Opinión

Por la salud de todos, debemos fortalecer el sistema educativo nacional con el regreso a clases presenciales

El primer caso de COVID-19 en México se detectó en febrero de 2020, tras su avance por varios países del mundo; al mes siguiente la Secretaría de Educación Pública, con el fin de no arriesgar la salud de millones de estudiantes, decretó la suspensión de clases presenciales en todo el Sistema Educativo Nacional.

Cuartoscuro

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Esta medida (aunque en su momento la más idónea por la curva natural de aprendizaje en que nos encontrábamos ante la pandemia) ha dejado un rezago equivalente a un poco más de dos años de escolaridad. Aunado a esto miles de jóvenes mexicanos de entre 6 y 17 años de edad interrumpieron sus estudios debido a la crisis económica, presentándose el mayor rezago en aquellas zonas de nuestro país que han carecido de clases presenciales, así como de la infraestructura, la movilidad y la conectividad necesarias para el desarrollo de las clases a distancia.

Así, al inicio de 2020, sólo el 56.4 % de los hogares mexicanos contaba con internet y sólo el 44.3 % tenía computadora. Así mismo, el 76.6 % de la población urbana era usuaria de internet, mientras que sólo el 47.7% de la población rural tenía acceso a este servicio, carencias que han puesto al descubierto una serie de retos y desafíos que hemos podido enfrentar con ingenio y creatividad. Un ejemplo:

El estado de Hidalgo ha impulsado acciones alineadas a las diversas estrategias nacionales sobre educación, desarrollando una política educativa cuyo pilar principal son los estudiantes de nivel medio superior que participan como principales ejecutores de un Movimiento por la Alfabetización y la Educación, lo que garantiza, además, su permanencia y continuidad educativa en el nivel Superior.

La finalidad de esta acción es que las y los estudiantes de bachillerato se involucren en acciones de responsabilidad social como parte de su formación integral, y puedan contribuir así a la recuperación y fortalecimiento de los logros que se tenían previos a la pandemia, ya que el estado de Hidalgo presentaba un promedio de escolaridad del 9.4 en una población de 15 años y más de edad, y en el rango de 6 a 14 años una asistencia escolar del 96 %, cuando a nivel nacional era del 94 %.

Así, este estado de la República ha apostado por una juventud participativa y corresponsable de la gran transformación nacional que busca una mejor sociedad a través de una educación crítica y propositiva, una juventud consciente del impacto de sus acciones y que tiene claro que alumnos con mayores aprendizajes significativos serán trabajadores con mejores competencias, lo que, a su vez, repercutirá positivamente en una mayor movilidad laboral y en la percepción segura de sus ingresos.

Resulta entonces que las clases presenciales, la educación escolariza, vivencial y participativa, dentro y fuera del aula, son el motor del desarrollo individual y colectivo; la clave que permite el empoderamiento de las personas para mejorar su calidad de vida, y el impulsor para revertir el rezago educativo ocasionado, tanto por la pandemia como por los factores sociales, económico y culturales que prevalecían antes de ella.

Con el aprendizaje social que hemos tenido en estos años de pandemia, el regreso a clases presenciales (con la seguridad sanitaria aplicada sin alarma ni de manera impositiva, como se ha venido haciendo), ayudará a fortalecer un ambiente de seguridad escolar; a reducir las desigualdades en el aprendizaje por falta de conectividad o de equipos de cómputo (sin renunciar a colocar a la escuela a la altura del desarrollo de las Tecnologías de la Información y la Comunicación) y a disminuir el impacto negativo que ha tenido la pandemia en la salud física y mental de la infancia y la juventud de nuestro país.

Hoy ante los ecos de una desafortunada guerra, fortalecer el Sistema Educativo Nacional, debe ser una de las más altas prioridades de todo mexicano que se precie de ser amante, sin límites, del saber, la felicidad y el progreso.