Opinión

La prisa malsana

Andrés Manuel López Obrador es un hombre que se siente predestinado. En su versión de la vida, ha sido escogido para una tarea de transformación del país. Es un destino a la vez heroico y de sacrificio. Por lo mismo, tiene la seguridad, como Caleb, de que el pueblo llegará a la Tierra Prometida. Y hará de todo para que así sea

Pero al mismo tiempo, López Obrador ha manifestado en distintas ocasiones su percepción o temor de que no podrá concluir personalmente su tarea. En eso se parecería más a Moisés, a quien sólo se le permitió ver desde lejos la tierra de la promisión.

Esta percepción se ha agudizado a partir de los recientes problemas de salud del Presidente (que no por ello deja de comportarse como kamikaze), y se refleja en la manifestación -expresada luego de su salida del hospital- de que ha dejado un testamento político.

Estoy convencido de que el testamento político de AMLO no es, como algunos han maliciosamente supuesto, un anticonstitucional legado de puestos de poder, con albacea y herederos con nombre y apellido. Supongo que se parece más a los decálogos que tanto le gustan: tareas a realizar para asegurar a la nación un futuro alejado de los falsos valores del (neo)liberalismo.

El problema es que, en la medida en que López Obrador siente que le queda menos tiempo para realizar su misión histórica, aumenta su prisa por hacerla cumplir. Que todo quede atado y bien atado. Eso explicaría su renovado activismo, su creciente irritación, su doble apuesta por la polarización, su todavía más reducida tolerancia, su negación de la legalidad que lo constriñe. Y su incapacidad para ver que hay cosas que se le están yendo de las manos, si no es que desmoronando.

¿Cómo vemos esa prisa? En el uso del Ejecutivo para dar línea directa y señal de velocidad al Legislativo (caso de la reforma eléctrica). En la iniciativa para subsumir en el Ejecutivo a varias entidades autónomas (notables, por lo absurdas, la de hacer depender Conapred de Gobernación y al Instituto Nacional de Ecología y Cambio Climático, de la Semarnat). En el reforzado ataque cotidiano contra el INE y los consejeros que le caen mal. Y nos podríamos seguir: la idea es apretar el paso para que los cambios sean irreversibles.

Pero las cosas no son tan lineales.

15 años sin Monsiváis
15 años sin Monsiváis
Por: Edgardo Bermejo MoraJune 20, 2025

Esa prisa por llegar a la cita con la historia, esa agenda retacada de asuntos y esa tendencia de abrir frentes en todos lados no pueden sino acabar haciendo un engrudo. Entre otras cosas, porque tienen que saltar obstáculos políticos e institucionales que, a pesar de la tarea destructiva llevada a cabo, todavía existen. Lo que sí pueden lograr es tensar aún más las relaciones entre distintos grupos de la sociedad política.

La reforma eléctrica tiene primero que pasar por el tamiz legislativo, que no es sencillo, y luego hacer frente a la resistencia del extranjero, que ahora se ha hecho explícita. Y todos los otros golpeteos, y las otras medidas, incluida una eventual propuesta de contrarreforma electoral, encuentran cada vez más resistencia social, y no sólo de la oposición partidaria.

Al mismo tiempo, la lucha adelantada por la sucesión y los escándalos internos -que ya son demasiados- atentan contra el unanimismo que pretende el Presidente dentro de su partido y aun dentro de la Comunidad de la Fe de sus seguidores. Está difícil tragar más sapos, aunque se siga haciendo el esfuerzo.

En su prisa malsana, el Presidente no quiere ver esos problemas, o siente no tener tiempo para verlos. Por lo mismo, tampoco ve que la economía da signos negativos, que dificultan la canalización de más recursos a los programas que le dan votos al partido o a los proyectos insignia, con los que las generaciones futuras identificarán a su gobierno. No ve que las recetas de austeridad y las señales que da a los inversionistas en nada ayudan a cambiar la tendencia económica. Él, a lo suyo, que es la trascendencia histórica.

No tiene caso sugerir lo obvio: que esa prisa no le conviene al grupo en el gobierno. El Presidente manda, acelerará y ya se verá quien aguanta el ritmo. Tal vez el aumento de las tensiones servirá para decantar, para ver quiénes son los fieles entre los fieles. Pero perjudicará a la nación en su conjunto. Seguirá la travesía en el desierto.

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