Opinión

¿Qué es el neoliberalismo?

Dos de los términos más utilizados por Andrés Manuel López Obrador son “corrupción” y “neoliberalismo”. La gente entiende el término “corrupción” porque la ha experimentado en su vida diaria: desde una “mordida” a un agente de tránsito hasta una “mochada” para agilizar algún trámite. En cambio, la palabra “neoliberalismo” para la inmensa mayoría de las personas no es entendible ¿Qué carambas quiere decir eso?

Cuartoscuro

Cuartoscuro

Daniel Augusto

Pues bien, para hacer compresible este vocablo debemos distinguir el liberalismo y la democracia. Para el liberalismo hay un antagonismo entre el poder político y la libertad individual de tal manera que lo que gana el poder lo pierde la libertad.

De hecho, el liberalismo nació combatiendo al Estado absolutista y paternalista. Para los liberales el Estado debía limitarse a garantizar la convivencia pacífica entre los individuos; es lo que se conoce como “Estado Mínimo”. Autores tan ilustres como John Locke, Jeremy Bentham, Adam Smith, John Stuart Mill y Montesquieu, coincidieron en poner límites al Estado ¿Cuáles son esos límites? La separación entre el Estado y la Iglesia, la división de poderes, el constitucionalismo, la presencia de una sociedad civil robusta, el cambio periódico de los gobernantes, el dejar hacer dejar pasar (laissez faire laissez passer). Lo que defiende el liberalismo son los llamados derechos de libertad también llamados derechos civiles.

La democracia, en cambio, no tiene una idea negativa del poder. Más bien para la democracia, la libertad se realiza participando en el poder. El padre de la democracia moderna, Jean Jacques Rousseau, afirmó: “la libertad es obedecer a la ley que nosotros mismos nos hemos dado.” (“Du Contrat Social”, en, Oeuvres complètes III, París, Gallimard, 1964, p. 365). Pero aquí hay un punto que debemos aclarar: se ha dicho, falsamente, que la democracia es el gobierno de la mayoría. Eso es completamente falso: la decisión de la mayoría es un factor necesario, pero no suficiente para definir a la democracia; el grado de suficiencia lo da el respeto de la minoría. Esto conlleva el respeto por la opinión de los demás, la tolerancia, la no violencia física y verbal. El derecho al voto y el derecho que tiene las minorías de, en un siguiente período electoral, convertirse en mayoría.

Liberalismo y democracia comenzaron siendo enemigos, como en la Revolución francesa en la rivalidad entre girondinos y jacobinos; pero después se aliaron dando lugar a las constituciones liberal-democráticas.

En México, el liberalismo, durante el siglo XIX fue la doctrina política que abanderó al mismo tiempo la defensa de los derechos individuales y de la soberanía nacional. Eso se plasmó en la constitución de 1857 y en la derrota de la intervención francesa (1861-1867). Los liberales, encabezados por Benito Juárez, conformaron lo que Antonio Gramsci denomina un “bloque histórico” progresista. Justamente al revés de lo que representa el neoliberalismo.

En nuestro país, sucedió que luego del triunfo de la Revolución Mexicana se construyó un Estado benefactor (Welfare State), (como sucedió en la posguerra en muchas partes del mundo). Es decir, un Estado que intervino en la vida económica para poder satisfacer las demandas de las masas sociales que había intervenido en el movimiento armado. Se ampliaron las secretarías de Estado y se crearon organismos como PEMEX, el IMSS, el ISSSTE, la CFE, la UNAM, IPN y la UAM.

Los enemigos de este modelo de desarrollo lo tacharon de ser un modelo populista y paternalista. Los neoliberales abanderaron esa crítica. Y aquí aparece una diferencia entre el liberalismo del siglo XIX y el liberalismo de nuevo cuño porque, como apuntó en su momento (1981) Norberto Bobbio: “El Estado paternalista de hoy no es la creación del príncipe iluminado, sino de los gobiernos democráticos. Aquí está toda la diferencia y es una diferencia que cuenta.” (“Liberalismo vecchio e nuovo”, en Mondoperaio, n° 11, noviembre de 1981, p. 89).

Los neoliberales mexicanos, a partir de Carlos Salinas de Gortari, desmantelaron el Estado asistencial que había construido el Régimen de la Revolución. Su ecuación fue elemental: todo lo que venga del Estado está mal; todo lo que venga del mercado está bien. Así echaron a andar lo que eufemísticamente llamaron el “modelo modernizador” (en realidad paleoliberalismo): privatización de las empresas públicas, despidos masivos de empleados al servicio del Estado, apertura comercial con el Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN), saneamiento de las finanzas públicas. Sustitución en la cúspide de la vieja Familia Revolucionaria por la élite tecnócrata.

La tesis de los ideólogos del neoliberalismo como Friedrich von Hayek, Milton Friedman y Robert Nozick es que cada individuo tiene que hacer el esfuerzo de sostenerse por su propio esfuerzo; en la lucha por la vida unos son premiados y otros castigados; la desigualdad es el reflejo de la disparidad de esfuerzos. El Estado no tiene por qué intervenir para equilibrar esas desigualdades. Es más, Hayek llegó a decir que un buen liberal es enemigo de la igualdad, tanto en términos económicos como políticos. Por eso, el neoliberalismo es antidemocrático.

Ahora bien, sin importar las alternancias en el poder, el neoliberalismo fue el canon que se mantuvo desde la época de Carlos Salinas de Gortari (1988-1994) hasta Enrique Peña Nieto (2012-2018). El resultado fue que cerca de la mitad de la población cayó en la pobreza en tanto que un puñado de familias acaparan una buena parte de la riqueza nacional.

En lo que va del presente sexenio, con todo y la retórica presidencial, los pobres se han vuelto más pobres y los ricos más ricos; en tanto que los tecnócratas neoliberales siguen incrustados en el aparato gubernamental.