Opinión

Tepito y el Festival de Cine de Barrio

Hay tardes en las que en unas pocas horas se aprende más que en varios años. La mía del viernes pasado fue una de ellas. Por más de dos décadas, de un modo u otro, me he dedicado a la gestión y la promoción cultural. No todo ha sido en vano, pero hace una semana Emiliano Escoto y Yuli Rodríguez, los directores del Festival de Cine Barrio (FECIBA), que en su quinta edición se realizó en diversas sedes de Tepito y sus alrededores (ya antes se realizó en Ciudad Neza, en Iztapalapa, en Tláhuac y en Xochimilco), me dieron una lección de lo que significa, fuera de toda demagogia, discursos, promesas, poses y buenas intenciones, la gestión cultural contemporánea con impacto social.

Ambos, dos jóvenes nacidos en la década de los noventa, reafirman con sus afanes la vocación de los gestores culturales del siglo XXI, que encuentran en el arte una herramienta para transformar vidas, defender territorios, denunciar inequidades y reinventar identidades.

FECIBA y su medio centenar de colaboradores promueven a la cultura sí y solo si demuestra su capacidad para restituir centralidad a lo que ha sido marginal, si le otorga voz y espacio a quienes se les ha arrinconado en el traspatio de nuestras cegueras culturales, si echa por tierra estereotipos y prejuicios que fomentan el odio y la ignorancia, y si hace visible todo aquello que, desde las hegemonías de lo institucional, lo tradicional y lo canónico, se prefiere ocultar. Ellos aprecian lo que otros desprecian, articulan lo que parecía inarticulable, y restauran aquellas zonas de la cultura urbana que el centralismo, el elitismo, la historia y nuestro esnobismo dañó.

El festival se inauguró con una función al aire libre en la Plaza de la Aguilita —en el corazón de Tepito- de la más emblemática película de Tin Tan: El rey del barrio (Gilberto Martínez Solares, 1950). Sus organizadores son también, a su manera, los nuevos reyes del barrio.

2.

El viernes pasado tomé un uber que me dejó en la esquina de la Calle de la Constancia y Avenida del Trabajo, a las orillas del viejo barrio de Tepito (trabajo y constancia, dos señuelos de la promesa de ascenso social en el México de la revolución —o la transformación— institucionalizada). Caminé unos metros y llegué a la sede que ese día eligió FECIBA para continuar con su programación: la explanada central —donde alguna vez hubo un jardín— de la Unidad Palomares.

Se trata de una decena de edificios de cuatro pisos de estilo INFONAVIT puro, concebidos como vivienda popular en la década de los setenta, que apenas ocupan una manzana de la colonia Morelos y en cuyas paredes exteriores de un esmerado deterioro -entre ropa colgada en los balcones, cables, basura y altares guadalupanos- resisten, un tanto ajados, los murales de un artista tepiteño que la historia del arte terminará por hacerle justicia: Daniel Manrique (1939-2010).

Ahí, a media tarde, estaban dispuestas un centenar de sillas plegables, una pantalla, un proyector, una computadora portátil, una mesa que ofrecía las publicaciones del festival, y un carrito de supermercado lleno de gorras bordadas a máquina con las seis letras de Tepito, que un vecino aprovechó la ocasión para vender. Nunca hubiera imaginado un escenario así para presentar una función de cine, por más del barrio que fuera.

Si al principio me sentí intimidado, al final comprendí lo extremadamente lejos que he estado de la realidad. Me entusiasmé, me conmoví y me reeduqué por espacio de cuatro horas.

Entre las 5 de la tarde y las 9 de la noche atendí la presentación de la revista “Al tiro” —publicación oficial del festival—; la proyección de cuatro cortometrajes que abordan el tema del barrio —tres de ellos realizados en Tepito— y el documental que en 2012 realizó Eiji Fukishima —no menos japonés, que chilango y tepiteño— sobre la vida y la trayectoria artística de Daniel Manrique, el creador del lema “Tepito, arte acá” sobre cuyos murales —que reclaman a gritos su restauración— un grupo de jóvenes jugaba al frontón de mano, al tiempo que más de 150 personas atendían la función: Cinema Paradiso revisitado y en clave chilanga.

Una de las cintas fue realizada por el único cineasta en activo oriundo de Tepito: José Armando Salomo Rosas. Se trata de un cortometraje de ficción titulado “Cola de ratas” (2022) con el que recién se graduó del Centro de Capacitación Cinematográfica. Narra la historia de tres estudiantes de clase media alta que son sorprendidos por un operativo policiaco en una vecindad de Tepito, el día que fueron a comprar marihuana y cocaína. Las tres whitexicans conocerán en carne propia la violencia que cifra el negocio del narcomenudeo en un mundo al que no pertenecen, y al que visitan ocasionalmente como turistas del atasque y el pasón.

José Armando estaba ahí, y también buena parte de su familia. Todos ellos viven a tres cuadras de la Unidad Palomares. Festinaban la proyección con orgullo y alegría. Había pulque, papas, perros, ruido de los televisores de algunos vecinos en los pisos de arriba, ropa secándose muy cerca de las butacas. Todo ahí era una celebración alrededor del cine, ese otro fuego que reúne a la tribu. El barrio bravo a la búsqueda de sus propios relatos.

3.

Dos frases del cineminuto que antecede a cada proyección del festival, lo resume con una gran elocuencia. Al principio una vecina de Tepito afirma: “Yo vivo donde está el fuego, pero no quiero quemarme”. Más adelante, una voz en off nos revela una perla de la antropología cultural: “México es el Tepito del mundo, y Tepito es la síntesis de lo mexicano”.

En su página web FECIBA se presenta como “un esfuerzo que nace de la necesidad de abrir espacios no centralizados para las expresiones cinematográficas que ayuden a conspirar sobre la reconstrucción del tejido social”

“No buscamos ser un festival de alfombras rojas y reflectores, sino generar experiencias cinematográficas de la mano de la comunidad local en lugares que no suelen estar incluidos en el circuito de festivales de cine convencionales. Queremos derribar la imagen del cine como algo inaccesible, poniéndolo al alcance de todas las personas, promoviendo la cinefilia y la producción de narrativas locales”.

“Ir al cine es un acto social, las películas pueden ser una herramienta de detonación de los diálogos necesarios para encaminar los cuestionamientos propios de los barrios, buscar soluciones a problemas comunes, o reencontrar el valor de las tradiciones y prácticas que sólo se encuentran en estos territorios”

4.

A Emiliano Martínez Escoto lo vi nacer. Su padre, Carlos Martínez Rentería, fundador de la revista Generación y una figura central en el paisaje de la contra cultura mexicana de las últimas cuatro décadas, fue una de mis amistades de mayor profundidad histórica. Su madre, Guillermina Escoto, fue mi compañera en el CCH y mi vecina en una unidad habitacional del Fovissste, al sur de la Ciudad de México.

Carlos murió hace dos años. Donde esté, puede saberse satisfecho de su legado y de su paternidad. Engendró, crio y deformó a un monstruo fabuloso.

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