Opinión
Texto “casi” inédito de Francesca Gargallo, segunda parte
David Gutiérrez Fuentes

Texto “casi” inédito de Francesca Gargallo, segunda parte

Luis de la Torre me presentó a Francesca cuando trabajábamos en Excélsior, yo y otros entrañables amigos y amigas como Jairo, Gabriela, Mari Carmen, Rocío, Ricardo, Ángel Mario, Naief, Carmina, Eduardo, Iván, Gonzalo, convivíamos con ellos en el No Taller del Alfil Negro al que hace referencia Fran en la primera parte del texto “casi inédito” que en realidad es una declaración de lealtad y cariño a Luis de la Torre con quien mantuvo una sólida amistad. Imposible no querer a Francesca cuando se le conocía bien. Imposible no admirar y aprender de su lucha por la tierra y las mujeres indígenas, de su desprendida y generosa manera de entregarse a causas y proyectos feministas sin patrocinios directos o embozados por el Uncle Sam con el que van a chismosear los intelectuales de los que nos pitorrébamos de la risa desde entonces; imposible no reír contigo, Francesca, a partir del recuerdo o del comentario inteligente. Yo te quiero, entre muchas otras cosas, por tu temperamento mediterráneo, por tu mirada clara, tu franqueza que incluía la sonrisa y la manera familiar con la que podíamos platicar aunque pasaran años sin vernos. Por eso festejo tu vida, Fran, tu cumpleaños que recuerdo con el final de un texto tuyo y una foto de aquella tarde en la que Sandra, Isis y yo fuimos a tu casa rodando en bici y regresamos con unos limoncellos en la panza haciéndonos cosquillas. Quería decir esto cuando te fuiste pero estaba tristísimo. Tengo otros recuerdos que ya saldrán, tu salida de Facebook, un cumpleaños tuyo en la Condesa con varios amigos comunes, el primer año de mi hija, pero mejor te dejo seguir recordando a don Luis con tu propia pluma, sagitarios somos, y al galope andamos.

¿Un postfacio o una declaración de amistad?

Francesca Gargallo Celentani (2/2)

No dudo ni tantito que quiso ser algo que no fue, probablemente porque lo que quería ser respondía a presiones externas, desde los ideales religiosos más elevados hasta el afán por una comodidad económica que siempre se le escapaba. Sin embargo, lo que ha llegado a ser es fruto de esfuerzos diarios, aunque él en ocasiones los considere errores. El denuedo con que ha combinado la crítica y el amor por su país, la fascinación por las personas inteligentes, el análisis de las expresiones artísticas, cinematográficas, hasta turísticas y ecológicas habitan estas memorias escritas para volver a soñar su vida. En ellas, Luis rinde constantes homenajes a las casas, las sensaciones que arquitecturas vernáculas y urbanas le han proporcionado parroquias, periódicos e imprentas, la luminosidad del sol sobre las bardas, las horas de lectura, la infancia en pueblos que describe como si pintara otros tiempos, con todo y sus violencias contra el niño indefenso que era, los robledales y los pinares, los maestros y compañeros, los pintores religiosos y los artistas muy laicos, sus propios impulsos, las novelas y las historietas, los últimos muertos de la Cristiada, la simpatía por la tolerancia del padre, el hermano Hare Krishna, el movimiento hippy, el racismo contra el pueblo huichol y el descubrimiento de su poderosa cultura. Apenas enumera ciertos sucesos, pero todos dejan una marca, como la muerte del hermanito y el acoso del sacristán.

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Francesca Gargallo Celentani

Especial

Las amigas y amigos son fundamentales para la elegante escritura de la vida: Luis remite a quien lo introdujo a la excitante y refinada bohemia del México de los años del cambio, las rupturas, las experimentaciones poéticas y quien lo confrontó con lo conocido. Para el hombre que en una ocasión me dijo que Cervantes tiene una añoranza por la amistad de las mujeres que recorre todo el Quijote, las amistades femeninas –no los amores, el matrimonio o los noviazgos– han sido un anhelo frustrado, en ocasiones, por el machismo cultural que no supo enfrentar y, en otras, por los celos de sus relaciones. Pero amigas, iguales diferentes con quien compartir la mirada sobre el mundo, las ha tenido y defendido como un anhelo profundo y fecundo. Menciona a pocas, por cierto, casi como si no tuvieran la fuerza de imponer su derecho de ser contrapartes. Una de ellas, la ajedrecista Teresa Sánchez, sin embargo, fue la madrina del club donde más feliz se sintió; otra, seguramente la más inquietante de sus amigas, fue Hannah Sanders Luteroth, filósofa e hija de uno de los dueños de la Arena México (amén que nieta del único alemán que fuera a establecerse en Monte Escobedo), quien padecía una parálisis desde su infancia que la había postrado en cama de por vida. Con ella Luis descubrió que la fuerza de voluntad y el afecto son móviles para la vida inteligente, que la poesía construye puentes, que los recuerdos del lugar de proveniencia pueden convertirse en pasiones. Durante tres años hablaron de la belleza, el mar, la estética de los animales y los elementos. La fue a visitar para intercambiar frases sobre Nietzsche y narrarse sus vidas, recibir textos ardientes y promesas de apoyo para Mi Pueblo; hasta la muerte de ella, único fin posible para su relación.

En fin: conciencia moral, gusto por el andar en los barrios, amistades de trabajo y búsqueda de amigos, dibujos por placer y por una necesidad estética e informativa que le nacía sin siquiera saber de dónde, sentido del humor que de alguna forma encajaba con sus múltiples sentidos de culpa y el placer de dejar para mañana algunos atroces deberes, así Luis ha cruzado una vida como si soñara o soñó que hubiera sido fácil soñar lo que en realidad ha construido con esfuerzos diversos y diversos sentimientos. El informador, el viñetista, el dibujante ha sido siempre el escritor, el padre, el amigo y hasta el hombre que se equivocó políticamente por el enorme afán de hacer algo bueno por sus paisanos.

Si hay una palabra que valga la pena decir después de estas deshiladas aunque honestas impresiones, quizá sea la que siempre debería acompañar el recibimiento de un regalo que costó esfuerzos: gracias.