Opinión

¿Qué fue, qué es, qué será del lopez-obradorismo?

En la recta final del presente sexenio, la pregunta del título parece reclamar su respuesta con mayor necesidad: al cabo, ¿qué clase de gobierno hemos tenido, cual es su índole y sobre todo, cuales son sus resultados?

El presidente Andrés Manuel López Obrador en su conferencia de prensa

El presidente Andrés Manuel López Obrador en su conferencia de prensa

Cuartoscuro

Una evaluación seria y consistente es importante antes de iniciar campañas electorales, para proveer de un piso racional y mensurable al debate político. A fin de cuentas de eso se tratará la elección ¿merece la continuidad en el poder ejecutivo, en la mayoría legislativa, eso que llamamos lopezobradorismo?

La primera condición que ofrece es la de polarizar, mantener dividido al país en un nosotros que se asume “el pueblo”, y un ustedes que encarna a los enemigos de ese mismo pueblo. Simple y eficaz, el planteamiento ha suscitado la peor conversación pública de que tengamos registro. Busquen ustedes cualquier decisión importante (cierre de la construcción del aeropuerto, militarización de la seguridad pública, cancelación de la evaluación en las escuelas, manejo de la pandemia, etcétera) y verán que lo que tienen en común es que han sido promovidas y defendidas por el Presidente de la República y que han sido ejecutadas sin buscar el diálogo o acuerdo con los otros actores del sistema político: gobernadores, alcaldes, legisladores, partidos, instituciones autónomas, especialistas y tampoco con la sociedad civil. De modo que México vive una situación en la que el poder unipersonal se refuerza excluyendo, deliberadamente, al pluralismo político real. Esta es una de las caras del lopezobradorismo.

La segunda: la “transformación” no es un programa o un proyecto coherente ni consistente, no existe un plan pensado o trazado de antemano en sus etapas, sino que estamos ante una serie de decisiones contingentes, que se toman sobre la marcha, pero cuyo signo inequívoco es la concentración de poderes y atribuciones en el Presidente de la República, aún en contra de los preceptos constitucionales, de las leyes, reglamentos, procedimientos y prácticas democráticas.

La tercera es la destrucción obsesiva. El actual gobierno tiene en su haber una severa cauda de desmantelamiento que se está traduciendo en una erosión de las capacidades del Estado en muchos campos, sobre todo el sistema de salud, el sistema de protección del medio ambiente, la educación, la investigación científica y el constante detrimento de las agencias autónomas e independientes.

Lee también

El cuarto rasgo del lopezobradorimso es la expansión del poder, atribuciones y recursos trasladados al ejército mexicano. No sólo es un abandono de una promesa central de su campaña sino que marca un cambio completo en el significado de la democracia y de su transición, pues precisamente, las transiciones a las democracias en América Latina se propusieron escapar de la tutela que el poder castrense ejercía sobre el poder civil. Con el lopezobradorismo, México recorre ahora el camino inverso

Y en quinto lugar: la reiterada, deliberada y sistemática violación de las leyes y la Constitución, en muchos campos y para todo fin. Para permitir sus “obras emblemáticas”, para dejar inútiles a los órganos autónomos, para cambiar la naturaleza de ciertas instituciones, para abrir las compuertas de la militarización, para negarse a la transparencia, la constante es un gobierno que violenta las leyes sobre las que él mismo se erige, sembrando en el camino afirmaciones falsas, arguyendo por sistema “otros datos” para distorsionar premeditadamente a la conversación pública y llevarla a un ambiente de confusión y ambigüedad.

Polarización, concentración del poder en la presidencia, destrucción institucional, militarización y violación de las leyes desde el gobierno y por sistema, son el marco de evaluación de este sexenio, las columnas que mantienen un nuevo tipo de autoritarismo en México. Volveremos sobre el tema.