Opinión
Paso al emperador chino
Fran Ruiz

Paso al emperador chino

No esperen sorpresas. El Congreso del Partido Comunista de China (PCCh) otorgará este semana a Xi Jinping un tercer mandato de cinco años, gracias a que el mismo presidente chino (también secretario general de partido único) forzó en 2018 a romper el limite de dos mandatos (10 años), regla que fue creada, precisamente, para evitar otro culto a la personalidad, como el de Mao Zedong. Pocos parecen recordar ya los millones de muertos —por hambruna o purgas masivas— durante los años más oscuros del maoísmo, cuando nadie se atrevía a llevar la contraria al fundador de la República Popular China

Un hombre coloca un cartel de Xi Jinping sobre otro de Mao

Un hombre coloca un cartel de Xi Jinping sobre otro de Mao

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Por tanto, para el próximo domingo podremos hablar ya, oficialmente, de Xi como el mayor autócrata del planeta, quien, al igual que su aliado, el presidente Vladimir Putin, aspiran a que su cargo sea vitalicio para que se cumpla el sueño de ambos: reconstruir sus respectivos imperios (con ellos de emperadores, claro), para lo cual necesitan acumular el máximo poder posible.

De hecho, Xi se parece a Putin más de lo que le gustaría reconocer, sobre todo en un punto en el que están totalmente de acuerdo: es urgente un nuevo orden mundial que acabe con la hegemonía global de Estados Unidos y su papel (autoasignado) de policía de la moral y los valores de la democracia.

Pero, que nadie se lleve a engaño. si Xi y Putin aciertan en el diagnóstico de que hay que acabar con la unilateralidad, ya que conlleva graves abusos (la historia de injerencia del imperio americano es larga y sangrienta), se equivocan gravemente cuando hablan de las virtudes del “mundo multipolar”, cuando en realidad lo que defienden es su derecho a que nadie discuta les discuta su apuesta por un Estado fuerte, en detrimento de la defensa de las libertades ciudadanas, aunque ello contradiga la Carta de los Derechos Humanos de la ONU.

No olvidemos (Xi desde luego no lo olvida), que ha llegado donde ha llegado no precisamente por preocuparse de lo que preocupa a su pueblo, sino porque, en 1989, el entonces primer ministro chino, Li Peng, aplastó la rebelión de los estudiantes que pedían democracia, con una masacre de miles de muertos.

La lección que pagaron con sangre los chinos que soñaron un país más justo es que quien desafía al caudillo, al régimen o al partido único, no es parte del pueblo, sino que es un "traidor a la patria". 

Por eso, quienes defienden este es el mundo multilateral, son los que adulan al nuevo emperador chino o al nuevo zar ruso, por que defiende su mismo modelo. Por ejemplo, el venezolano Nicolás Maduro, o el nicaraguense Daniel Ortega, o el heredero de la dictadura castrista cubana Miguel Díaz-Canel; o la junta militar golpista birmana, o el "querido líder" norcoreano, Kim Jong-un; o el dictador bielorruso Alexander Lukashenko; o el tirano sirio Bachar al Asad.

Todos ellos luchan por el mismo ideal: el derecho a gobernar sus pueblos como decidan, sin prensa que denuncie, ni activistas ni oposición.

Regresando a China, una vez sofocado la rebelión de Tianamén, el primer y único intento real de pedir un sistema democrático en China, la modernización meteórica del país anestesió durante décadas a la sociedad del país más poblado del mundo, e incluso ha sido evidente un creciente orgullo nacionalista (azuzado certeramente por Xi), de que China se ha convertido en una superpotencia, también militar.

De hecho, su política de tolerancia cero con los activistas prodemocracia en Hong Kong la presumió orgulloso en su discurso inaugural: "El Gobierno central ejerció su jurisdicción para asegurar que Hong Kong lo gobernaban patriotas. Restauramos el orden",

Pero, la situación no es, ni mucho menos, la de hace cinco años, cuando —pese a su rostro de osito que no ha roto un plato, muy diferente a la cara de reptil envenenador de Putin—, Xi logró arrinconar al sector del partido que alertó contra su ambición caudillista.

La política de confinamiento salvaje de ciudades enteras para mantener a raya la pandemia está generando protestas en la calle inauditas y ha golpeado seriamente a la economía, dañada ya por una crisis inmobiliaria y una guerra comercial sorda con Estados Unidos, que empezó con Donald Trump, pero que Joe Biden no ha desactivado. De hecho, el presidente demócrata acaba de prohibir que se venda a China microchips con tecnología estadounidense.

Pese a todo, Xi sigue apostado por fumar la pipa de la paz con EU, pero envía al mismo tiempo señales preocupantes y contradictorias. En víspera del Congreso llamó a Biden y le dijo que quiere que ambos lleven paz y estabilidad al mundo; pero en su discurso dejó claro que no va a renunciar al uso de la fuerza armada para reunificar Taiwán.

¿A qué Xi creemos, al pacificador o al belicista?