Opinión

Polarización y certificados de pureza

México lleva ya muchos años empujado a un largo enfrentamiento retórico y político entre dos partes totalmente encontradas. Al caer en él, ha obedecido a la estrategia del presidente López Obrador, que busca dividir a los mexicanos entre el pueblo auténtico (y pobre y bueno) y el resto de los ciudadanos, que, según él, no merecen el calificativo de pueblo, sino una serie de adjetivos injuriosos.

Ha sido una guerra verbal incontinente y cansada. En ella, lo que menos importa son los argumentos, porque abundan los sofismas y las mentiras. Los matices no existen. Y lo que más hay son insultos, que son, al mismo tiempo, prueba de que faltan las razones y resultado de la imitación de lo que se hace desde Palacio.

Desde hace al menos cuatro años, lo que llama la atención en esta supuesta disputa por la opinión pública es la voluntad de los contrincantes por poner barreras. Por extender, cada uno a su manera, certificados de pureza.

A menudo se habla de polarización. Pero hay que subrayar que, en ella, lo relevante es la cancelación del diálogo, al que se confunde con claudicación. Y esta falta de diálogo lleva a mucha gente a posiciones extremas, y contribuye -junto con la degradación de las instituciones desde el poder centralizado- a erosionar la democracia.

En medio de esa polarización, todos piensan en ganar las elecciones. En tener la mitad más grande. Pero esa estrategia es riesgosa de un lado, y suicida del otro.

Es riesgosa para Morena y sus aliados, por dos razones. La primera es el evidente deterioro de la esperanza en López Obrador, aunque él insista en decir lo contrario. Al desgaste natural de cuatro años de gobierno se suma la escasez de resultados, que van desde el aumento neto de la pobreza y de la inseguridad, hasta la sensación social de que la corrupción, que era enorme, no ha disminuido. La segunda es que, si le sumamos a ese desgaste los pleitos internos, derivados de que el Presidente prefiere dividir a su grey para reinar a gusto, encontramos una combinación que para nada asegura la victoria en 2024. Si sólo los incondicionales más incapaces de hacer la mínima crítica caben dentro del pueblo bueno, entonces ese pueblo se achica.

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AMLO

EFE / Isaac Esquivel

La estrategia de rechazar a los que no son puros es suicida para la oposición, por una razón más sencilla. En 2018 López Obrador obtuvo la mayoría absoluta de votos válidos. Si, en la lógica de la expedición de certificados de pureza, se rechaza a quienes votaron por la coalición morenista, a quienes colaboraron de una u otra forma con el gobierno o a quienes mostraron su acuerdo con una sola de las políticas de AMLO, se está obteniendo de manera automática y matemática una minoría que no dejará de serlo.

Y vale la siguiente pregunta: ¿Queremos mantener este enfrentamiento improductivo hasta 2030? ¿Queremos hacer nuestra por muchos años la herencia lopezobradorista de dividir a los mexicanos? ¿O seremos capaces de trabajar para construir una nación incluyente para todos?

A López Obrador le conviene atizar la discordia. Más a él que a su partido, porque sólo con la discordia puede esconder sus fracasos y hacerse pasar por el estadista que no es.

A la oposición le conviene mantener la firmeza, pero dentro de un discurso de reconciliación social entre los mexicanos. Alejarse de extremismos supuestamente principistas. Ser crítica con su propio pasado. Y apostar por la división ajena.

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