Opinión

Hacia un sistema integral de prevención de las violencias

Uno de los graves problemas sociales, de no reciente aparición y, que implica un fenómeno de concienciación colectiva es la violencia visible e invisible en el seno de la intimidad familiar.

Cuartoscuro

Cuartoscuro

En los últimos dos años, a causa de las afectaciones de la pandemia por el COVID-19, las medidas del “quédate en casa” que, por un lado, ayudaron a proteger la salud ante los riesgos de la enfermedad, también contribuyeron al aumento de la violencia doméstica.

Es decir, la misma técnica usada para proteger a las personas del virus también amplió las oportunidades a los abusadores domésticos. En este sentido, el llamado a protegerse de un peligro público expuso con flagrancia la violencia en espacios privados.

Cifras del Observatorio Nacional Ciudadano, muestran un lamentable panorama donde ocho de cada 10 violaciones las hacen conocidos de las víctimas: algún familiar, amigo, novio, esposo o compañero del trabajo y que, durante el primer semestre de 2021, se presentó una carpeta de investigación por violación cada 25 minutos y, peor aún, solo el 2% de los delitos sexuales es denunciado, y de ello solo cinco de cada 100 denuncias llegan a sentencia.

La violencia familiar es un fenómeno en que las mujeres han tenido la peor parte, no obstante, este flagelo se extiende a otros miembros del núcleo familiar afectando a niños, las niñas y adolescentes, personas mayores, personas de la comunidad LGBTQ y otros más.

De manera particular, los niños, ante la violencia familiar, pueden experimentarla ellos mismos o ser testigos de ello y se estima que, donde hay violencia y abuso, los niños son testigos de aproximadamente las tres cuartas partes de esos incidentes abusivos. Peor aún, aproximadamente la mitad de los niños y las niñas de esas familias han sido golpeados o golpeadas.

Derivado de ello, los niños de cualquier edad pueden desarrollar síntomas de lo que se denomina "trastorno de estrés postraumático”, como consecuencia de los abusos que presenciaron o sufrieron.

De acuerdo a datos del Fondo de las Naciones Unidas para la Infancia (UNICEF), gran parte de los niños, niñas y adolescentes de 1 a 14 años de edad, han experimentado algún método violento de disciplina infantil en sus hogares, agresión psicológica, y alguna forma de castigo físico severo (jalones de orejas, bofetadas, manotazos o golpes fuertes) como método de disciplina.

En nuestro país, el Estado mexicano y, en consecuencia, las leyes y autoridades encargadas de la labor educativa, tienen la obligación de prevenir la violencia y generar ambientes escolares de paz, a través de la práctica de la confianza y el respeto a los derechos humanos, así como la creación de comunidades escolares capaces de promover la cohesión social, limitando e inhibiendo las conductas violentas, donde la discriminación en cualquiera de sus manifestaciones sea erradicada.

La violación de los derechos humanos y los delitos cometidos contra niñas, niños y adolescentes son un daño a la dignidad humana. Por tanto, no debemos olvidar que, el hecho de prevenir y salvaguardar la integridad de niñas, niños y adolescentes es responsabilidad de los adultos que tienen a cargo su guardia y custodia, tutela, o a quienes por motivo de sus funciones o actividades los tengan bajo su cuidado. En el hogar, les corresponde a los padres o tutores y en el espacio escolar a los adultos que integran la comunidad educativa.

En el contexto educativo, la detección oportuna de cualquier tipo de violencia infantil supone una gran medida de prevención y de cuidado al alumnado. La escuela, junto a la familia constituyen los primeros agentes de socialización para el menor; ante esa realidad, debe reforzarse la formación de los docentes para la detección, prevención e intervención, en casos de detección o algún indicio de violencia infantil en sus aulas o proveniente de su núcleo familiar.

Si el papel de la escuela es primordial, el potencial de los docentes puede ser determinante para contrarrestar la violencia en todos los ámbitos.

Cualquier tipo de violencia, acoso y maltrato limitan el cumplimiento de los derechos de niñas, niños y adolescentes y afecta su desarrollo pleno, causando baja autoestima, trastornos del sueño y de la alimentación, genera estrés, ansiedad, conflictos emocionales y depresión; bajo rendimiento académico, ausentismos y deserción escolar que pueden perdurar y empeorar en la edad adulta.

Después de la intimidad familiar, no hay mejor lugar que la escuela para hacer visibles los lamentables casos de violencia y por tanto debe prevalecer el compromiso de dar seguimiento necesario a fin de salvaguardar la integridad física, psicológica y emocional de niñas, niños y adolescentes que ayude a garantizar su sano desarrollo escolar y el goce de sus derechos constitucionales y humanos.

Tras el confinamiento, urge enfocar esfuerzos y preparación para generar estrategias focalizadas que atiendan y prevengan la violencia familiar y sus implicaciones a la vida.

Necesitamos un gran acuerdo nacional para trabajar en una estrategia que nos permita alcanzar en las próximas dos generaciones un sistema de coordinación interinstitucional para la prevención de las violencias en las escuelas y los hogares. Necesitamos atender los problemas estructurales de la económia a la par que nos dotamos de herramientas emocionales para construir formas de convivencia en las que reconocer que las diferencias de opinión, las preferencias y los intereses no signifique privilegios ni discrimación.

Ninguna de las especies vivas con las que compartimos el planeta sobra y nadie puede defender sus derechos anulando los derechos de los demás. Por ello debemos construir andamiajes que además de atención oportuna de las violencia conocidas pueda reconocer las nuevas formas de exclusión, discriminación y agresión entre grupos humanos y de éstos con el resto de la naturaleza.

Tenemos una ventaja enorme, nuestros maestros han aprendido a observar a sus alumnos y detectar cuando sufren maltrato, tenemos instituciones de salud, cuerpos académicos e investigaciones avanzadas en la materia. Necesitamos sea parte de la agenda ciudadan y de gobierno. Pongamos al centro lo que nos une y sentemos las bases de una sociedad transformando su covivencia pública y privada.