Opinión

La Nahui Olin de Valeria Matos

Se cumple este año el centenario luctuoso del general porfirista Manuel Mondragón (1859-1922), un ingeniero militar de enorme talento -experto en artillería- que terminó sepultado en el sótano de los villanos nacionales, menos por su pasado porfirista que por su participación activa en el golpe de Estado que derrocó y asesinó al presidente Madero en 1913 y, por si fuera poco, tras desempeñarse por escasos cuatro meses como ministro de Guerra y Marina en el gabinete del usurpador Victoriano Huerta.

Poco después rompió con Huerta y se exilió en España, donde murió alcoholizado casi una década después, acaso sin imaginar que no sería él -el gran inventor del rifle de repetición que llevó su apellido y que se utilizó en Europa durante la Primera Guerra Mundial- sino su quinta hija, Carmen Mondragón, la que habría de ocupar un lugar más visible en la historia mexicana del siglo XX.

Carmen Mondragón (1893-1978) poeta, pintora, modelo de desnudo cuando tal cosa era un acto aborrecible y temerario, mujer insumisa, transgresora, creativa, apasionada, febril y abismal, personaje central de la tertulia cultural mexicana de la post revolución, renunció a su apellido no menos a que su pasado aristócrata en el pináculo finisecular de la burguesía mexicana, para adoptar -cuando ya cifraba más de 30 años-, el nuevo nombre y la nueva identidad hoy de todos -o de casi todos- conocida: Nahui Olin.

Sólo después de morir en el olvido y el abandono, a la deriva de una demencia que la fue consumiendo como un cáncer cuando ya nadie -o casi nadie- se acordaba de ella, a Nahui Olin -que junto con Tina Modotti, Frida Kahlo, y Antonieta Rivas Mercado forman el gran cuarteto del protagonismo y el empoderamiento femenino en el paisaje cultural mexicano de la primera mitad del siglo XX- se le reivindicó, estudió y “homenajeó” desde una perspectiva miope de la narrativa oficial.

Se quiso hacer de ella una “leyenda”, y de paso se empañó su memoria desde un punto de vista visiblemente caduco y heteropatriarcal: la “musa”, la “hermosa mujer” de los ojos verdes, la dama desnuda en los retratos de Edward Weston y Antonio Garduño, la “amante” del Doctor Atl, la esposa de un pintor homosexual (Manuel Ródríguez Lozano), la loca que terminó su vida entre orines de gatos y miserias en la colonia San Miguel Chapultepec.

Desde exhibiciones retrospectivas de su no tan sólida ni sorprendente trayectoria plástica, pasando por estudios académicos, tesis, artículos, documentales y películas (la infame y última película de Gabriel Retes entre ellas, con el perdón del maestro Retes que recién murió), hasta llegar al libro canónico de Adriana Malvido que reconstruye y documenta su biografía con gran precisión, Nahui Olin, pese a todo, fue recuperando la centralidad que merece en la historia cultural de México.

Faltaba sin embargo una lectura distinta de su obra y de su biografía desde la mirada crítica de los estudios de género, desde el mirador social de los nuevos feminismos, pero sobre todo desde una aproximación al mismo tiempo íntima e literaria que acudiera a las herramientas del lenguaje para adentrarse en el universo emocional e intelectual de este personaje complejo y en apariencia indescifrable.

A tal empresa se dedicó la historiadora y escritora Valeria Matos con su novela “Nahui Olin, la loca perfecta”, publicada por Lumen hace un par de años. No es una novela biográfica o histórica en el sentido documental del género, sino un artefacto lingüístico y experimental que atraviesa las fronteras habituales de la prosa y acude al lenguaje poético y a una multiplicidad de voces narrativas que fragmentan el relato cronológico y lineal de una biografía para acercarnos a la vida de Nahui Olin desde un plano literario que reinventa, reacomoda y rebautiza al tiempo y sus actores. A todo esto ¿Qué es la literatura sino una forma de reordenar con otras palabras el rompecabezas del tiempo?

La de Valeria Valeria Matos es, en estricto sentido, una novela transgénero, una polifonía caleidoscópica que altera al tiempo, al espacio, al lenguaje y a las voces narrativas tradicionales para responder a lo más elemental: ¿Quién fue Nahui Olin? ¿Por qué nos importa su vida en el presente?

En la travesía de la novela abandonamos muchas veces la tierra firme de la prosa para navegar en un territorio subjetivo que se acomoda mejor en el lenguaje lirico del flujo de consciencia, por el cual la autora ensaya la posibilidad de ponerse en la piel y en la cabeza de su protagonista.

En uno de dichos pasajes que acompañan a toda la novela Nahui Olin -en voz de la autora- afirma: “camino con los ojos de mi inteligencia / con la fuerza de mi reflexión”. En estas dos líneas, me parece, se resume el temperamento de la novela: un testimonio literario escrito con los ojos de la inteligencia y con la fuerza de la reflexión.

En otro pasaje de la novela, en la que la de la voz es la narradora es la que se reproduce, encuentro una suerte de declaración de principios de la autora: “para mi la belleza no es belleza por perfecta, al contrario. Lo es en tanto muestra imperfecciones explosivas, imanes para fisgonear”.

A explorar en las bellas imperfecciones explosivas de la vida Nahui Olin, a fisgonear en su vida atraídos por los imanes de lo complejo y de lo no lineal, a descubrir lo que del pasado tenemos que reaprender en el presente, se dedica esta novela. 

Nahui Olin de Valeria Matos

Nahui Olin de Valeria Matos

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