Opinión

No es razón, es locura

El conflicto de AMLO contra el INE es un absurdo increíble. Me pregunto quién puede entender esta conducta incoherente: primero, la 4T le niega al INE los recursos financieros para realizar la revocación del mandato; enseguida, la misma 4T le exija en términos categóricos y agresivos que realice ese evento.

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No es la razón, es la locura la que nos gobierna. Ningún político razonable puede proceder de esa manera contradictoria. A menos, claro, que estemos ante una maniobra política con un designio oculto, pero, cualquiera que sea el propósito, ¿se justifica hundir al país en una crisis para beneficiar a una persona o a un partido?

Ofende a la dignidad humana, asimismo, la sumisión abyecta –y unánime-- de los funcionarios de Morena ante los caprichos del presidente. Personas que hasta hace poco pasaban por honestas, libres, con juicio autónomo y crítico, hoy se someten dócilmente a la voluntad del presidente, aunque esa voluntad se proponga realizar el peor de los disparates.

Es realmente vergonzoso. Sin embargo, el precio que puede pagarse por las decisiones sinsentido del presidente puede ser muy alto. Sus ataques al INE están fomentando un conflicto insoluble que desgastará a las instituciones y causará graves daños al país. El odio partidario, sectario, se ha convertido ya en una gangrena que destruye poco a poco los lazos sociales.

No es el amor, es el odio y la venganza lo que mueve a nuestro máximo líder. El conflicto entre el INE y la 4T se desarrolla en el plano de los sentimientos y las pasiones, al margen de la razón y la buena voluntad. Su prédica de los Evangelios y sus alusiones a Jesús son una parodia grotesca y una burla al pueblo de México.

Ningún problema puede resolverse al margen de la razón, de la lógica, del diálogo y menos con actores que son presa de la ira y el odio. La ira, decía Séneca, es la más destructiva y peligrosa de las pasiones; destruye simultáneamente al objeto del odio y al sujeto que odia. Platón, por su parte, define al alma como conjunción de impulso, deseo y razón, pero es la razón la que la dirige. Cuando rige el impulso, el alma se extravía.

AMLO es prisionero de sus pasiones (lo sabemos porque a diario revela ante nosotros su carácter). Conocemos sus cualidades, su enorme fuerza de voluntad, su activismo, su entrega absoluta a la causa que defiende, pero sabemos asimismo que es una persona de inteligencia gris, de cultura mediocre, que es soberbio e intolerante, que se siente agraviado por quienes lo critican o disienten de él y que toda su actuación política está marcada por el afán de vengarse de ellos.

El odio y los prejuicios gobiernan su conducta y mientras eso continúe la solución del problema del INE y la revocación del mandato se hará más difícil. De hecho, no hay evidencia alguna que indique un cambio de actitud del gobierno y la historia política del presidente no registra un solo momento en el cual haya dado marcha atrás. Esa conducta obstinada y estulta sólo puede tener un efecto: aguzar el enfrentamiento entre las partes y conducir al país a una nueva crisis sin salida visible. Todo indica que el ejecutivo está decidido de llevarnos a un nuevo descalabro.

No falta mucho para llegar a un punto de no retorno. Lamentablemente, nuestro líder es, en estricto sentido, poco sensible ante los grandes males que aquejan a México --como el crimen, la violencia social y la impunidad— males que ilustran con nitidez el grado de descomposición social que sufrimos. Las intervenciones del Estado --programas sociales, fuerzas armadas y poder judicial—han demostrado su inutilidad para desahogar estas estas calamidades. Tenemos (muchos) graves problemas: ¿se justifica que crear nuevos?