puertas a una exposición sobre la cultura mexicana, anunciada como “el más elaborado y esplendoroso evento social de la temporada”. Titulada “Oro Azteca”, la exposición incluía una enorme colección de piezas prehispánicas, arte colonial, así como la presencia de renombrados artistas mexicanos encabezados por José Clemente Orozco y Miguel Covarrubias. Para la investigadora estadounidense este evento simboliza el punto más alto en el florecimiento de las relaciones culturales entre México y Estados Unidos, desde que éstas se incrementaron a partir de la tercera década del siglo XX.

La organización del evento se debió fundamentalmente a la iniciativa de dos mujeres estadounidenses, Alma Reed y Frances Flynn Payne, quienes se habían dedicado por varios años a la promoción del arte mexicano en Estados Unidos. La gran envergadura de la exposición es el resultado natural de un largo proceso en el que Estados Unidos aceptó interesarse por la vida cultural del sur de sus fronteras, reconsiderando su tradicional actitud de rechazo y desprecio.

La “moda hacia las cosas mexicanas”, como lo llama la investigadora, se empezó a manifestar desde distintos ángulos y escenarios: uno de ellos lo constituye la dedicación profunda al estudio del arte mexicano de muchos residentes estadounidenses en nuestro país. Tal es el caso de Frederick Davis, un coleccionista de arte mexicano que en 1920 organizó una muestra de sus objetos, causando la admiración entre otros, del célebre mayista Sylvanus G. Morley y de Zelia Nuttall, antigua dueña de la aún existente Casa de Alvarado en la ciudad de México, quien hizo de su casa un pequeño museo prehispánico, con tan buen éxito que el escritor inglés D.H. Lawrence, en su novela sobre México, La serpiente emplumada, le concede los mejores comentarios.

El campo de la educación fue otra de las plataformas de despegue de este nuevo interés por lo latinoamericano; mientras que en 1919 cinco mil alumnos de nivel secundaria aprendieron como lengua extranjera el español, para 1922 la cifra rebasó los 250 mil. Por su parte, la Universidad de Arizona fue la primera en introducir dentro de sus materias la cátedra de literatura hispanoamericana en 1916. Dos años después nacería la Hispanic American Historical Review, ante el crecimiento de estudiosos del tema latinoamericano. Otros ejemplos nos lo ofrece la Universidad de Texas, que en 1921 compró la biblioteca privada del historiador mexicano Genaro García, calculada en 25 mil títulos y 300 mil páginas de manuscritos; así como el donativo de 112 mil dólares que en 1927 entregó el empresario Archer M. Huntington a la Biblioteca del Congreso para la compra de libros hispanoamericanos, cuyo acervo sobre el tema en 1935 se estimaba en más de 250 mil volúmenes.