Opinión

El país de la campaña electoral permanente

Era una tendencia que se venía fortaleciendo con el tiempo. Venía desde antes. Pero, desde que Andrés Manuel López Obrador inició la campaña que lo llevó a la Presidencia de la República, el país ha vivido en una campaña electoral permanente.

El presidente Andrés Manuel López Obrador en Oaxaca

El presidente Andrés Manuel López Obrador en Oaxaca

Cuartoscuro

Una diferencia clara entre los tiempos normales de la política y los de campaña electoral, en una democracia, es que, en los segundos, partidos y personajes hacen hincapié en las cosas que los hacen diferentes, y en los tiempos normales suelen buscar puntos de acuerdos para hacer pasar leyes y acciones de gobierno.

En una democracia funcional, la campaña electoral es una suerte de impasse; el momento en el que los partidos compiten para medir sus fuerzas y establecer nuevos equilibrios, mismos que tienen que funcionar en los meses o años siguientes.

Si un país está en constante campaña electoral el énfasis siempre será en las diferencias, y se hará con cada vez más insistencia. La idea no es trabajar sobre lo existente, y ni siquiera buscar nuevos equilibrios. La idea es darse con todo en busca de un improbable nocaut. En el camino, venden a la población la idea de que todo cambiará, para bien o para mal, dependiendo de quien resulte ganador.

La campaña electoral permanente es síntoma de una enfermedad en la democracia. Los actores políticos no se mueven en función de los problemas de la sociedad, para tratar de paliarlos o resolverlos. Esos quedan relegados a comisiones de segundo nivel, o de plano olvidados. Se mueven en función de la próxima elección, para que la persona o grupo se mantenga en el poder.

En esa circunstancia, la que otorga centralidad a las elecciones, es muy buena noticia que la Suprema Corte de Justicia de la Nación haya echado atrás la intentona de desfigurar la democracia, que acechaba desde el llamado Plan B de López Obrador. Tendremos un INE al que tal vez se le escatimen recursos, pero al que no se cercenó su parte operativa. Las elecciones de 2024 se organizarán bien, y los votos de los ciudadanos serán respetados. No es poca cosa, tras el negro nubarrón que había sobre ese proceso.

Pero, a cambio de eso, tenemos que las precampañas presidenciales arrancaron, en los hechos, un año antes de la cita electoral y varios meses por delante de las fechas que marca la normativa legal. No es casual que la señal de arranque haya sido exactamente después de las elecciones para gobernador en el Estado de México y Coahuila. El caso es mantener la campaña permanente.

Uno pensaría que este tipo de actitudes son exclusivas de los políticos populistas, quienes nunca dejan de cortejar al potencial elector, y nunca dejan de criticar o insultar a sus adversarios, a los que califican interesadamente como enemigos para que así los identifiquen los propios simpatizantes. Pero no. Pasa con mucha gente.

Un ejemplo vivo es la alianza opositora, que ha definido el método para elegir candidato antes que cualquier esbozo de programa conjunto. De hecho, están bailando al son que les toca AMLO, que adelantó mañosamente las campañas. Siguen los pasos a tal grado que no se refieren a candidatos presidenciales, sino a un coordinador del frente. El retruécano en el lenguaje como mecanismos para darle la vuelta a la ley. Igualito.

No sólo eso. También ese grupo de opositores contribuye a la formación de algo que se podría llamar doxocracia, y que no es estrictamente el gobierno de la opinión pública, sino el poder de la opinión medida en encuestas. Será a través de este método que se definirán finalistas, los cuales -a diferencia de la doxocracia directa de Morena- al menos terminarán en una boleta.

Mientras unos, los de Morena, le entran a la campaña permanente sostenidos por puestos recentísimos de gobierno y de poder, los otros lo hacen a partir de la erección de barreras oligopólicas a la entrada... y otras tantas para definir su universo de electores.

Así, mientras unos se apoyan en las estructuras de gobierno, los otros se decantarán no sólo a partir de quién tenga simpatías, sino sobre todo a partir de quién tenga el dinero para recoger esas simpatías. Sabemos que conseguir 150 mil firmas no es barato, y tenemos un mal precedente con los candidatos independientes a la Presidencia en 2018. Allí contará mucho la estructura partidaria. Y si no, el billete puro y duro. Y ciudadano que no participe en la primera fase, quedará impedido para hacerlo en la segunda, lo que es un buen mecanismo para evitar un resultado que se salga del cauce, pero pésimo para concitar la participación popular.

El caso es que tirios y troyanos echan a un lado los plazos que fija la ley electoral, ya se sabe que el que se mueve primero gana vistas y likes en el video. Y a darle con la campaña permanente.

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