Opinión

Moral y política

En la retórica de AMLO es frecuente que la moral substituya o desplace a la política. Eso ocurre cuando hace de la justicia el valor supremo que guía su conducta o cuando alude su ideal de “pueblo bueno” y cuando invita a leer los Evangelios o cuando insiste en que se lea la Cartilla Moral de Alfonso Reyes.

El presidente Andrés Manuel López Obrador en su conferencia matutina

El presidente Andrés Manuel López Obrador en su conferencia matutina

Cuartoscuro

Pero la moral no es igual a la política. La moral busca orientar la conducta individual de los hombres de modo que su vida en común sea posible, evitando el daño a los demás y a uno mismo. La política en cambio consiste en actuar colectivamente para alcanzar, mantener y expandir el poder político con el fin de resolver conflictos sociales.

La moral es una fuerza interior en cada persona que nos induce a colaborar a unos con otros, ir más allá de sí mismos, y no basar su conducta en motivos egoístas. De no existir esa disposición interna a la cooperación, la existencia de la comunidad humana dependería de la mera violencia y tendría como resultado que los fuertes dominen sobre los débiles.

En este último caso, la política se reduciría a una lucha a muerte y a la imposición de decisiones políticas mediante la violencia. En congruencia con esto Kant tenía esta concepción doble del hombre: “en él, decía, coexisten la inclinación a vivir en sociedad y una hostilidad que amenaza constantemente con disolver la sociedad”,

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Maquiavelo, por su parte, decía que en el hombre se integraban conflictivamente dos condiciones: la condición humana y la condición animal. Dentro del hombre se mueven diversas fuerzas que hacen posible la convivencia y, a la vez, la ponen en peligro.

No se puede decir, entonces, que existe una bondad natural o una maldad natural, sino que en el interior de la persona existen diversas tendencias que se deben armonizar para que una sociedad política funcione de manera aceptable para quienes viven en ella. La política se distingue de las relaciones comunales --idealizadas por la SEP en su proyecto de nuevos planes de estudio--, que se basan en la vida familiar y la tradición de grupos étnicos.

Las relaciones comunales producen una solidaridad espontánea, la pertenencia es fruto de la tradición y no está mediada por una decisión voluntaria de cada individuo. La conformidad, el respeto, la jerarquía son valores o bienes esenciales en las relaciones comunales.

Pero la política es algo distinto: en ella las conductas sociales son producto de las decisiones de ciudadanos libres y de sus representantes. Es decir, son acciones o prácticas que realizan las personas para regular los conflictos sociales y cuyo resultado son decisiones (leyes, políticas de estado) que todos obedecen --o, en caso contrario, se imponen mediante la coacción.

La política permite superar los juegos “suma cero”, buscar el bien común y aspirar mediante el diálogo a la unidad y cohesión de las sociedades modernas o naciones. Eso no lo hace nuestro presidente. Lo que hace, en cambio, es tomar decisiones políticas pensando exclusivamente en el poder y, como consecuencia, construye relaciones clientelares y usa el Estado de manera patrimonial.

Si los vínculos de amistad, familiares, lealtades personales o partidarias dominan en las decisiones de quien detenta el poder se pierde la capacidad del Estado y de la política para resolver conflictos, pues esa capacidad depende de la imparcialidad y la justicia. Lamentablemente, este último es el caso del gobierno actual de México.