Opinión

Paradoja de izquierdas

A pesar de sostener ideales que desde una perspectiva ética parecen válidos y necesarios para una convivencia social lo más armónica posible, particularmente las ideas de igualdad, justicia, equidad, incluso fraternidad, las izquierdas históricamente han sido perseguidas y reprimidas, así como vistas con desconfianza, no sólo por sus rivales antagónicos, las derechas incluso las supuestamente más modernas y por otras corrientes ideológicas de carácter reaccionario. Es cierto que dichas ideas desde su concepción han apuntado al cambio de la columna vertebral del sistema en el que las sociedades antiguas y modernas conviven, es decir, la acumulación de capital y los privilegios en pocas manos, y sobre todo contra las ideas de pretendida libertad individualidad y de éxito personal.

Después de las grandes luchas de las izquierdas en el mundo en los siglos XIX y XX, con el paso del tiempo los regímenes de izquierdas en los países que lograron construir ese tipo de edificio político, económico y social, fracasaron y se colapsaron, cayeron al precipicio del descrédito junto con la desintegración de la Unión Soviética y el llamado socialismo real. Esos regímenes entraron en una enorme crisis de credibilidad y desencantaron a muchos. Con el anatema del comunismo, como en la época macartista de persecución e intolerancia en Estados Unidos, por ejemplo, y más contemporáneamente con la etiqueta del populismo, todos los intentos en favor de la construcción de sociedades más equitativas y menos injustas, han sido denostadas de manera irracional.

Con su respectiva carga de maniqueísmo, el mundo libre, entre comillas, se enfrascó en la lucha y contención del totalitarismo y la supresión de la libertad. Era la época de la guerra fría en las relaciones internacionales, y dentro y fuera de los países, tal escenario impactó las relaciones de todo tipo. Lo que no se dijo abiertamente es que en el fondo se trataba de una lucha por el poder clásica, claro está con las etiquetas modernas del momento: socialismo o comunismo, según se prefiera pues los términos se usaron indistintamente para describir el “mal” versus la democracia y la libertad. Tampoco se reparó a nivel práctico e intelectual, en analizar con honestidad que el comunismo/socialismo ocurriendo en la práctica, digamos al menos en el bloque soviético, no era otra cosa que una especie de militarismo de carácter amplio y autoritario. De ahí la esencia del concepto de totalitarismo.

El pretendido agente del cambio en la teoría marxista, es decir, el proletariado, no fue más que una quimera. En la práctica y en la realidad, no fueron sino una pléyade de dictadores y una férrea burocracia militarizada la que suplantó a la “dictadura del proletariado”. Los partidos y los movimientos socialistas y democráticos, al menos los europeos, poco a poco se distanciaron de la influencia soviética y propiciaron una época de prosperidad en sus países después de la segunda guerra mundial, si bien es cierto que tomados estrechamente de la mano de los flujos de capitales estadounidenses y de la bonanza del mercado, al amparo del plan Marshall. Un problema mayor, de horizonte, es que con el colapso de Unión Soviética, aún con esa distancia guardada, entraron igualmente en el descrédito ante los ojos de la gente, principalmente de aquella que vivió por décadas en la órbita soviética y que todavía en el presente perciben esa época como un periodo sombrío de sus países que nunca debe volver a ocurrir.

Con esa derrota real y moral del socialismo sovietizante a manos del mundo libre, encabezado por un presidente estadounidense como Ronald Reagan -pocas contradicciones tan agudas como ésta en la historia de las relaciones internacionales- implicaron entre otros elementos que el consumo, el mercado, la innovación, la superación y la competencia, por mencionar solamente algunas de las propuestas en boga durante tantos años a partir de entonces, hicieron ver los postulados de izquierda no sólo como algo anquilosado sino sobre todo peligroso.

No deja de ser paradójico que las ideas de izquierdas, de cambio social, nacieron en el siglo XIX dentro del propio sistema capitalista frente a las enormes injusticias que supuso la primera revolución industrial y el surgimiento de las sociedades de masa, entre la enorme riqueza que iban creando los trabajadores, como lo apuntan historiadores del socialismo como Donald Sassoon.

Eugene Debs fue cinco veces candidato a presidente de EU por el Partido Socialista en el siglo XIX

Eugene Debs fue cinco veces candidato a presidente de EU por el Partido Socialista en el siglo XIX

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Como hemos propuesto en otras colaboraciones, desde un punto de vista amplio, el desprestigio de las ideas de izquierda en el mundo, pero particularmente en México, sirvieron para justificar toda suerte de atrasos y peligros, empezando con la libertad y acabando con la igualdad. Los que se plantearon el cambio social -equivocados o no al recurrir al uso de la violencia- fueron introducidos en el mundo de la ilegalidad y de disruptores del orden social. Los que optaron por la vía política de las instituciones, bastó con ponerles de mala manera la realidad -tergiversada- de las realidades comunistas para desprestigiar su lucha, su organización, sus objetivos y su vigencia. En la actual coyuntura, a falta del fantasma del comunismo basta con calificarles de populistas para denostar cualquier iniciativa de cambio al orden establecido.

Con enormes dificultades y sobresaltos, cabría pensar que las izquierdas han aprendido a debatir sus ideas y proponer proyectos de cambio en el marco de sistemas democráticos Al igual que en sus orígenes, las izquierdas deben pugnar por convertir en realidad los ideales de la libertad, la igualdad y la fraternidad, que la riqueza social y el poder económico no sean privilegios altamente concentrados, ampliando la democracia y la regulación del mercado laboral, así como poner fin a la discriminación social, entre otras formas de desigualdad.