Opinión

El mito de la comunidad indígena

El principal fin de la educación, de acuerdo con la NEM convertir a cada alumno en un “agente de transformación social”. Esta orientación ideológica consagrada en los libros de texto jamás fue discutida por la sociedad mexicana, le fue impuesta ilegalmente por el gobierno de Andrés Manuel López Obrador.

En una sociedad democrática, esos fines —se supone— deben ser definidos mediante el consenso político, cosa que no ocurrió. Esos fines debe responder a esta doble pregunta de valor estratégico: ¿Qué sociedad aspiramos a construir y qué ciudadano queremos formar?

Se trata de construir, no de transformar. La mayoría de nosotros piensa que una nación como la nuestra, industrial, moderna, globalizada e inmersa en la revolución tecnológica, debe educar a sus ciudadanos para hacer frente al futuro. Además, debe educar individuos que piensen por sí mismos provistos de un sentido de la vida, con competencias que le permitan integrarse de manera creativa y crítica a la sociedad, al trabajo y al ejercicio de la democracia.

Pero la NEM no comparte esta visión. Su teoría rechaza la concepción moderna de México y sostiene que la educación debe orientarse no hacia la nación, sino hacia la comunidad local, no hacia el individuo libre y autónomo, sino hacia los valores colectivos de la comunidad.

Frente a la visión moderna, la NEM opone las comunidades indígenas y las culturas mesoamericanas. Los libros de texto son mosaicos de las culturas indígenas: reúnen mitos, creencias, costumbres, leyendas, historias, pinturas, canciones, ceremonias, fiestas, artesanías, etc. del mundo indígena actual y prehispánico.

Este proyecto educativo no se basa en una concepción realista, objetiva, desprejuiciada, del mundo indígena; por el contrario, lo que priva en esta propuesta es una visión abstracta, mítica, del mundo étnico mexicano. Se juzga la etnicidad de una manera descontextualizada y fuera de la historia.

Esta visión estereotipada de las comunidades indígenas se asocia la exaltación y glorificación de sus virtudes intrínsecas: el colectivismo, la prevalencia en ellas del interés común sobre el interés individual, la existencia de un vínculo especial de los indígenas con la naturaleza, el gobierno colectivo y la estabilidad, etc.

En realidad, se propone una comunidad indígena como objeto fuera de la historia, algo inexistente; en realidad ninguna cultura existe en el vacío, ninguna cultura es fija o inmutable; por el contrario, la cultura está en constante flujo y es parte integral de un proceso social más amplio. Las comunidades indígenas son objetos históricos, están en cambio permanente, viven además en un contexto social más amplio: en el caso nuestro ese contexto se identifica con la cultura y la economía modernas, con el dinamismo del marcado, etc. No es gratuito, por ejemplo, que al visitar comunidades indígenas de Oaxaca uno encuentre a indígenas utilizando smartphones, o que el gobierno comunitario de los indígenas sea perturbado por los partidos políticos.

Todo hecho o valor étnico no debe interpretarse como un valor absoluto, por el contrario, es un valor relativo que debe relacionarse con el marco social amplio del cual forma parte. No hay comunidades indígena puras. Eso no significa, empero, que las comunidades indígenas de México sean ellas mismas un mito: son, por el contrario, realidades vivas, legítimas y problemáticas.

Esa mistificación de la comunidad (o las comunidades) indígenas se observa en los libros de texto de la NEM, donde se idealiza lo indígena, se exaltan sus virtudes, y se le abstrae de la historia y del contexto que lo constituye, entre otras cosas, una economía de mercado irresistible y pervasiva que no respeta tradiciones.