La concentración ciudadana del domingo nos dice que hay una generación activa de demócratas en México, que no están dispuestos a que se pierdan las conquistas logradas a través de décadas y que el país vaya de reversa en esa materia.
Hay que decir, según se vio por los componentes de edad en la manifestación, que esa generación es, esencialmente, la que tenía 18 años o más cuando la famosa caída (o “callada”) del sistema en las elecciones de 1988, bajo la férula -no olvidemos- del entonces secretario de Gobernación, Manuel Bartlett. Es la gente que tiene memoria de cuando el PRI andaba en zancos, como dijera Chava Flores, y esto era una dictablanda disfrazada de democracia.
Esa memoria es la genera una evidencia meridiana: buena parte de las reformas propuestas por el presidente López Obrador tienen como objetivo e ideal regresar el sistema político mexicano al que existía antes de las reformas políticas sucesivas que lo fueron abriendo a la pluralidad. Y, si somos estrictos, en materia electoral el propósito de reversazo es tan grande que nos quiere mandar de regreso a una época muy anterior: de cabeza a 1961, cuando la representación en ambas cámaras era estrictamente por distrito o entidad, en elecciones por mayoría simple.
Hay otras iniciativas que sólo nos quieren mandar atrás entre 11 y 22 años: las que pretenden acabar con la Cofece, el IFT y el INAI, instituciones fundadas ya cuando el PRI había dejado de ser el Partidazo.
Una más, la que busca la elección política de los jueces, va mucho más allá: de manera escondida pretende regresar a tiempos preinstitucionales, cuando el caudillo o el virrey en turno escogían a sus incondicionales para que la ley fuera su ley.
Esta intención presidencial de acelerar en reversa parte de dos convicciones y un temor. Las convicciones son que el país necesita que el morenismo se convierta no en un gobierno como otros, sino en un régimen, para que los objetivos de largo plazo se cumplan, y que para ello requiere controlar todos los resortes del poder, sin excepción y sin contrapeso alguno. El temor es que los ciudadanos decidan, temprano o tarde, que a la nación le conviene ir por otro camino, por lo que hay que poner barreras para impedir que eso suceda. Como dijo Lorenzo Córdova: romper la escalera con la que él subió al poder. Y quedarse allá arriba, de mero machuchón.
Tanto las convicciones como el temor revelan un talante profundamente autoritario. Quien tome como propias las iniciativas antidemocráticas está, a su vez, revelando su propio autoritarismo, aunque lo disfrace de lealtad a la causa.
Y parte esencial del talante autoritario es acusar de intenciones malévolas a quienes no comparten opiniones. No importa si se cree o no que esas sean las intenciones; lo importante es descalificar cualquier crítica, no con argumentos, sino endilgándole propósitos escondidos.
El caso llega al ridículo cuando AMLO acusa que quienes participaron en las concentraciones del domingo fueron “para defender la corrupción”. Ni siquiera sugiere que pudieron haber ido “engañados por la mafia del poder”. Así, según el Presidente, cientos de miles de mexicanos que gritaron a favor de la democracia y del voto libre, al hacerlo en realidad estaban defendiendo la corrupción. ¿Es que le parece que la democracia electoral y el voto libre son parte de esa corrupción que está dispuesto a combatir?
A lo mejor la pregunta no es irónica, y efectivamente AMLO considera que la democracia, tal y como funciona hoy en día y la libertad de sufragio son parte de un sistema corrupto que hay que sustituir por otro, que, al tener como esencia al pueblo, es verdaderamente democrático, sin tener que pasar por leyes y tamices engorrosos.
Habrá quien diga que las movilizaciones ciudadanas del domingo, a pesar de que no fueron partidistas, tienen un claro tinte electoral. A final de cuentas sí es cierto, porque tanto AMLO como su candidata han puesto sus canicas en la batería de reformas constitucionales para las que necesitan carro completo en las elecciones de junio, y las movilizaciones fueron para repudiar esas reformas. Quien las hace electorales es el Presidente, es Morena y es Claudia Sheinbaum.
Siendo así, hay que señalar que la capacidad de movilización masiva de parte de las oposiciones -sean partidistas o sociales- es mucho mayor de lo que se supondría viendo algunas encuestas (tema de otra columna) y, sobre todo, escuchando el discurso triunfalista que ha acompañado las campañas de la coalición de gobierno.
En otras palabras, se puede trabar la reversa que tienen preparada para septiembre.
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