Opinión
Nicaragua y el silencio de los cobardes
Fran Ruiz

Nicaragua y el silencio de los cobardes

Mientras el presidente Andrés Manuel López Obrador condecoraba a su homólogo cubano Miguel Díaz Canel con la orden del Águila Azteca, el obispo de Nicaragua, Rolando Álvarez, recibía de castigo por negarse a ser desterrado junto a otros 222 presos políticos, 26 años de cárcel. Saldrá de prisión a los 81 años, si es que resiste el infierno carcelario y las torturas en El Chipote, la cárcel más siniestra de América Latina.

¿Y qué tiene que ver el obispo que se atrevió a denunciar las violaciones a los derechos humanos en su país con que el líder cubano haya sido condecorado con la más alta distinción de México a un jefe de Estado extranjero? Básicamente porque ambos son consecuencia de una anomalía única en el mundo: la izquierda latinoamericana democrática  (o la que se autodenomina así) es incapaz de condenar la represión de la izquierda autoritaria contra el pueblo que protesta, precisamente, porque se les niega la democracia. 

Cuando el canciller Marcelo Ebrard celebró en Twitter la visita de Díaz Canel a Campeche y la fraternidad entre los pueblos de México y Cuba, hermanados gracias a la labor de los médicos cubanos “que han salvado 162 mil vidas mexicanas”, según dijo, sin aportar más detalles, ¿se refiere al pueblo cubano que está encarcelado por gritar “abajo la dictadura”, o al pueblo que tiene miedo a protestar para no acabar en la cárcel, como tantos miles de compatriotas, o tantos venezolanos, o tantos nicaragüenses, entre ellos el obispo Álvarez?

De esta anomalía no escapan ni siquiera líderes morales de la izquierda en la región, como el brasileño Lula da Silva, o el uruguayo José Mujica, que alguna vez se quejó (casi avergonzado) de la persecución de Ortega con sus propios compañeros sandinistas, pero luego optó por el silencio; el silencio de los cobardes, como el del papa argentino Francisco, que reserva sus condenas para la guerra en Ucrania, pero se limita a pedir, entristecido, “diálogo” en Nicaragua, como si Ortega y su siniestra esposa no ha dado suficientes muestras de qué entienden ellos por “diálogo”.

No fue casualidad que el presidente chileno, Gabriel Boric, el único líder izquierdista con un mínimo de dignidad, escogiera el Senado mexicano para denunciar que “América Latina no puede mirar para otro lado ante los presos políticos en Nicaragua”. Porque esto es lo que hacen sus gobernantes: mirar para otro lado. No olvidemos que, además del obispo, otros 35 presos políticos seguirán pudriéndose en El Chipote, donde torturaba en su día el dictador Somoza y ahora lo hace el dictador Ortega.

Estudiante en Managua durante la ola de protestas que estalló en 2018 contra la dictadura de Ortega

Estudiante en Managua durante la ola de protestas que estalló en 2018 contra la dictadura de Ortega

EFE

Hace justo un año, el 12 de febrero de 2022, moría a los 76 años en una celda en El Chipote Hugo Torres, el exguerrillero sandinista que participó en la liberación de Ortega cuando lo encarceló Somoza. Antes de ser detenido por la policía del régimen, dejó el siguiente video: “Hace 46 años arriesgué la vida para sacar de la cárcel a Daniel Ortega y a otros compañeros presos políticos, pero así son las vueltas de la vida, y los que algún día defendieron principios hoy los han traicionado”.

Esta es la dura realidad de los presos políticos latinoamericanos, que sufren una doble traición: una, por pedir democracia y están por ello en la cárcel; y otra, por recibir a cambio el silencio y la indiferencia de los gobiernos que se dicen llamar “progresistas”. Y encima tiene que soportar la humillación de ver cómo uno de sus carceleros es condecorado.