Opinión

Política de odio

Emanuel Kant sostuvo que el hombre posee una dignidad intrínseca que los hace valiosos. Los seres humanos, decía, no tienen precio, son un fin en sí mismos y nunca deben ser usados como medio para propósitos ajenos.

El presidente de México se burla de la dignidad de las personas. Los violentos ataques que lanza a diario contra sus enemigos revelan a un individuo intemperante y cruel que hace mofa de los principios y reglas de la moral.

Esto es paradójico pues al inicio de su sexenio presumió ser un hombre íntegro, difundió la Catilla Moral de Alfonso Reyes y dio instrucciones a un grupo de sus seguidores para elaborar un Código Moral que orientara a pueblo para actuar por el camino del bien y no del mal.

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Lopez Obrador hace mofa de los principios y la moral

Cuartoscuro / Rogelio Morales

Su conducta intolerante revela, en realidad, a un hombre que ofende a los otros porque no se respeta a sí mismo y vive en el constante temor de no tener la aprobación de los demás. Es un sujeto dominado todo el tiempo por el odio, la culpa y la inseguridad.

Quien persigue la dignidad humana no debe actuar con intolerancia. De hecho, la tolerancia es un valor universal que involucra auto-control, deliberación y paciencia. Lo que resulta casi inconcebible es que un hombre que insiste en su honestidad y bondad, predique a diario el odio contra aquellos que no comparten sus ideas.

El presidente debe educar al público en la tolerancia y el diálogo y abstenerse de juzgar a los demás y de presentarlos como enemigos del pueblo. Sus palabras son recogidas por sus simpatizantes de manera literal, sin matices.

Entre las masas que siguen al presidente hay algunos que entienden que los “neoliberales” son sus enemigos y coligen que la consigna que da el presidente es “¡Acabar con ellos!”. El presidente siembra esos sentimientos en la población.

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El discurso agresivo no puede producir conciencias buenas, tolerantes y prudentes, al contrario, suscita odio y menosprecio hacia los “fifís”, los “conservadores”, los “neoliberales”, etc. que se convierten en vulgares bandidos que sirven a los poderosos y contribuyen a la explotación del pueblo pobre.

Este efecto funesto de la retórica de AMLO es perceptible en la actitud soberbia que asumen muchos de sus funcionarios (secretarios, diputados, senadores) ante las fuerzas políticas opositoras y se hizo ostensible el sábado 18 de marzo en la concentración popular del Zócalo donde, un grupo de exaltados prendió fuego a un monigote de cartón que simbolizaba a la presidenta de la Suprema Corte de Justicia, Norma Piña.

Este es un efecto real del discurso presidencial: genera cólera, furia, rabia, contra personas que el presidente ha denunciado como “enemigos del pueblo”. El presidente presume que su gobierno no reprime, pero sus discursos sí lo hacen y dan cauce a una polarización social que, eventualmente, puede llegar a manifestarse en enfrentamientos violentos.

La violencia verbal, tarde o temprano, se concierte en violencia física, esto ocurre más fácilmente en países con tanta pobreza y tanto resentimiento social como el nuestro. Lo que hace diariamente AMLO es direccionar los sentimientos de las masas hacia personas de carne y hueso que se convierten en blancos del odio popular y víctimas potenciales de atentados.