Opinión

La solidaridad como fundamental del Estado

La proclama de “libertad, igualdad, fraternidad” se asocia comúnmente a la Revolución Francesa de 1789 y a los deseos del pueblo de ese reino por romper las cadenas de un absolutismo decadente que impedía su pleno desarrollo. La frase, sin embargo, tiene un origen anterior a este hecho. En las postrimerías del siglo XVII, François Fénelon, obispo y escritor, plasmó en “Las aventuras de Telémaco” su crítica al gobierno autocrático de Luis XIV, “El Rey Sol”, aquél que se asumía como personificación del Estado. Allí, un personaje de nombre Adoam explica a Telémaco la forma en la que los habitantes de Bética vivían con absoluta sencillez, modestia y desapego por lo material, situación que les permitía ser libres e iguales, además de profesar el amor más puro y fraternal por sus semejantes. Durante la Ilustración, la frase trascendió de la literatura política crítica a la consigna revolucionaria y al fundamento para la construcción de una nueva humanidad en la que conceptos como democracia y ciudadanía se convirtieron en pilares del Estado.

Revolución francesa.

Revolución Francesa.

En sus orígenes, la triada de valores a la que nos hemos referido buscaba garantizar la libertad de los hombres frente a la opresión del poder político, la igualdad entre quienes formaban parte de una misma comunidad y la fraternidad de unos y otros, individuos y pueblos, como condición para la unidad, el respeto, la paz y el desarrollo. En nuestros días, el significado que Fénelon y los revolucionarios y republicanos franceses dieron al término fraternidad puede ser mejor comprendido como solidaridad. Por sí solo, el concepto es muy poderoso. Se trata de una idea en la que, con el apoyo y esfuerzo de todos, incluso de quienes no necesariamente se verán beneficiados de manera directa e inmediata, se emprende un reto de magnitud superior y materialización compleja. No es casual que actores políticos de distintas partes del mundo – Polonia, México, Brasil, Holanda y el sudeste asiático son ejemplos de ello – hayan adoptado este término para identificar causas, movimientos, organizaciones y programas de gobierno.

Cuando pensamos en la solidaridad de la sociedad mexicana, probablemente lo hagamos a partir de situaciones de desastres naturales como huracanes, sismos o inundaciones y en las colectas de víveres, ropa y medicamentos para apoyar a quienes han sufrido estas desgracias. Por otro lado, al imaginar la actitud solidaria del Estado no sería extraño hacerlo recordando la actitud de México frente a sociedades de otros países, como fueron los casos de la recepción de miles de españoles, chilenos y centroamericanos que tuvieron que huir de sus lugares de origen por conflictos bélicos crisis políticas y problemas económicos. Sin embargo, ¿en verdad somos una sociedad y un Estado solidarios? ¿Asumimos la solidaridad como un compromiso con los otros o la confundimos con caridad, dádiva, lástima o limosna? ¿No será, en realidad, que tanto los mexicanos como nuestro gobierno hemos sabido responder, en ambos casos, al dolor contingente pero no a la desgracia permanente?

La solidaridad debe de ser una actitud de tiempo completo y no una respuesta ante la emergencia. Por supuesto que aquello se valora, pero de poco sirve cuando los pobres, los desaparecidos, las muertas, los desastres ecológicos, los conflictos internos, las crisis políticas, así como la violencia, la desigualdad, la ignorancia y la miseria en México y el mundo aumentan día a día. En momentos como los que vivimos y frente a los cuales tenemos la oportunidad de redefinirnos como sociedad y como Estado, la fraternidad de Bética y su influencia en el desarrollo de la Revolución Francesa, primero, y en la conformación de la República Francesa hacia mediados del siglo XIX, después, debe convertirse en la solidaridad de ahora y en elemento indispensable en la construcción de una agenda de fundamentales del Estado.

Profesor de la UNAM y consultor político

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Correo electrónico: joaquin.narro@gmail.com