Opinión

Reglas y democracia

La democracia requiere principios y reglas. Los primeros se relacionan con los valores que una sociedad considera importantes para lograr un gobierno común, y se convierten en el corazón de todo el sistema electoral.

Los principios no funcionan a la manera de todo o nada, sino más bien como objetivos a cumplir según las condiciones reales que se presenten en un momento dado.

Las reglas derivan de los principios, de manera que son secundarias y su función es permitir realizar los primeros. Así, las reglas no son un fin por si mismas, lo que no les quita importancia pero sí nos obliga a dimensionarlas, pues nos permite (o tal vez nos obliga) a cuestionar con qué principio se relaciona cada regla.

Esta pregunta se la debe hacer el legislador cuando diseña las condiciones de la competencia, hablando de la democracia electoral. Por ejemplo, el tipo de instituciones que se requiere para tutelarla, ¿cómo se relaciona la estructura propuesta con los principios constitucionales?

Las autoridades que organizan y califican elecciones, desde luego también están sujetos a dichas reglas. Pero no como obediencia ciega o mecánica, sino condicionada por dos factores: los principios constitucionales y las características de cada caso o elección.

Así, deben armonizar el mandato constitucional, las reglas de las leyes, y la realidad de cada asunto.

Las autoridades, los partidos y los actores políticos deben actuar con lealtad a las reglas y los principios, porque justamente en eso consiste la lealtad democrática. Los dos últimos pueden incluso realizar cambios, lo que no implica la desatención de las obligaciones a su cargo.

La democracia no puede funcionar sin principios ni reglas. En cierto sentido la democracia es un principio también, que supone la armonía entre la decisión mayoritaria y los derechos de las minorías, bajo la idea de la mayor posibilidad de debate al incluir temas y actores.

Para lograr lo anterior, en el diseño y aplicación de las reglas, así como en la conducta política, se requiere la conciencia de que somos una sociedad plural, en la que la inclusión total aún no es una realidad. Que deseamos gobernarnos bajo la idea de la participación ciudadana sin renunciar ni a un gobierno eficaz ni a los derechos que nos permiten a cada persona definirnos de la manera que queramos.

Nadie dijo que la democracia fuera cosa fácil. Pero la realidad es que a la fecha no hemos encontrado mejor manera de gobernar nuestras sociedades.