Opinión

Olímpicamente

El inicio de este nuevo año no ha comenzado mejor que los dos anteriores. Nuevamente, pero por diversas razones, la crisis de salud pública relacionada con la pandemia de Covid19 ha vapuleado las esperanzas para erradicar la enfermedad. Desde luego no es culpa del virus sino una mezcla de factores muy humanos, entre las que sobresale la sequía de solidaridad y de coordinación entre países, particularmente en el manejo de las vacunas.

No es todo. El reinicio de actividades, por ejemplo, tras la obligada y dolorosa pausa de la actividad humana en el mundo, tampoco ha traído consigo las mejores noticias, al menos no ha portado aquellas se esperaban con anhelo al término del forzoso encierro silencioso, ya que los problemas y las situaciones de conflicto han proliferado de manera apreciable, dejando la sensación de que, en efecto, en el fondo, todo se redujo a una pausa, a un aplazamiento obligado de las tensiones. 

Las crisis en Afganistán, Myanmar, Etiopía, Mali, Costa de Marfil, pero también las preocupantes divisiones que han experimentado socialmente varios países desarrollados en Europa y en Estados Unidos, por ejemplo, ante la inconformidad de sus sistemas políticos y la polarización imperante que priva en su interior, se han agregado a esta explosiva ensalada de conflictos a lo largo del planeta. Desde el punto de vista económico, las cosas tampoco han sido especialmente entusiasmantes. 

A riesgo de simplificar, anotar que con la pandemia o más bien por sus efectos, los reducidos grupos de ricos del planeta se han vuelto más ricos y la desigualdad y la pobreza se han expandido a un ritmo desesperante.

En la arena política, el diferendo por Ucrania que guardan Rusia, Estados Unidos y Reino Unido, principalmente, pero que ha sumado a otros países por diversas razones, como China, Alemania y Francia, entre varios otros, es un tema recurrente y una preocupación permanente a tan sólo poco más de una treintena de días del nuevo año. La única pausa que se esperaba pudiera servir como un bálsamo que apaciguara preocupaciones y tensiones, es decir, la celebración de los juegos olímpicos de invierno en China, se han perfilado en una especie de evento de politización, al margen del objeto esencial de los mismos. 

En la cumbre también se celebró el hecho de que este año hayan podido organizarse, pese a las dificultades, los Juegos Olímpicos de Tokio

Juegos

Foto: EFE

Es cierto que las olimpiadas de invierno no comenzaron a celebrarse hasta 1924, e incluso podría decirse desde un punto de vista técnico que no son las justas deportivas originalmente concebidas en la Grecia clásica, ni tampoco de la llamada era moderna, promovidas por el barón Pierre de Coubertin hacia finales del siglo XIX, pero aún sin conceder en esos argumentos, estas olimpiadas, las de invierno, encarnan como todos los eventos deportivos el espíritu ético de la competencia en la que se asume que no importa ganar sino competir.

Es de suponerse que, en su doble capacidad de historiador y pedagogo, Coubertin documentó y rescató un noble hecho histórico y lo implementó con la convicción de promover la hermandad y la espiritualidad a través del deporte. Lamentablemente, la olimpiada de invierno ha sido utilizada como un show de fuerza entre el país anfitrión, China, Rusia y otros como Estados Unidos y varios más que se le han sumado, para demostrar sus respectivos poderíos y razones para justificar una y otra posición, pero que claramente perjudican la esencia de unos juegos deportivos. Por lo demás, cabe sugerir que estas acciones no resuelven nada de fondo respecto de los problemas de los países contenciosos, de uno y otro lado. 

Esta política, la de boicotear una olimpiada, ya sea con la ausencia de dignatarios a los eventos de inauguración o de clausura, o bien de cancelar la participación de deportistas del país o países concernidos, no es nueva. 

En el pasado se han atestiguado decisiones similares para mostrar o dejar en claro una posición o tal o cual desacuerdo con una situación determinada, pero no deja de sorprender que con los escasos resultados reales del uso de esta práctica se siga recurriendo a ella. Son famosos en la historia de la guerra fría, el boicot deportivo a los juegos olímpicos de Moscú en 1980, en protesta por la invasión soviética de Afganistán, y la respuesta de Unión Soviética en 1984 en la olimpiada de 

Los Ángeles. Menos recordado, el bloqueo múltiple al evento de 1956 en Melbourne a la que Egipto, Líbano e Irak no fueron con el trasfondo de la guerra del Sinaí; otros países como Suiza y Países Bajos ante la intervención militar soviética en Hungría y la Repúlbica Popular de China por la participación de la China nacionalista.

La política y el deporte no deberían caminar por la misma vereda, ni tampoco la primera debería obstruir a la segunda. Tal vez no se trate sino de otra esperanza vaga. Lo realmente preocupante es que los hechos por los que unos y otros están en disputa, pudieran ocasionar mayores problemas para un mundo ya de por sí vapuleado. 

En el verano del año 776 a.C., en homenaje a Zeus, principal deidad griega, en su propio sitio sagrado, Olimpia, comenzó una tradición que al cabo de mil doscientos años permitió acuñar el término de Olimpiada, justamente para que cada cuatro años, se celebraran competencias deportivas entre todas las ciudades de la antigua Grecia, prohibiendo toda actividad bélica. 

La tregua se implementaba días antes de los juegos y se suspendía algunos después de concluidos, los que no la aceptaban, eran excluidos o sancionados. Probablemente lo verdaderamente olímpico ahora, como lo sostienen algunos especialistas, es que las hostilidades respecto del contencioso ucraniano estallen al término de la tregua -no decretada- por la olimpiada de invierno. Veremos hasta dónde son capaces de tensar la cuerda los principales actores involucrados. 

A los deportistas desearles éxito a pesar de las vicisitudes de la pandemia y los conflictos.