Opinión

Muerte y Resurrección

La muerte y resurrección del dios es un tema recurrente en la mitología de muchos pueblos antiguos. Es probable que esta creencia arcaica esté relacionada con la identificación por asociación de lo que sucede en la naturaleza y el cosmos. Las primeras comunidades adquirieron conciencia de la existencia de un ciclo anual de debilitamiento y rejuvenecimiento del entorno en el que habitaban. Las civilizaciones agrícolas, por necesidad, llegaron a medirlo con exactitud e interiorizarlo en su cultura. Muchos de los rituales de estas sociedades están relacionados con la muerte y germinación de la semilla, con las diferentes etapas de la agricultura y con el “ciclo eterno” de nacimiento, crecimiento y muerte de las plantas.

Resurrección de Jesús

Resurrección de Jesús

Wikipedia

“La desaparición de las divinidades de la fertilidad y los intentos de su rescate del infierno son motivos casi obsesivos de los mitos de Oriente Próximo” (M. Eliade).

En la mitología acadia el dios de la fertilidad Enki, es traído de vuelta a la vida por la diosa de la tierra Ninhursag, para que continúe con sus actividades relacionadas con el riego de los campos. Un relato sumerio cuenta que la diosa del amor y la procreación, Inanna, después de atravesar los siete umbrales, viaja al “mundo interior” donde es asesinada por su hermana Ereskigal. Los dioses envían a varios mensajeros que la traen de regreso al mundo de los vivos, ofreciéndole comida y rociando su cuerpo con el agua de la vida. Inanna es el equivalente a la Afrodita griega, a La Ishtar acadia y a la Astarté fenicia.

En Grecia, Perséfone es raptada por el dios del inframundo, Hades, donde es condenada a pasar una temporada en el infierno, durante la cual la tierra es estéril, para luego regresar a la superficie, propiciando la fertilidad. El mismo mito fue adoptado por los romanos, donde los personajes eran Core y Plutón. Atis un dios de Frigia, del que la diosa Cibeles se enamoró fue muerto por un jabalí y su resurrección se festejaba en un festival después del solsticio de primavera. Osiris en Egipto originalmente también fue un dios de la vegetación muerto y resucitado

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Los sacerdotes que observaban el movimiento de los cuerpos celestes también explicaban que los astros se ocultaban y volvían a mostrarse en el firmamento, porque morían y renacían.

En el propio Egipto el dios del disco solar, Ra, (sincretizado posteriormente con Amón) libraba una batalla diaria en el inframundo de la cual debía salir victorioso para seguir alumbrando el mundo. Al pasar en su barca por debajo de la tierra, su retorno era amenazado por el dragón Apofis que moraba en las profundidades. Los sacerdotes en los templos ejecutaban rituales una vez que el sol se ocultaba para conjurar el peligro nocturno.

Si la naturaleza y los astros morían y volvían a la vida de manera repetida, era seguro que el mismo curso estuviera determinado para el ser humano. La luna es el primer muerto que renace, escribe Mircea Eliade. “Durante tres noches el cielo permanece oscuro; pero, así como la luna renace la cuarta noche, de igual modo los muertos adquieren [después de la muerte] una nueva modalidad de existencia”.

Es posible que el cristianismo haya sido influenciado en su construcción por esa infinidad de mitos antiguos. Modificado por su mística religiosa particular, esta religión ha traído hasta nuestros días el mito de la muerte y resurrección del dios en la figura de Jesucristo, quien murió y resucitó al tercer día. Aquí ya no se ubica el proceso de morir y renacer en el movimiento cíclico y perpetuo (el eterno retorno de M. Eliade) ni tampoco está asociado con fenómenos naturales o astronómicos. En el cristianismo el dios muere y resucita voluntariamente con el fin de salvar a la humanidad.

Dentro de la fe cristiana existen formas distintas de interpretar este aspecto de la doctrina. En el cristianismo evangélico se le da una importancia crucial al proceso de morir y renacer. Se considera renacido a toda persona que se ha adherido a la congregación, habiendo renunciado -muerto- al “mundo del pecado”. El renacimiento es metafórico, espiritual y significa la conversión del feligrés a la fe evangélica. Con ello, se cree que la persona se ha colocado en el camino de la “salvación”.

Diversos líderes políticos de nuestro tiempo han confesado públicamente profesar la fe evangélica. Algunos de ellos han querido identificarse en diversos momentos con Jesús Cristo (así lo nombran). Han pretendido, sin modestia alguna, que los ciudadanos asocien e identifiquen las acciones de sus gobiernos y su misión política con la labor de Jesús, el “salvador”. Donald Trump, el más atrevido de ellos, afirmó en diversas ocasiones que su persona encarnaba al mismísimo mesías (I am the chosen one, decía).

El manejo del simbolismo y el lenguaje religioso en el ámbito político para el caso del actual presidente de México ha sido ampliamente estudiado y documentado por Bernardo Barranco y Roberto Blancarte en su libro titulado: AMLO y la religión, el Estado laico bajo amenaza.

Recientemente, con motivo del desvanecimiento que sufrió el presidente en Mérida, algunas personas han especulado sobre el sentido místico que se le ha querido imprimir a este evento desde la propaganda política. El propio Ricardo Monreal, líder de la fracción morenista en el senado, escribió en su colaboración en el periódico El Universal, que el suceso de salud tuvo el efecto de una “revelación” para el presidente, similar a la epifanía que Siddhartha tuvo en el río. Y para reforzar su desbordado comentario, hecho tal vez para justificar y dar sentido al fin de su aparente rebeldía, afirmó: “Después de haber superado el COVID-19 por tercera ocasión, el presidente se mostró con una lucidez plena, construyendo e hilando frases de una narrativa excepcional…”

Es inverosímil que el “desmayo transitorio”, la posterior desaparición del presidente y su reaparición “recargada” al tercer día, haya querido ser utilizado deliberadamente para manipular el simbolismo religioso cristiano con fines de propaganda. Eso sería realmente delirante. No obstante, en la obsesión por conservar el poder y en la demagogia populista, como hemos podido corroborar, todo es posible.