Opinión

La República de los crédulos

Todos creemos saber cuándo, en realidad, sentimos y creemos, no conocemos. La información y las habilidades del pensamiento crítico la detentan muy pocos. La escolaridad media en México es de 9.5 grados, pero la educación que recibimos es de mala calidad. Según la evaluación PIIAC de la OCDE en 2018 el 50% de la población adulta de México tenía mal desempeño en aritmética y en comprensión lectora, por tanto, se puede concluir que somos una sociedad propensa a la credulidad y a la manipulación.

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En nuestra vida diaria todos creemos conocer la política y no perdemos oportunidad de emitir nuestras opiniones sobre el tema. En realidad, sabemos poco de esa materia, nuestra preparación en civismo es irrisoria. Tampoco los mexicanos somos propensos a soltar con franqueza nuestras opiniones --menos en un momento de polarización como el actual--, por lo mismo, tendemos a la hipocresía, guardamos silencio si existe el riesgo de enfrentar cara a cara una discrepancia. Tememos la confrontación de ideas y preferimos explorar cuidadosamente el terreno antes de hablar.

Una vez que comprobamos que estamos ante personas con opiniones coincidentes a las nuestras, lanzamos indignados juicios lapidarios, categóricos, en los cuales no hay mediaciones: estamos a favor o en contra de la 4T. Puesto que creemos saberlo todo, nos expresamos con seguridad, nuestra reputación está en juego.

Pensamos que lo sabemos todo, no porque conozcamos, sino porque creemos. Tenemos una personal visión del mundo que hemos armado gradualmente a partir del mar de información que a diario llega a nuestra mente a través de la televisión, el internet y las redes. Claro, información no es conocimiento, es mero dato; el conocimiento exige un proceso de reflexión, un análisis metódico, que pocas veces hacemos.

Bajo el gobierno populista no es el conocimiento el que guía a la deliberación pública, son las creencias. Lo que priva en la conversación cotidiana son los supuestos, los prejuicios, las fábulas, los bulos, las fake news, las mentiras, las exageraciones, las teorías del complot, los rumores, los chismes y las conjeturas.

El populismo milita contra el conocimiento. El desprecio de AMLO por la educación, su renuencia a aceptar evidencias, su oposición a la crítica, su odio manifiesto contra la ciencia y los científicos, su agresión contra las universidades, su desprecio hacia los intelectuales, todo esto prueba su deriva oscurantista.

México no es una nación que posea una ciudadanía informada y crítica, en cambio tiene una masa enorme de ciudadanos que se percibe a sí misma como víctima, que no ha sido beneficiada por el sistema, que vive en pobreza --o en pobreza extrema--, que ha sufrido marginación y humillaciones, violencia y explotación. Es una ciudadanía agraviada y resentida que clama por justicia y por castigo a sus verdugos.

En el seno de esta masa ha tenido gran éxito la narrativa de odio urdida por AMLO que señala a los gobiernos neoliberales del pasado reciente como culpables del abandono del pueblo y del rezago económico de México. Mediante la corrupción, esos gobiernos, saquearon al país, lo hundieron en la miseria, impusieron una ética individualista y propiciaron la descomposición moral de la sociedad mexicana.

Es una narrativa que, en parte, se basa en verdades y, en parte, en mentiras. ¿Pero cuántos de nuestros ciudadanos tienen capacidad para distinguir entre realidad y ficción? Una minoría. La mayoría se reduce a creer, a seguir sus impulsos, sus emociones y sentimientos, a pugnar por la revancha que les promete el presidente. No es el conocimiento, es la credulidad la que guía a las multitudes que aplauden al presidente.