Opinión

Simular el aprendizaje

La educación básica se propone contribuir al desarrollo de cada niño desde la edad de preescolar (3-6 años) hasta la secundaria (12-15 años); maestros y padres de familia esperan que cada niña o niño tenga un desarrollo adecuado en lo cognitivo, en lo físico y en lo emocional.

Un salón de clases en una fotografía de archivo

Un salón de clases en una fotografía de archivo

Cuartoscuro

Es decir, los alumnos deben acceder al conocimiento de manera ordenada y armoniosa, de acuerdo a cada una de las etapas de su desarrollo. Sorprende, por lo mismo, la decisión de la SEP de imponer el método de proyectos de manera similar en dodos los grados escolares.

Un proyecto es, en realidad, una investigación. ¿Pero qué puede saber de investigación un pequeño de seis años cuando apenas comienza sus estudios y todavía no domina la lengua y el pensamiento lógico?

El punto de partida de la educación debe ser la niña o niño, un ser único e indivisible, tanto en el tiempo como en el espacio, que se desarrolla en un solo proceso desde que nace hasta que muere. Pero sucede que los libros de texto, en su totalidad, ignoran la figura del niño en tanto individuo.

Los libros insisten, en cambio, en el aprendizaje comunitario. En las conferencias vespertinas organizadas recientemente por la SEP, los maestros, autores de los libros, insistieron con vehemencia en encomiar el aprendizaje en colectivo. “Se aprende en le interacción” dijo uno; “se aprende en familia”, dijo otro.

Muy bien, se aprende en grupo, como lo dice entre otros, Lev Vigotski, ¿pero acaso ese aprendizaje no tiene una dimensión individual? ¿Acaso el aprendizaje no es obra de una mente, de un cerebro? ¿Acaso la escuela durante siglos no ha fomentado el estudio individual y no solo grupal?

La insistencia de los maestros en el “aprendizaje en comunidad” excluyendo o silenciando el aprendizaje individual hasta cierto punto revela el dogmatismo pedagógico y el voluntarismo que domina en todo este proyecto educativo.

En los proyectos que presenta cada libro se trata al niño como a un adulto. Ni el diseño de los libros, ni el lenguaje, ni los contenidos, corresponden a la edad de los niños de primaria: se habla de temas excesivamente complejos, se encarga a los alumnos tareas que no pueden realizar, se utiliza un lenguaje serio, solemne, un lenguaje adulto.

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El hecho es que todos los proyectos se dirigen a “transformar” la realidad concreta de cada barrio y se hace en ellos un vacío a la formación sistemática del pensamiento abstracto, reunido en las disciplinas. Es una educación particularista que se guía hacia el mundo concreto, una educación que no se orienta hacia la nación --que es nuestra verdadera comunidad-- sino hacia la vida cotidiana de los barrios.

Un hecho muy respetable es que se haya reunido a maestros de banquillo para participar voluntariamente, sin pago alguno, en la redacción de los libros de texto. Esto produce mucha satisfacción en los maestros-autores y, hasta cierto punto, entre muchos docentes, pero no podemos, sin embargo, dejar de lado las exigencias o requisitos que debe satisfacer quien elabora libros de texto en cualquier parte del mundo.

El autor de libros de texto debe poseer, de entrada, una sólida cultura general, debe estar familiarizado con las teorías del desarrollo humano, debe conocer diversas pedagogías y debe tener, desde luego, tener determinadas habilidades literarias. Lo que es legítimo dudar es que todos los autores cumplieran con estos requisitos, sobre todo cuando se piensa que las escuelas normales no ofrecen –hasta ahora—una formación especializada para elaborar libros d texto.

El hecho, verificable, es que los libros de texto tienen baja calidad, tienen números defectos y errores, fallas de contenido como de redacción e ilustración. Dejamos de lado los contenidos políticos-partidarios que muestran aquí y allá la lealtad de los autores con las causas revolucionarias, con el presidente de la república o con la cuarta transformación.

El uso repetido de elementos de la cultura popular de diversas regiones del país perece contradecir la idea de que el aprendizaje debe ser significativo y vinculado a la vida cotidiana de los alumnos. ¿Qué interés pueden despertar los alebrijes de Oaxaca en un alumno de Sonora? ¿Qué valor significativo pueden tener los mitos locales en la educación de niños de todo el país?

Es probable, entonces, que el aprendizaje esperado por los líderes de la SEP no será sino una simulación.