Opinión

El poder en una novela caribeña

Alejo Carpentier fue un escritor cubano, probablemente una de las mejores plumas de la isla, a quien le debemos la novela “El reino de este mundo”, publicada por primera vez a mediados del siglo pasado. Yo la poseo en una edición de bolsillo de Seix Barral, de 1978.

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La obra cuenta parte de la vida de Ti Noel, un esclavo que vive en Haití, y pertenece a un francés. Participa en revueltas y saqueos, es llevado a Cuba, regresa a su isla y vuelve a ser esclavizado por un antiguo cocinero vuelto monarca. Al final, se libera, y en cierta forma, pasa a ser el señor de las tierras de su antiguo amo.

Pero no es la parte literaria la que me interesa aquí, otras personas con mayor conocimiento en la materia han opinado de este texto, ya clásico en Latinoamérica. Me ocuparé de la visión del poder y el derecho, filos de una misma espada.

Ti Noel es esclavo. Esto es, se le considera una propiedad que puede ser transmitida, un bien que vale por el trabajo que realiza, no por su calidad de persona; arrancado a su cultura, se sumerge en la reconstrucción de la misma que realiza junto con otros, bajo la guía de un líder que presume cualidades chamánicas.

Ahí encuentra una condición distinta a la de la esclavitud, se convierte en un hombre que, mediante la acción colectiva con otros oprimidos, y la ayuda de antiguos dioses de tierras lejanas, puede enfrentar el estado de cosas y pretender cambiarlo, recurriendo a procedimientos que requieren la nocturnidad y el siglo.

Frente a la opresión del poderoso, la acción colectiva se vuelve, en sí misma, un espacio de liberación, con independencia de su resultado final.

La relación de los esclavistas con el derecho es compleja, porque viven a caballo el fin del Antiguo Régimen y la Revolución, que le reconoce derechos a todos los hombres. Así, renuncian al derecho, en su versión nueva, porque lo consideran injusto (tal vez como referencia a una especie de “orden correcto de las cosas”) al afectar su modo de vida.

En Haití, el levantamiento ha llevado a una nueva clase política, que integrada por afroamericanos, copia la pompa, los rangos y el protocolo europeo, llevándolo a un extremo propio de nuestra cultura latinoamericana tan tendiente al barroquismo. Y, de nueva cuenta, la población es tratada como esclava.

La liberación política, entonces, no implicó una revolución en el sentido de un cambio fundamental en las relaciones de la sociedad, sino la sustitución de una élite por otra.

Así, el poder vuelto derecho, esto es, el que se institucionaliza en un monarca, una corte, un ceremonial, en decretos, en órganos de gobierno; no cumple con el objetivo de liberar al oprimido, sino de sustituir a un amo por otro.

Esto nos lleva a una reflexión interesante. ¿La función del poder político, que se materializa en el derecho, es sostener o modificar el orden social existente?, y la novela de Carpentier nos permite reflexionar acerca de esto.

La sociedad necesita reglas y garantizar su cumplimiento, por tanto, requiere un gobierno. Ahora bien, las relaciones dentro de la comunidad van siendo producto de diversos elementos, que la van estratificando de manera más o menos rígida, pero en todo caso, relaciones que van cargadas de injusticias.

Frente a esto, caben distintas posibilidades. La primera, mantener el orden por el orden mismo, esto es, considerar que es un bien por si, y que debe dejarse al tiempo el cambio en las costumbres sociales, a fin de que sea la propia comunidad la que, como una especie de ser viviente, se de cuenta de la necesidad de cambiar, y mute de acuerdo con el paso de los años.

Confiar en que los siglos hagan lo que los seres humanos no hemos hecho.

La segunda es la opción revolucionaria. El cambio radical de instituciones que obligue a una ruptura inmediata y tajante con el régimen anterior y que de lugar a una utopía; como ejemplos, puedo citar las revoluciones americana y francesa.

Pero, como ilustra Carpentier, este cambio revolucionario a veces puede ser aparente y no real.

Una tercera vía es impulsar el cambio desde el propio entramado institucional y jurídico. Desde las estructuras de gobierno existentes, y usando el derecho, para empujar cambios en los temas más acuciantes, aquellos que requieren una inmediata atención ya sea por la injusticia evidente que conllevan, o por el costo social de mantener un estado existente de cosas. Empujar a la sociedad para que cambie.

“El reino de este mundo” no va a darnos respuesta. Tampoco puedo yo hacerlo, se trata de una posición personal que cada persona debemos tomar.