Opinión

El paraíso del doctor Simi

El Coneval dio a conocer su medición multidimensional de la pobreza, y se confirman los datos presentados por la Encuesta Nacional de Ingreso-Gasto de los Hogares. Esto nos permite a los ciudadanos darnos una idea de la evolución económico-social de México en los años recientes, y debería servir como indicador básico para el gobierno sobre lo que ha funcionado y lo que no ha funcionado.

Pobreza en México

Pobreza en México

La manera más correcta de medir los datos es comparándolos con los de 2018. Así, por un lado, se salva el obstáculo de considerar al terrible año 2020, que fue atípico por los efectos inmediatos de la pandemia sobre producción, empleo y consumo, y, por el otro, se puede hacer un balance preliminar de los resultados de la administración de Andrés Manuel López Obrador.

Los primero que salta a la vista es una reducción general de la pobreza. Un poco más de 5 millones de mexicanos dejaron esa condición, respecto a cuatro años atrás: pasó del 41.9% de la población, al 36.3%.

Sin embargo, la pobreza extrema se mantuvo en niveles proporcionales similares a los de 2018. Esto significa dos cosas: la primera, que si bien hubo un pasaje de la pobreza moderada a la no-pobreza, no hubo un pasaje equivalente de la pobreza extrema a la moderada. La segunda, que, en términos absolutos, en estos cuatro años 400 mil mexicanos se han sumado a las filas de los pobres extremos.

Detrás de estos datos hay dos factores cruciales. Uno es la caída de más de 6 puntos porcentuales en la población con ingresos debajo de la línea de pobreza, que explica la mayor parte del fenómeno. Esta benéfica caída se entiende principalmente a partir de los cambios en la política salarial (se vio, en la ENIGH, que el papel de las transferencias directas es auxiliar: no es lo más importante).

La política de aumentos en los salarios mínimos ha rendido frutos no solamente entre los trabajadores del sector formal, sino también en el informal. Recordemos que, en igualdad de circunstancias salariales, la mayoría de la gente suele preferir el empleo formal, por las prestaciones que conlleva. Durante años, la compresión de los salarios mínimos afectó a todo el sector formal de la economía y esto permitió al informal ser competitivo en términos de absorción de la oferta de trabajo. Cosas que el dogma de la ortodoxia económica no encuentra en sus modelitos.

En otras palabras, si -a pesar de la precariedad- el sector informal ofrece un salario un poco mayor al del sector formal, ocupará a más gente, sobre todo a quienes viven al día. A un aumento de salarios en la formalidad deberá corresponder una oferta de mayores ingresos en la informalidad, que es lo que ha sucedido.

El aumento de ingresos es el principal elemento explicativo de otra buena noticia: la disminución en la carencia social por falta de alimentación nutritiva y de calidad. Hay cuatro millones de mexicanos más con lo que Coneval define como “seguridad alimentaria”.

El segundo factor crucial es que, como la política de apoyos no está focalizada en los más pobres, sino que es más amplia y está permeada por motivos político-electorales, el efecto sobre la disminución de la pobreza extrema es inexistente. Esto, a su vez, nos ayuda a explicar por qué 6.4% de la población se mantiene con “inseguridad alimentaria severa”: es decir, con hambre.

En la otra parte donde los datos del Coneval corresponden con los de la ENIGH es en los rezagos crecientes en educación y en salud.

Hay menos pobreza por ingresos, sí, pero la población en rezago educativo creció, y ahora es el 19.4% del total. Lo peor del asunto es que aquí no se puede decir que sea un mero resultado de la pandemia: es un dato que ha venido creciendo desde 2016 y no ha dejado de hacerlo. Hay un pendiente en cómo se aborda la escolaridad en el país, que va más allá de los libros de texto.

El dato más dramático, donde de nuevo empatan los resultados del Coneval y la ENIGH, es en el acceso a los servicios de salud, que se desplomó. La población con carencia en este rubro pasó de 16% en 2018 a 39% en 2022. Eso representa un cambio de 20.1 a 50.4 millones de personas. La tragedia deviene de la cancelación del Seguro Popular y del fracaso admitido del INSABI.

Contento en general, por los datos, el presidente López Obrador decidió no aceptar el que señala su más grande error en política social, y dijo, sin más, que la pregunta sobre servicios de salud estaba mal hecha. Bajo esa lógica, también estaba mal hecha la encuesta de la ENIGH, que muestra cómo se ha disparado el gasto de las familias en servicios privados de salud. La gente gasta en medicinas que no le surte el sector público y en consultas e intervenciones que éste ya no le ofrece (o si teóricamente los ofrece, no tiene acceso real a ellos). El paraíso del Doctor Simi.

Esto genera un nuevo tipo de desigualdad. Mientras que para las familias que mantienen la salud, el aumento en sus ingresos ha significado notables mejorías, para las que han visto a uno de sus miembros enfermarse, ese aumento ha sido insuficiente, porque se han visto obligado a efectuar nuevos gastos, a veces catastróficos.

En resumen, un panorama de claroscuros, con avances que no se pueden esconder y retrocesos que tampoco pueden taparse con un dedo. Un panorama que debía de servir para cambiar lo que está mal, algo que tal vez suceda a partir de 2025, porque AMLO es incapaz de reconocer un error.

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