Opinión

La Plaza Rosa de la Constitución

El Zócalo se llenó de ciudadanos que están en contra del llamado Plan B; de la reforma electoral que impulsa el presidente López Obrador y que atenta en contra de la capacidad del INE para organizar elecciones y hacerlas equitativas para todos los partidos y los electores.

Miles de personas se manifestaron en defensa del Instituto Nacional Electoral (INE) en el Zócalo

Miles de personas se manifestaron en defensa del Instituto Nacional Electoral (INE) en el Zócalo

EFE

Con respecto a la marcha de noviembre, que ayudó -a través de las presiones a los partidos políticos de oposición- a que no prosperara el intento de reforma constitucional, la participación fue igual de nutrida, y tuvo mayor presencia de jóvenes y de personas de clases populares. En otras palabras, fue un poco menos clasemediera que la anterior. Eso significa que el tema está prendiendo entre grupos sociales y de edad que poco antes se sentían ajenos o poco dispuestos a participar.

La plaza y las calles aledañas se llenaron a tope, apretadamente, y sólo un interesado (ni siquiera un iluso) puede hacer el cálculo de que había una persona por metro cuadrado para que, como si fuera el Lecho de Procusto, no se cumpliera el reto de los seis dígitos que haría al presidente López Obrador tragarse sus palabras.

Pero, más allá de los números, lo importante es que la ciudadanía estaba ahí para proteger la Constitución, en la plaza que lleva precisamente ese nombre. Este hecho en sí es una novedad más en este sexenio de novedades. En ese sentido, no se debe entender como una forma de presión hacia los ministros de la Suprema Corte, sino -como lo expresó claramente José Ramón Cossío-, como un apoyo para que decidan las impugnaciones a la ley conforma a nuestra Carta Magna. Para que sepan que, ante las presiones del poder, no están solos.

La manifestación era a favor de la autonomía de las instituciones, no por ningún partido político. Tampoco, aunque la idea expresada desde la tribuna gustara a más de un participante, como un llamado a la construcción de un frente único antiobradorista rumbo al 2024. Al contrario, era expresión de una diversidad que, como la del país, no cabe en una sola ideología o en una sola papeleta. Por eso ahí compartieron espacio miles de ciudadanos, de izquierda, de centro y de derecha, que tienen en común una convicción: la democracia que tanto costó construir debe ser protegida de los intentos por limitarla.

Por lo mismo, el gran momento de unidad fue durante el Himno Nacional: la convicción de compartir la ciudadanía, la pertenencia al pueblo y a la nación mexicana, que no es monopolio de un partido y menos de un caudillo.

Es poco probable que los líderes partidistas de la alianza opositora entiendan esto. Y fácil que se vayan con la finta de que esa expresión de los ciudadanos sea el principio de la gran coalición que los llevará de regreso al poder. Es fácil que no vean que es precisamente la sociedad civil la que le da fuerza primordial a estas movilizaciones, no los partidos (aunque éstos suelan ser necesarios en términos de logística y organización).

Lo que es todavía menos probable es que desde el gobierno y desde Morena se haga una lectura políticamente útil de lo sucedido.

Un problema recurrente que tienen es que, a partir de que buena parte de lo que difunden son mentiras, tienden a comportarse como si esas mentiras fueran verdades. En esa lógica ilógica, no ven y mucho menos atienden las causas reales de la movilización, y concluyen absurdamente que cientos de miles de personas se movilizan en favor del dispendio, de los privilegios de unos cuantos y hasta de García Luna.

Si te intoxicas de tu propia propaganda, tomas decisiones equivocadas, cuando no estúpidas: y eso es lo que les puede estar sucediendo con las reacciones ante la manifestación del domingo. (Digo, ya les pasó que quisieron colgar una manta con García Luna y el PAN, pero son tan malhechotes que se les fue de lado y acabó convertida en jirones).

Lo que viene a continuación es una disputa por la narrativa, y el peligro es que se mienta una y otra y otra vez sobre lo que verdaderamente contiene la reforma electoral, se oscurezcan sus alcances y no se vea el tamaño real de sus riesgos.

Y el dato adicional, que no es menor, es que no sólo los ciudadanos mexicanos estarán atentos a las decisiones de la Suprema Corte y de las otras instancias judiciales que recibirán impugnaciones. Las movilizaciones también han obligado a que el resto del mundo vea que en México hay un intento de regresión democrática. A López Obrador, tan ajeno a lo que viene del extranjero, tal vez no le importe personalmente, pero sí puede significarle, a la postre, más de un problema.

Y tiene esa repercusión internacional, precisamente, porque el Zócalo rosa no se trató de un acto partidista de la oposición -aunque en ambos bandos hay quien insistirá en verlo así-, sino de un acto ciudadano en defensa de una Constitución democrática.

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