Opinión

Nuevos horizontes de la ciudadanía cultural, Álvaro Arriola y Peripecia

1.El diccionario de la lengua española define a la palabra peripecia como un “accidente imprevisto que altera el estado de las cosas”, un “cambio repentino de situación en una escena dramática”. En la práctica, asociamos este vocablo con la sucesión de acontecimientos de distinta naturaleza -afortunados o no- que se presentan al momento de emprender una acción cualquiera.

Asociación civil Peripecia.

Asociación civil Peripecia.

En el campo literario nos referimos a las peripecias de Ulises o las de Don Quijote, mientras en la esfera cotidiana hablamos de las peripecias que enfrentamos para obtener un trabajo, al realizar un viaje, o pagar nuestros impuestos. “Te voy a contar -decimos- la de peripecias que he tenido que pasar para conseguir tal cosa”. Una palabra de origen griego (peripateia), vecina de otra de origen árabe y de hermosa sonoridad acróbata: marometa.

Si hay una profesión en nuestro país que explica con elocuencia el doble sentido de la palabra peripecia -como giro inesperado de la trama, es decir, como cambio sustancial, y también como periplo azaroso y sacrificado- es el de la gestión cultural independiente. Los gestores culturales que deben buscar fondos de distintas fuentes para financiar sus proyectos, que entienden a la cultura como un vehículo de enorme impacto social, que tejen redes solidarias y traman historias para hacer efectivos los derechos culturales de los mexicanos, son los magos y los protagonistas de esa gran peripecia que significa diseñar e instrumentar proyectos culturales en México desde un ámbito no institucional.

De ahí la pertinencia y el buen tino del nombre de una organización mexicana que desde hace once años impulsa proyectos culturales de pequeño formato que entienden al espacio público como el territorio donde se verifica la inclusión, la diversidad, la creatividad, la resiliencia comunitaria, y la convivencia pacífica. El barrio, la plaza, la escuela, el mercado, el asilo o la casa municipal de la cultura como los espacios donde se pueden poner en práctica las acciones -mínimas y nada grandilocuentes pero efectivas- que de manera cotidiana y silenciosa construyen una nueva ciudadanía cultural en nuestro país.

Álvaro Arriola, con una trayectoria de cuatro décadas en la gestión cultural que inició como productor y destacado promotor teatral, fundó y dirige desde 2012 la asociación civil Peripecia. Me une una vida de amistad con el maestro Arriola, la cual se remonta a los años en los que colaboramos con otro amigo en común, el artista y también animador cultural rabiosamente independiente Israel Cortés, quien hace tiempo acuñó una frase que explica lo mismo sus propias acciones artísticas que un proyecto como el de Peripecia: “la Revolución de las pequeñas cosas”.

2.

Dos proyectos de Peripecia resumen el espíritu solidario y comunitario que le anima. “Cine experiencia” consiste en la simple pero efectiva idea de llevar cine mexicano de reciente producción a las plazas públicas de zonas populares de la ciudad de México. Además de la proyección gratuita, invitan a directores, actores, técnicos o productores de las películas seleccionadas para conversar con los asistentes. Ofrecen también talleres a los jóvenes de los barrios para producir cortometrajes con sus dispositivos móviles. “Aquello que nos mueve”, es un programa de escucha musical orientado a elevar la calidad de vida de adultos mayores habitantes de casas de retiro. A través de lo que ellos llaman “terapia de reminiscencia”, se trata de activar la memoria y las emociones de las y los ancianos a partir de una selección de música de antaño, y un equipo de reproducción sonora individual que proporcionan de manera gratuita a los beneficiarios del proyecto.

El presupuesto que requieren estas acciones es mínimo, su impacto es enorme, directo y verificable -pandemia de por medio, miles de personas han participado en ambos proyectos-, pero la recaudación de fondos y aliados para impulsarlos representan, valga aquí la expresión, una peripecia continua.

3.

Hace un cuarto de siglo, por el tiempo el que Álvaro Arriola y yo nos conocimos, Lucina Jiménez -en la actualidad al frente del Instituto Nacional de Bellas Artes- dictó en la Universidad de Guadalajara una conferencia a la que tituló “Hacia la profesionalización de la gestión cultural”, que más tarde integraría como un capítulo a su libro “Políticas Culturales en Transición” (Conaculta, 2006).

En la conferencia de 1997 planteó: “¿Cómo estimular el desarrollo de las diversas disciplinas artísticas y relacionarlas con la vida cotidiana de la población? (…) No es exagerado decir que de las respuestas imaginativas a estas preguntas depende en gran medida el porvenir de la democracia cultural en México y la posibilidad del ejercicio de la ciudadanía cultural”.

Más adelante apuntó: “En nuestro país, el horizonte de la promoción y animación cultural se ha convertido en el escenario donde actúan los más variados agentes sociales, dando cuerpo, y muchas veces alma, a diversos modelos de gestión cultural. (…) La mayor presencia de (los grupos de la sociedad civil) nos habla de un incipiente pero prometedor ejercicio ciudadano de políticas culturales. (…) Los modelos generados por la llamada sociedad civil son más difíciles de caracterizar debido a su heterogeneidad, pero es posible afirmar que éstos son generalmente portadores de demandas de distintos grupos, tienen la posibilidad de detectar áreas, sectores o necesidades no atendidas (…) y se han convertido en protagonistas, diseñadores, gestores y administradores de sus propios procesos”.

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Un proyecto como del Peripecia verifica a carta cabal lo que afirmó la maestra Lucina Jiménez en aquel entonces.

4.

Me pregunto entonces si desde las instituciones federales, estatales o municipales para la cultura hemos construido en el último cuarto de siglo los puentes y los mecanismos de apoyo directo a proyectos que no sean de gran envergadura como es el caso de los festivales culturales -masivos o de nicho-, la construcción de infraestructura cultural -de mayor o menor calado-, o los grandes programas nacionales o estatales de acción cultural centralizados desde las capitales. Si acaso no sería necesario diseñar y disponer de mecanismos más sencillos y expeditos para multiplicar la acción social y el impacto de pequeñas empresas culturales como Peripecia.

Junto con mis queridos Teresa Vicencio, Horacio Franco, Ana Elena Mallet y José Zepeda, tengo el honor de formar parte del Consejo Consultivo de Peripecia, En esa calidad felicito a Álvaro y a todo el equipo que participa en este proyecto por estos once años de contribuir a un nuevo paradigma ciudadano de la acción cultural.