Opinión

Es el resentimiento

Ya se ha dicho bastante: este 2024 será el año en el que el mayor número de seres humanos estará frente a una urna para elegir gobernantes, legislaturas y órganos de representación. La India, Estados Unidos, Indonesia, la Unión Europea, Rusia y México entre muchos otros, tres mil millones de personas.

Un hombre ejerce su derecho al voto en el colegio Cristo Rey en Madrid

Elecciones

EFE

En año nuevo me interesa señalar aquí: ¿existe, flota en el ambiente, un sentido, un móvil principal que dirija el ánimo del voto entre tanta gente y ante tal diversidad de naciones y de situaciones? Pues las encuestas más serias parecen decir que sí. Veamos.

Según un seguimiento de muchos estudios, elaborado por Américas de Eurasia Group, existe -efectivamente- una tendencia en el cambio político del mundo, a saber: un generalizado sentimiento de rechazo en contra de los partidos políticos tradicionales a los que repelen o repugnan los ciudadanos. El Pew Research Center (una de las encuestas) indaga a una veintena de países en la que descubren que, el 65 por ciento considera que no son debidamente representados o ni siquiera, representados.

La misma encuesta exhibe que el 48 por ciento cree que su democracia no funciona ni para ofrecer crecimiento, ni para garantizar su seguridad, ni su prosperidad. En el meta estudio, otro ejercicio demoscópico señala que en 25 países, la ciudadanía dice que “el sistema está roto”, casi las dos terceras partes considera que el modelo económico está diseñado para beneficiar a los más ricos y, esto es lo más inquietante, casi el sesenta por ciento cree que el país requiere un líder fuerte para extirpar esa maldad sistémica. ¿Se pueden o se deben romper las reglas constitucionales para quebrar el status quo? El 45 por ciento dice que sí. La democracia es un bien prescindible para casi la mitad de los electorados, sin hablar de otros males como la corrupción en los gobiernos que es solapada por las élites políticas y económicas.

Es el mundo de los “antisistema” envueltos en el Brexit, los que dieron el triunfo a Trump, a Bolsonaro, contra las dos reformas constitucionales en Chile, Castillo en Perú, el colombiano Petro o Javier Milei en Argentina. El voto mayoritario no es de derecha o de izquierda sino de rechazo a quienes gobiernan, el voto es el resentimiento. El clima social que prevalece y que domina es el que va contra lo que se percibe, es la corriente dominante.

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La paradoja es que ese resentimiento -en su hirviente cazuela de cultivo- es cosechado y propagado por los mismos personajes que son parte de la élite impugnada. ¿Hay alguien más inapropiado para vociferar en contra de los ricos que Trump? ¿Para hablar en contra de la pobreza que Milei? ¿Del militarismo que López Obrador? Y la serpiente se muerde la cola: los votantes eligen a quienes profundizarán sus problemas reales.

El ánimo del mundo no es racional, y si algo deberíamos haber aprendido desde mediados de la década pasada es que el resentimiento es -probablemente- la fuerza política más poderosa del mundo moderno.

Entre siglos XIX y XX, el nacionalismo fue la pulsión fundamental que nos empujó a destruirnos a nosotros mismos; décadas después fueron unas ideologías monstruosas -fascismos y comunismos- quienes llevaron al matadero a millones de personas y nos pusieron al borde de un cataclismo nuclear. Pero hoy, como lo ha señalado el director de The Atlantic, Tom Nichols, el resentimiento social y cultural ha conducido a millones de personas a una especie de psicosis masiva, un “envenenamiento del alma” (Tolstoi) donde lo que verdaderamente importa, no es la resolución de problemas, la opción electiva, ideológica, la propuesta, la idea, el programa, el precio de la leche, sino el rechazo, entre más radical, mejor.

En el mismo meta estudio referido arriba, el ejemplo más inapelable de resentimiento social (y el menos tranquilizante, dadas sus bombas nucleares) es Rusia, una nación que hoy por hoy, está presa de un complejo de inferioridad. La aceptación de la mayoría ante la agresión a Ucrania, y la brutalidad de los soldados rusos en el campo de batalla contra sus cóngeneres eslavos es muy palpable: ¿Por qué viven en libertad? ¿Por qué viven mejor que nosotros? Dice Nichols.

Y por eso las democracias enflaquecen. Son edificios creados para que los problemas sean pensados, discutidos, racionalizados y negociados, no para que el conjunto de la sociedad se mienta a sí misma: “vamos contra los de antes”. La claridad y la honestidad desaparecen del mapa y lo que importa en las elecciones es repudiar lo que tantas veces nos ha causado decepción. Lo que motiva el voto en nuestra época. El resentimiento.