Opinión

Oposición política: ¿de qué hablamos?

Hoy comienzo una tarea que constituye uno de los mayores privilegios para alguien que se asume como observador de la política y el ejercicio del poder: la posibilidad de compartir ideas, opiniones y análisis sobre la vida pública del país y aportar, así sea modestamente, a la construcción de una cratología nacional. Agradezco profundamente la oportunidad que me brindan Don Jorge Kahwagi Gastine, Presidente del Consejo de Administración y Don Rafael García Garza, Director General, para compartir con los lectores de La Crónica de Hoy algunos puntos de vista sobre el rumbo político de México.

Cada vez con mayor frecuencia, la conversación pública acude a un concepto que hacía tiempo no se escuchaba con tal fuerza: la oposición como instrumento para generar una alternancia en el poder. En 1976, durante el proceso electoral de aquel año y en los meses previos a la llegada de José López Portillo al poder; en la campaña presidencial del 2000 y bajo el impulso de una “alianza ciudadana” con Vicente Fox, así como apenas hace unos años en los estertores del gobierno de Enrique Peña Nieto, el concepto ‘oposición’ ha formado parte del vocabulario electoral como sinónimo de la necesidad de avanzar en la construcción permanente de la democracia. Hoy, a poco más de dos años del fin de este gobierno, la oposición ha vuelto a emerger como una posibilidad – acaso un deseo o esperanza – para lograr una nueva alternancia en el poder y buscar, ahora sí, una transición política que permita consolidar la democracia y el Estado de Derecho.

Hablar de oposición, alternancia, transición o democracia no es, sin embargo, tan sencillo como incorporar a la conversación pública o a los discursos políticos conceptos que se convierten en términos de moda o muletillas de ocasión. La realidad es que se trata de nociones bastante más complejas que, si han de ser tomadas en serio por la sociedad y los actores políticos, requieren de un análisis profundo y, sobre todo, de un compromiso con el mejoramiento de la vida colectiva y la calidad de un gobierno. En asuntos tan relevantes con implicaciones tan delicadas, no se puede simplemente especular con aquello que creemos que algo significa ni mucho menos recurrir a los lugares comunes, pues ello entrañaría el riesgo de vaciar el contenido de las palabras y transformar las buenas intenciones en demagogia o autocomplacencia.

¿De qué hablamos, pues, cuando hablamos de oposición? Como sucede con prácticamente cualquier concepto político o social, existen tantas definiciones como autores. Sin embargo, entre un mundo de significados para este tipo de términos, es posible encontrar nociones generales o elementos comunes que los individualizan y hacen únicos. Tal es el caso de la oposición política. La oposición requiere de la existencia previa de un régimen democrático en el que el poder se obtenga y ejerza a partir de un mandato popular o ciudadano. En segundo término, la oposición representa a aquellos que discrepan, en parte o totalmente, de quienes legítimamente integran al gobierno y que, por lo tanto, anhelan una manera distinta de ejercer el poder. En tercer lugar, la oposición participa en el juego democrático intentando evitar el abuso del poder, ofreciendo una alternativa política al resto de la sociedad y buscando generar los apoyos suficientes para, en la próxima oportunidad, convertirse en gobierno. Finalmente, la oposición necesita de un sistema político y legal que garantice su participación y reconozca sus aspiraciones de poder.

A partir de estas nociones generales, debatamos sobre la conveniencia, ayer y ahora, de contar con una oposición que controle al poder, ofrezca alternativas, construya una sociedad participativa y consolide la democracia. En tanto sigamos forjando nuestra democracia y con independencia de quiénes detenten el poder, a México siempre le será necesaria una oposición fuerte y responsable. En buena medida, el futuro de nuestro país depende de ello.

Oposición en México

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Cuartoscuro

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