Opinión

Los mitos mexicas, obra del demonio

Poco después de la derrota de los mexicas en manos de los soldados españoles y sus aliados aparecieron en el país los primeros frailes. Su misión consistía en catequizar a los indígenas a la fe católica, la religión oficial del reino de España. No era una tarea fácil porque éstos contaban con un arraigado sistema de creencias soportados por diversos rituales instituidos, practicados de manera regular. Los mitos indígenas no constituían algo cerrado y uniforme. Tenían diversos orígenes y sus variantes o adaptaciones correspondían muchas veces con una zona geográfica específica. Existían, sin embargo, relatos mitológicos y figuras de culto común muy extendidas en el territorio, como es el caso del mito de Quetzalcóatl-Kukulcán. (Walter Krickeberg. Mitos y leyendas de los aztecas, incas, mayas y muiscas).

La actitud de los misioneros frente a la conversión de los indígenas no era homogénea. Algunos, como Juan de Zumárraga o Diego de Landa, pensaban que la vía más rápida para lograr el objetivo consistía en destruir los templos, ídolos, imágenes y documentos que servían de base para la práctica religiosa primitiva. Con ello, pensaban, se borraría todo rastro de los cultos nativos. Otros, como el franciscano Bernardino de Sahagún, creían que habría que entender primero el sentido y la orientación religiosa indígena para de ahí iniciar el proceso evangelizador. Entre los religiosos católicos llegó a existir controversia incluso sobre la naturaleza humana de los indios. ¿Tenían o no alma? ¿Debían ser tratados como personas? Es ampliamente conocida la discusión que sobre este asunto sostuvieron Bartolomé de las Casas y Juan Ginés de Sepúlveda.

A juzgar por los resultados, la visión destructora del pasado religioso se impuso. La cantidad de templos, ídolos y documentos que eliminaron fue enorme – el propio obispo Zumárraga se ufanaba de ello- y la crueldad y el maltrato hacia los indios estaban a la orden del día. A pesar de sus limitaciones, el trabajo de los misioneros que trataron de ser empáticos con ellos tuvo sus logros. Todavía podemos ver en algunos templos y pueblos la fusión y sincretismo entre el cristianismo y las creencias indígenas. Gran parte del conocimiento que tenemos ahora de la antigua civilización mesoamericana se debe a los códices y relatos recopilados o escritos por estos frailes. El trabajo más notable en este sentido fue, sin duda, el realizado por Bernardino de Sahagún en su Historia general de las cosas de la Nueva España, “cuyos doce volúmenes abarcaron la religión, las costumbres, la estructura, la vida intelectual y económica, la flora y la fauna y las lenguas de México y sus pueblos. La escribió en nahuatl y español, y debe considerarse esta obra una de las más grandes realizaciones intelectuales del Renacimiento” (Paul Johnson).

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En la obra de Sahagún existe un relato, citado por James Frazer en La Rama dorada, en el que se describe con un realismo descarnado el festival realizado por los indígenas en el mes de septiembre para sacrificar a una joven que representaba a la diosa del maíz Chicomecóatl. Detrás de las formas horrendas del asesinato ritual y el canibalismo, de la crueldad sangrienta, del duelo y el entusiasmo, Sahagún veía en su significación profunda puntos de comparación con el comportamiento de los cristianos en torno a las celebraciones en tiempos de Pascua. “No es de extrañar -escribe J. Campbell al respecto- que los padres españoles reconocieran en las liturgias del Nuevo Mundo una especie de parodia diabólica de su propio mito desarrollado, el de la santa misa del sacrificio y la resurrección”. El Diablo intentaba seguramente confundirlos. Y Paul Johnson señala: “Los aztecas eran politeístas, practicaban el sacrificio humano y, en ciertas regiones, el canibalismo ritual; pero también había puntos de comparación con el cristianismo; su principal dios nacía de una virgen, ingerían imágenes comestibles del dios dos veces por año, tenían formas de bautismo y confesión, y una cruz que señalaba los puntos cardinales. Pero no se intentó construir sobre esos cimientos…”

La diosa del maíz Chicomecóatl

La diosa del maíz Chicomecóatl

El libro del franciscano fue censurado y confiscado por Felipe II en 1577, como era de esperarse. Se consideraba peligroso el conocimiento de otras costumbres y de las “supersticiones” de los pueblos conquistados. La Corona también decretó que a los nativos no se les debía permitir la lectura de la Biblia. Las prohibiciones intentaron crear una barrera al entendimiento entre esas dos cosmovisiones, pero al final terminó de imponerse un cierto grado de sincretismo y, en términos más amplios, el mestizaje.

Los pueblos indios que se encontraban más allá de la frontera norte corrieron con peor suerte. En parte porque no contaban con el grado de desarrollo que había alcanzado la civilización mesoamericana prehispánica y también porque sus conquistadores no dudaron en considerarlos como enemigos que debían ser exterminados. Los calvinistas holandeses y los protestantes ingleses ofrecían recompensas por el asesinato (la cabellera) de los nativos. A los que no lograron matar los deportaron a lugares reservados, aislados del contacto con los recién llegados. Esta forma de considerar y tratar a los indios del norte estuvo muy presente hasta ya entrado el siglo XIX. Un personaje tan reconocido en el mundo literario como Mark Twain hizo una desafortunada declaración en 1861, en el sentido de que el indio americano no tenía una misma línea evolutiva con el homo sapiens. (Ioan P. Couliano y Mircea Eliade. Diccionario de las religiones). Sorprendentemente no era el único que pensaba así.

Este breve repaso muestra los desafíos y dilemas que se les presentaron a las sociedades de esa época con el “encuentro de dos mundos”. Cómo reaccionaron frente al impacto inesperado de enfrentarse o convivir con personas con diferentes niveles de civilización, con grandes diferencias en su forma de pensar y de vivir. Cómo se resolvieron esas cuestiones y las consecuencias que tuvieron. El exterminio o la convivencia; la construcción de barreras al entendimiento del otro o la búsqueda de la empatía y la base común; la censura y cancelación del que no piensa igual o el intercambio de ideas y el diálogo; dominar o convencer. Estas cuestiones de la colonización y la conquista siguen presentes desgraciadamente en el ambiente de nuestros días.