Opinión
Putin, impotente; Erdogan, eufórico: consecuencias de la derrota karabají
Fran Ruiz

Putin, impotente; Erdogan, eufórico: consecuencias de la derrota karabají

La guerra relámpago de Azerbaiyán en el enclave armenio de Nagorno Karabaj y su victoria en apenas 24 horas no habría sido posible (o al menos no tan rápidamente) sin el papel jugado en la sompra por el presidente ruso, Vladimir Putin, y el presidente turco, Recep Tayyip Erdogan; el primero por su pasividad, y el segundo por su actividad tras bambalinas, siempre del lado de sus aliados azerbaiyanos.

Putin pareció ser el último en enterarse del ataque militar azerbaiyano del martes (o así lo quiso dar a entender), pero eso no explica que ni él ni sus tropas rusas de pacificación en Nagorno Karabaj movieran un dedo para impedirlo. En consecuencia, las autoridades karabajíes y sus disminuidas tropas optaron por rendirse para no ser masacrados por un ejército claramente superior, gracias a que fue presuntamente armado por Turquía desde antes de 2020, cuando otra ofensiva bélica azerbaiyana arrebató por sorpresa dos tercios del enclave armenio, de apenas el tamaño del estado de Morelos.

Según la BBC, los aviones no tripulados Bayraktar, de fabricación turca, desempeñaron un papel crucial en los combates de 2020, permitiendo a Azerbaiyán conquistar localidades de alto valor simbólico como Shusha. Un año después, Erdogan y el presiente de Azerbaiyán, Ilhan Aliyev, firmaron la Declaración de Shusham una alianza político-militar con el objetivo de concluir la conquista de todo Nagorno Karabaj. Este miércoles lo consiguieron.

Lo que los azerbaiyanos no lograron en 32 años de hostilidades lo lograrán en 24 horas y este jueves, cuando se firme el armisticio, dejará de existir oficialmente la República de Artsaj, como llamaron los armenios a Nagorno Karabaj, tras declarar unilateralmente la independencia de Azerbaiyán en 1991, aprovechando el caso y el derrumbe de la URSS.

Falta por ver los términos de la capitulación y si la victoriosa Azerbaiyán (de confesión musulmana chiíta, pero muy laicizada) cumple la promesa del presidente Aliyev de que respetará a los karabajíes (cristianos); en otras palabras, que no serán ciudadanos de segunda ni habrá una limpieza étnica.

Pase lo que pase, está claro que Erdogan es el otro ganador de esta guerra de un día y agranda su imagen de estadista no sólo en Azerbaiyán, sino en otras ex repúblicas soviéticas de Asia central y de lenguas túrquicas, como Uzbekistán, Kazajstán y Turkmenistán.

En el otro extremo, Putin acaba de caer en desgracia para los armenios, que se sienten traicionados por la promesa de Moscú de que los protegería, lo que podría tener como consecuencia un acercamiento de Armenia a Estados Unidos. De hecho, la pasividad de las tropas rusas de “pacificación” en Nagorno Karabaj, pudo deberse a un acto de venganza del Kremlin, como insinuó el expresidente ruso y aliado de Putin, Dmitri Medvedev, por la reciente participación de tropas estadounidenses en maniobras militares en Armenia.

En vez de sumar amigos a su ambicioso sueño de reconstruir el caído imperio soviético (o al menos de que sus antiguas repúblicas giren de nuevo en la órbita de Moscú), Putin está ganándose a pulso enemigos —Ucrania, los países Bálticos, Georgia, Moldavia y ahora Armenia—; y está viendo cómo pierde influencia incluso entre aliados, como Kazajstán, que se negó a entregarle armas para su guerra en Ucrania, y ahora Azerbaiyán, mucho más cercana a sus “hermanos” turcos que a los eslavos rusos.

Frente a la euforia de Erdogan, la impotencia de Putin, que debe conformarse con amistades mucho más lejanas, como la del dictador norcoreano Kim Jong-un, para mendigarle armas… o como la de quien le ofreció el zócalo para que desfilaran las tropas invasoras rusas.